Tribuna Internacional
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El enemigo de los nacionalistas son la mitad de los ciudadanos nacionales
El candidato presidencial francés Zammour transmite la esencia del nacionalismo: su adversario no es exterior, por mucho que diga, sino interno
Éric Zemmour anunció este martes su candidatura a la presidencia francesa con un discurso que recogió los temas sobre los que lleva años insistiendo como tertuliano y escritor. “Te sientes desposeído… Tienes la impresión de que ya no vives en el país que conoces”, dijo a los votantes. “El país que amas está en proceso de desaparición”. Francia se está convirtiendo en un país del “tercer mundo”, está en “declive” y “decadencia”. En el pasado, Francia había sido “el país de Juana de Arco y de Luis XIV, el país de Bonaparte y del general De Gaulle, un país de caballeros y damas nobles, el país de Victor Hugo y Chateaubriand, el país de Pascal y Descartes”, dijo. Ahora, está amenazado por el “islamoizquierdismo”. “Ya no es momento de reformar Francia. Es el momento de salvarla”.
J’ai décidé de solliciter vos suffrages pour devenir votre président de la République.
— Eric Zemmour (@ZemmourEric) November 30, 2021
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Zemmour es un orador efectivo y su ideología está muy arraigada en Francia, donde se inventó esta forma de derecha autoritaria y nacionalista que hoy resurge en buena parte de los países occidentales. Y, como todos los miembros de esa tradición, recurre siempre a un particular giro intelectual: su nacionalismo se dirige contra un adversario exterior, pero, en realidad, su enemigo es interior —los franceses no nacionalistas— y su objetivo, limpiar su propia sociedad de esos elementos impuros.
Este es el rasgo principal del nacionalismo actual, independientemente de si es más o menos radical. Vox habla de vez en cuando de China, de los burócratas de la UE y de algunos países musulmanes como los enemigos de España, pero en realidad a quien quiere enfrentarse y vencer es a lo que en 2019 llamó la “anti-España” (después ha dejado de utilizar ese término). El nacionalismo catalán lleva años presentando su ideología como el fruto de un choque entre Cataluña y España; en realidad, pretende ante todo condicionar a la mitad de la población catalana, que se siente cómodamente española, para que adopte la identidad que él ha establecido. Ahora, el nacionalismo de los republicanos estadounidenses no se basa en la identificación de un enemigo exterior, como sucedió durante la Guerra Fría, sino en la de elementos internos —los progres, los profesores universitarios, los periodistas, los urbanitas— a los que consideran unos traidores a la América real.
En parte, esta es la razón por la que existe algo que podría parecer contradictorio: una alianza internacional de nacionalistas. Esta semana, Zemmour, que quiere salvar Francia, fue a Reino Unido a recaudar fondos para su aventura política entre quienes financiaron la campaña del Brexit. Trump tenía razones personales para no buscar un enfrentamiento con Putin, pero también ideológicas: admiraba su nacionalismo —apoyado en la represión de los enemigos internos— y aspiraba a construir un régimen autocrático en Estados Unidos. En el Parlamento Europeo, se da un fenómeno curioso: una alianza formal de partidos nacionalistas que cooperan, paradójicamente, para reforzar sus respectivas soberanías (como pasa en las mejores familias, sin embargo, estos nacionalistas unidos están peleados y ahora forman dos grupos que compiten entre sí para ser la verdadera “internacional nacionalista”).
Ciudadanos o nacionalistas
En otros momentos de la historia, esos nacionalismos podrían haber chocado retórica o, peor aún, militarmente: a fin de cuentas, entre los muchos orígenes del nacionalismo está la convicción de que tu nación es mejor que otras y, por lo tanto, merece imponerse a las demás de una manera o de otra. Pero el objetivo del nacionalismo actual ha cambiado. Por supuesto, las grandes potencias luchan por la hegemonía global. Y las potencias medianas fingen ser grandes. Pero, más allá de esto, ahora se trata sobre todo de homogeneizar al máximo la población nacional y dejar sin representación a los adversarios, que son deslegitimados como “enemigos de la nación”. Es cierto que tiene que hacerlo dentro de un sistema democrático y un Estado de derecho más o menos asentado. Pero ese es su objetivo último: reconoce que hay ciudadanos que lo son por meras razones administrativas, pero afirma que en realidad no forman parte del cuerpo casi metafísico de la nación, porque, simplemente, no son nacionalistas.
En su discurso, Zemmour recurrió también a la inmigración, uno de los temas preferidos de la nueva oleada de nacionalismo, que promueve la idea de que se está produciendo una sustitución premeditada de la población blanca y cristiana por otra (que suele ser oscura y musulmana, aunque no siempre). De acuerdo con esta teoría, feministas, marxistas y grandes financieros cooperan para hacer esta realidad posible y el deber de los verdaderos nacionalistas es detener el proceso. La defensa del país ante la inmigración es una de las prioridades de los Gobiernos nacionalistas de Polonia y Hungría, por ejemplo, a pesar de que sus tasas de inmigración son muy pequeñas.
Sin embargo, Zemmour dijo en su discurso que “la inmigración no es la fuente de todos nuestros problemas, pero los empeora todos”. Esa frase podría suscribirla cualquier miembro de la nueva internacional nacionalista, porque según ellos hay algo peor que los inmigrantes para el futuro de la nación. Son más peligrosos quienes, siendo ciudadanos nacionales, cooperan con los inmigrantes y sus promotores con el fin de deshacer los vínculos ancestrales, trascendentes y, de más está decirlo, básicamente imaginarios, de la nación. Por eso, como ya sabemos, la nación es un asunto demasiado importante como para dejarlo en manos de los nacionalistas. Estos tienden a ir, sobre todo, contra sus propios compatriotas.
Éric Zemmour anunció este martes su candidatura a la presidencia francesa con un discurso que recogió los temas sobre los que lleva años insistiendo como tertuliano y escritor. “Te sientes desposeído… Tienes la impresión de que ya no vives en el país que conoces”, dijo a los votantes. “El país que amas está en proceso de desaparición”. Francia se está convirtiendo en un país del “tercer mundo”, está en “declive” y “decadencia”. En el pasado, Francia había sido “el país de Juana de Arco y de Luis XIV, el país de Bonaparte y del general De Gaulle, un país de caballeros y damas nobles, el país de Victor Hugo y Chateaubriand, el país de Pascal y Descartes”, dijo. Ahora, está amenazado por el “islamoizquierdismo”. “Ya no es momento de reformar Francia. Es el momento de salvarla”.
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