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Ramón González Férriz

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Por qué el mundo ha dejado de interesarse por Israel

Durante décadas, Israel fue el centro político del mundo. Ha dejado de serlo, en parte, por el dominio de 12 años de Netanyahu, que esta semana volvió a ganar las elecciones

Foto: Un pájaro vuela ante un cartel electoral de Netanyahu. (Reuters)
Un pájaro vuela ante un cartel electoral de Netanyahu. (Reuters)

A mediados de los años 90, me puse a estudiar hebreo. Mi objetivo era irme a un kibutz. En parte, porque me fascinaba el laborismo israelí. En parte, porque parecía indudable que Israel era el sitio donde estaba la acción. Entonces, y también durante la década siguiente, fue el centro político del mundo. Uno se definía ideológicamente por su posición sobre Israel.

En España, había sido el PSOE quien, en 1986, había establecido relaciones diplomáticas con el país. Pero a esas alturas, la buena relación con Israel empezaba a ser una cuestión de derechas. El pujante neoconservadurismo estadounidense, que llegaría al poder en el año 2000 con George Bush, no solo consideraba a Israel la única democracia en Medio Oriente, y por lo tanto merecedora de una protección especial frente a los enemigos que querían su destrucción, sino un emblema y un bastión de la civilización judeocristiana y el escenario de algunas visiones apocalípticas. La derecha española, por pura imitación, empezó a introducir la defensa de Israel como una muestra retórica de compromiso con la libertad. En el otro extremo, los rasgos de los jóvenes antiglobalización que en ese momento se manifestaban en medio mundo eran principalmente tres: detestaban la globalización, el capitalismo y a Israel. Tal vez Yassir Arafat fuera el político más icónico de la era. El conflicto israelí-palestino articulaba, en buena medida, toda la política internacional y todas las posiciones ideológicas. Hasta las guerras.

Foto: Carteles electorales en Bnei Brak, Israel. (Reuters: Ammar Awad)

Pero, en algún momento de la segunda década de este siglo, eso empezó a cambiar. Estados Unidos se cansó de ser el policía de Oriente Medio y de gastar miles de millones de dólares, y una cantidad comparable de capital político, en mantener allí un equilibrio imposible. Obama no solo escenificó un enfrentamiento casi sin precedentes con Israel al firmar un pacto con Irán, para que este último no desarrollara armas nucleares, sino que desistió de intervenir en la guerra de Siria. La prioridad de Estados Unidos en política exterior, estableció Obama, era China, no ese pequeño e incomprensible rincón del mediterráneo. El mundo, como siempre, siguió su ejemplo. Al parecer, Israel ya no era la vara de medir de todas las posturas ideológicas. El PP y la izquierda dura, ahora encarnada en Podemos, ni siquiera se molestaban en mencionarlo.

Hay muchas razones para este olvido global. Una de ellas es la política interna israelí. Allí, el mítico laborismo prácticamente ha desaparecido y la izquierda es irrelevante. Como demostraron de nuevo las elecciones de anteayer, las cuartas en dos años, la competición ya no es entre la derecha y la izquierda, sino entre varias corrientes que van de la derecha al centro. Y la fragmentación ha concedido a Benjamin Netanyahu un papel singular en la historia del país.

Foto: Merav Michaeli. (Cedida)

A falta de resultados definitivos, aún no sabemos si Netanyahu podrá formar una nueva coalición que le permita repetir como primer ministro. Pero toda la política gira a su alrededor. Las coaliciones ya no son necesariamente entre afines ideológicos, sino entre quienes simpatizan con él o lo detestan, sea cual sea su posición política general o hasta su credo religioso (es posible que necesite el apoyo de un pequeño partido islamista para repetir mandato, el Ra’am, y puede que lo consiga).

Netanyahu es el primer ministro más duradero de la historia de Israel: lleva 15 años al mando del país, los 12 últimos de manera ininterrumpida. Ha derechizado la política israelí de una manera increíblemente exitosa. Ha conseguido ser el único líder viable a pesar de hallarse acusado judicialmente por corrupción y fraude. Ha abrazado la causa de los asentamientos ilegales israelíes en Cisjordania con mayor entusiasmo y constancia que ninguno de sus predecesores. Inesperadamente, bajo su mandato, Israel ha establecido relaciones diplomáticas con Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Marruecos. Logró arrastrar a Estados Unidos a un pacto de paz con Palestina en el que la humillación que se proponía a esta no tenía precedentes políticos. De hecho, durante su gobierno, a escala internacional, la Autoridad Palestina ha sido casi invisible: su presidente, Mahmoud Abbas, se ha vuelto irrelevante, y aunque su mandato terminó oficialmente en 2009, ni siquiera ha habido unas elecciones para confirmarle en el cargo o sustituirlo. Estas se celebrarán el próximo mayo, 15 años después de las últimas: no parece que el mundo esté prestando demasiada atención.

Foto: Benjamin Netanyahu. (Reuters)

En poco tiempo sabremos si Netanyahu tiene posibilidades de seguir siendo el primer ministro israelí. No hay ninguna alternativa evidente —a los partidos que le detestan solo les une ese rasgo, pero no plantean una alternativa real—. Y sería entre una catástrofe y una broma que fueran necesarias unas quintas elecciones en dos años y medio para alcanzar una mínima estabilidad política. Sin embargo, estos nuevos resultados electorales certifican que Israel se está convirtiendo en un país normal dentro de su extraordinaria singularidad histórica. Durante décadas, buena parte de la política occidental versó sobre la necesidad política, moral y religiosa de proteger a Israel de sus enemigos. Ahora su supervivencia parece asegurada. Durante décadas, el mundo se preocupó de veras por encontrar una salida digna a su conflicto con Palestina. Ahora esto no parece en absoluto una prioridad global. Durante décadas, Israel fue un laboratorio ideológico fascinante. Ahora lleva años dominado por un nacionalista corrupto de la vieja escuela, dotado, eso sí, de un talento extraordinario para la supervivencia.

Quizá ahora mismo haya algún joven europeo tan fascinado por Israel como lo estuve yo en su momento, que se decida a estudiar hebreo para viajar al país. Pero ya no será por el atractivo del laborismo. Ni porque todo el mundo esté pendiente de lo que pasa allí. Ni seguramente lo hará a un kibutz. Muy gradualmente, Israel se está convirtiendo en un país normal. En algunos sentidos, es una gran noticia. En otros, que Benjamin Netanyahu encarna a la perfección, este proceso tiene algo de dramático.

A mediados de los años 90, me puse a estudiar hebreo. Mi objetivo era irme a un kibutz. En parte, porque me fascinaba el laborismo israelí. En parte, porque parecía indudable que Israel era el sitio donde estaba la acción. Entonces, y también durante la década siguiente, fue el centro político del mundo. Uno se definía ideológicamente por su posición sobre Israel.

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