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El cambio climático y las finanzas: ¿esperanza, espejismo o placebo?
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El cambio climático y las finanzas: ¿esperanza, espejismo o placebo?

Si prosperan, las tres iniciativas prometen integrar el cambio climático en las decisiones de préstamo, inversión y estabilidad macroeconómica

Foto: El primer ministro británico, Boris Johnson, a su llegada a la cumbre del clima de Naciones Unidas (COP26) en Glasgow. (Reuters/Pool/Phil Noble)
El primer ministro británico, Boris Johnson, a su llegada a la cumbre del clima de Naciones Unidas (COP26) en Glasgow. (Reuters/Pool/Phil Noble)

La COP26 de Glasgow ha fracasado. Si la cumbre de líderes reunidos en noviembre de 2021 para luchar contra el cambio climático fuese una clase de Primaria, el alumno aplicado (la Unión Europea) ya no deslumbraría, y el resto de la clase estaría al borde del fracaso escolar, y sin propósito de enmienda, con compromisos de reducción de emisiones poco creíbles (Estados Unidos) o imprecisos (China). Cabe preguntarse si hay algún motivo de esperanza.

Sí. El compromiso del sector financiero con la lucha contra el cambio climático es, quizás, el único aspecto positivo. Destaquemos tres hechos. Uno, como recogía el 'Economist', la Glasgow Financial Alliance for Net Zero, una coalición que recoge algunos de los mayores inversores institucionales (fondos, bancos, aseguradoras), se ha comprometido a reducir a cero las emisiones netas de su cartera para 2050. Dos, con menos bombo, el 27 de octubre la Comisión Europea publicó el último 'paquete bancario' de reformas, que, esta vez, venía con regalo: una propuesta para exigir que los bancos incluyan factores de sostenibilidad en su gestión de riesgos. Tres, el Banco Central Europeo (BCE) ha declarado su voluntad firme de incorporar el cambio climático a su actividad de supervisión (2020) y política monetaria (2021). Si prosperan, las tres iniciativas prometen integrar el cambio climático en las decisiones de préstamo, inversión y estabilidad macroeconómica. Quizá, por una vez, los agoreros estén equivocados, ¿no?

Foto: El automóvil acapara las negociaciones de hoy en la cumbre de Glasgow. (iStock)

Ojalá. Pero antes de celebrar, lo honesto es reconocer que la cosa es más complicada. La lista de éxitos incluye, sobre todo, promesas. Para que se traduzcan en cambios reales, y no se las lleve el viento, deben darse varias condiciones, algunas más fáciles y otras más difíciles. Veamos.

Primero, concreción. Prometer que se va a 'tener en cuenta' el cambio climático en las inversiones o préstamos es barato. Lo caro es decir cómo. Se puede ir a la causa del fenómeno, y desinvertir en petroleras, por ejemplo, o a su consecuencia, y desinvertir en áreas costeras… o en el sur de Europa. Se puede ser preciso, e invertir más en activos claramente verdes y desinvertir en activos claramente marrones, o abarcar más, y crear una gama del verde lima al ocre oscuro, para colorear todo el mercado. Se puede esperar con paciencia a que los operadores financieros desarrollen sus modelos de riesgo e inversión, o insistir, desde las autoridades públicas, en cómo deben hacerlo.

Se puede esperar a que los operadores financieros desarrollen sus modelos de riesgo

Segundo, aceptación. Las iniciativas privadas vienen de inversores y bancos occidentales que cotizan en bolsa; las iniciativas regulatorias son europeas. Esto no basta. Que los bancos europeos encarezcan los préstamos a las empresas más contaminantes servirá de poco si los bancos americanos y chinos no hacen lo mismo. Que un gran fondo de inversión americano venda acciones de empresas que usan carbón servirá de poco si un fondo de 'private equity' desea invertir, sin importarle mucho el escrutinio del mercado. Que Total o Chevron adopten un plan creíble de transición servirá de poco si Saudi Aramco, que no cotiza en bolsa, pero es la petrolera más grande del mundo, no cree que deba hacer lo mismo.

Finalmente (y lo más importante), voluntad política. Las finanzas son una pieza clave en la lucha contra el cambio climático, que debe reforzar, no sustituir, la iniciativa política. En un ambiente político polarizado, como el de muchos países, es tentador reposar la cabeza sobre el sector financiero, como si fuera una almohada, y ahorrarse (solo cinco minutitos más) el desgaste propio de las decisiones polémicas. Sería un gran error. Los mercados son buenos asignando recursos cuando se pueden calcular precios y costes.

Foto: Lorena González (cedida)

De momento, no hay un precio global y hay pocos impuestos a las emisiones. Los bancos pueden tener en cuenta el 'riesgo de transición' al prestar solo si es creíble que los costes de las industrias contaminantes vayan a aumentar. Los precios y costes que los mercados necesitan para funcionar son precios y costes políticos. Las decisiones políticas son ineludibles por un motivo claro: nadie ha votado a los mercados financieros. Votamos a líderes políticos para pedirles que tomen las decisiones difíciles, y para pedirles cuentas por ellas.

*David Ramos Muñoz. Profesor de Derecho Mercantil. Universidad Carlos III de Madrid. Responsable del grupo de trabajo en finanzas, cambio climático y sostenibilidad, European Banking Institute.

La COP26 de Glasgow ha fracasado. Si la cumbre de líderes reunidos en noviembre de 2021 para luchar contra el cambio climático fuese una clase de Primaria, el alumno aplicado (la Unión Europea) ya no deslumbraría, y el resto de la clase estaría al borde del fracaso escolar, y sin propósito de enmienda, con compromisos de reducción de emisiones poco creíbles (Estados Unidos) o imprecisos (China). Cabe preguntarse si hay algún motivo de esperanza.

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