Es noticia
Disfuncional y poco fiable: así es Estados Unidos un año después
  1. Mundo
  2. Tribuna Internacional
Ramón González Férriz

Tribuna Internacional

Por

Disfuncional y poco fiable: así es Estados Unidos un año después

Tras el ataque al Congreso del 6 de enero de 2021, la desconfianza en las instituciones y la amenaza de violencia política generan una inestabilidad de la que la UE debe tomar nota

Foto: Participantes en el asalto al Congreso estadounidense de hace un año. (EFE/Lo Scalzo)
Participantes en el asalto al Congreso estadounidense de hace un año. (EFE/Lo Scalzo)
EC EXCLUSIVO Artículo solo para suscriptores

Visto con un año de distancia, parece coherente que Donald Trump animara a una turba a tomar el Congreso e impedir que se declarara ganador a Joe Biden. Resulta evidente, retrospectivamente, que Trump nunca iba a reconocer la derrota, que iba a presionar hasta lo inconstitucional para que se revirtiera el resultado de las elecciones y que iba a tratar como vasallos a su vicepresidente y al líder de su partido en el Congreso.

Fracasó porque estos últimos actuaron de manera decente. Pero su primer éxito fue su capacidad de provocar lo que hasta entonces parecía impensable. El segundo, y casi más importante, ha sido que los votantes republicanos no se lo tengan en cuenta, o que piensen que ni siquiera lo hizo, o en todo caso estén más que dispuestos a apoyarle después de aquello. Según el 'Wall Street Journal', el 81% de los republicanos tiene una opinión favorable de Trump, y un 57% cree que las elecciones que le sacaron del poder fueron fraudulentas.

Como cuenta hoy el corresponsal de El Confidencial en Estados Unidos, Argemino Barro, el Partido Republicano sigue estando, en buena medida, en manos de Trump, y en las elecciones de este año obtendrá muy buenos resultados, hasta el punto de acabar con la mayoría demócrata en las Cámaras del Congreso. Pero más allá de eso, en el último año la imagen de ciudadanos armados tomando el mayor emblema de la democracia global ha suscitado toda clase de preguntas sobre el futuro político de la nación.

Foto: Reuters. Opinión

Las especulaciones han sido, como suele serlo todo en la democracia estadounidense, brutalmente exageradas. La más habitual en el lado republicano es que los verdaderos americanos —blancos, conservadores, protestantes, rurales— han perdido la nación a manos de una conspiración progresista: “Si no lucháis con furia, os vais a quedar sin vuestro país”, fue lo que dijo Trump hace un año para alentar a los asaltantes del Congreso. En el lado demócrata, ha empezado a circular una idea aún más sobrecogedora: la de que el país se encamina casi inevitablemente hacia una guerra civil.

¿Una guerra civil?

El libro 'How Civil Wars Start', de la académica Barbara F. Walter, es un estudio sobre las causas políticas, económicas y culturales que históricamente han dado pie al inicio de guerras, y su conclusión es ominosa: en los Estados Unidos actuales, con milicias armadas, episodios de violencia política y una desconfianza general en el sistema —considera que el país está a medio camino entre la autocracia y la democracia—, se cumplen algunas de las premisas para que se produzca un conflicto a gran escala. Otro libro que ha tenido cierta repercusión, 'The Next Civil War: Dispatches From the American Future', del periodista Stephen Marche, afirma que Estados Unidos se “encuentra ya en un estado de conflicto civil, en el umbral de una guerra civil”. Hasta la revista progresista 'The Atlantic' tuvo que publicar un artículo advirtiendo de que “la sola idea de que esa catástrofe es inevitable” era ya de por sí “incendiaria y corrosiva”.

Foto: Celebraciones del 4 de julio en Washington. (Reuters) Opinión

Más verosímil es la noción de que Estados Unidos podría estar recuperando un rasgo que lo ha caracterizado durante siglos: la presencia de una violencia política que surge de vez en cuando y fragmenta el país de una manera aparentemente irreconciliable, que provoca numerosos muertos —en la toma del Capitolio murieron cinco personas, y cuatro de los policías que intentaron contenerla se suicidaron después— y genera una inestabilidad constante, pero que no deriva en una violencia organizada. Eso fue lo que pasó en la década de 1960, cuando los asesinatos de personalidades como Robert Kennedy o Martin Luther King se alternaron con saqueos, linchamientos e incendios urbanos. El FBI ha llamado ya al ataque al Congreso "terrorismo interior".

Más allá de esa posibilidad de volver a momentos del pasado, lo que parece evidente es que el sistema político estadounidense se ha vuelto muy disfuncional. No es solo que los simpatizantes de un partido crean que el otro carece de legitimidad, llega al poder gracias a trampas y su fin es acabar con la democracia. Es que el propio sistema está perdiendo eficacia: el fraude electoral no existió, pero bastó con que una parte relevante del electorado creyera que sí para que el sistema dejara de ser creíble para muchos. La modificación de los distritos electorales por parte de los partidos mayoritarios para asegurarse el triunfo es un viejo vicio de la política estadounidense, pero cada vez resulta más exasperante. La polarización mediática no es nueva, pero alcanza proporciones grotescas: buena parte de la izquierda parece regodearse en su propio tribalismo, mientras hay sectores de la derecha que viven cómodamente en la mentira; la combinación de ambas cosas refuerza la sensación de que las dos mitades del país son irreconciliables.

Estados Unidos como socio

Donald Trump podría volver democráticamente al poder en 2025. Pero, al margen de eso, la disfuncionalidad, la polarización extrema y el hecho de haber pasado por una crisis constitucional sin precedentes tienen consecuencias en el exterior. Para la Unión Europea, Estados Unidos sigue siendo un socio indispensable, pero poco fiable. La alegría que sintieron sus líderes con la llegada al poder de Biden ya se ha enfriado. Ahora la UE debería ir más allá: obrar como si fuera un hecho no solo que los republicanos de inspiración trumpista —con Trump al frente o no— volverán al poder, sino que un orden político tan inestable internamente no puede ser estable en el exterior durante mucho tiempo.

Foto: Cumbre UE-EEUU en Bruselas el pasado 15 de junio. (EFE)

Dado que en Estados Unidos la arquitectura institucional es buena —el Congreso se contrapone al presidente, y el Tribunal Supremo a ambos— nadie puede decir en realidad que vive en un país dominado por sus rivales. La guerra civil es una amenaza inverosímil. Y, en muchos sentidos, la americana sigue siendo una democracia vibrante y competitiva. Pero la disfuncionalidad, un año después de las ominosas imágenes que mostraron milicias armadas entrando en el Congreso, es un hecho. A los estadounidenses les toca arreglarlo. A nosotros, protegernos preventivamente.

Visto con un año de distancia, parece coherente que Donald Trump animara a una turba a tomar el Congreso e impedir que se declarara ganador a Joe Biden. Resulta evidente, retrospectivamente, que Trump nunca iba a reconocer la derrota, que iba a presionar hasta lo inconstitucional para que se revirtiera el resultado de las elecciones y que iba a tratar como vasallos a su vicepresidente y al líder de su partido en el Congreso.

El redactor recomienda