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¿Es posible una unión internacional de nacionalistas?

A la derecha antiglobalización le unen muchas cosas, pero discrepa seriamente sobre política exterior, economía o moral

Foto: Viktor Orbán y Santiago Abascal, en Madrid la semana pasada. (Reuters/Vox)
Viktor Orbán y Santiago Abascal, en Madrid la semana pasada. (Reuters/Vox)

Una de las paradojas de la globalización (y les ruego que disculpen el trabalenguas) es que obliga a los partidos antiglobalización a buscar alianzas globales para desarrollar su programa desglobalizador. A los viejos movimientos antiglobalización izquierdistas de principios del milenio, que promovían una suerte de localismo idílico amparado por el viejo internacionalismo progresista y el utopismo, esto les resultaba relativamente fácil. A los nuevos antiglobalizadores de derechas, que quieren formar alianzas de naciones cristianas con poca o ninguna inmigración y exaltan el nacionalismo económico e identitario, la tarea les está resultando muy difícil.

Foto: Santiago Abascal, durante un acto electoral en León. (EFE/J. Casares)

Quedó demostrado la semana pasada, cuando Vox reunió en Madrid a varios representantes de esta tendencia para mostrar su fortaleza y afinidad ideológica. Entre ellos estaban Mateusz Morawiecki, el primer ministro polaco del partido Ley y Justicia; Viktor Orbán, su homólogo húngaro, de Fidesz; Marine Le Pen, y representantes de otros partidos nacionalistas europeos. Los participantes acordaron el lema 'Defender Europa' y, según explicó el eurodiputado de Vox Jorge Buxadé tras el encuentro, trataron los asuntos habituales de la derecha autoritaria: el carácter burocrático de la UE y sus ataques a la soberanía de los países miembros, la necesidad de defender el campo y promover la natalidad o la inmigración descontrolada. Pero sobre el tema del momento, el conflicto entre Rusia y Ucrania y cómo ha respondido Occidente, solo llegaron a un acuerdo genérico, vago e insustancial. ¿La razón? Los asistentes tienen posiciones radicalmente enfrentadas en esta cuestión, un reflejo de la dificultad de crear una internacional nacionalista.

Admirar a Putin, no su expansionismo

En el pasado, Marine Le Pen recibió financiación de bancos rusos para pagar campañas electorales, ante la negativa de los bancos franceses a prestarle dinero, siente admiración por Putin y su modelo político y ha manifestado públicamente su apoyo a Rusia en la crisis ucraniana. Por razones históricas evidentes, en cambio, Polonia teme el expansionismo ruso y desde que terminó la Guerra Fría, y aún antes, su cultura política ha tenido un fuerte elemento antirruso; por esa razón, su Gobierno ha pedido el máximo apoyo de la OTAN y la UE para contener a Rusia y mantener las fronteras existentes.

Foto: El presidente de Rusia, Vladimir Putin. (EFE/Alexei Nikolsky) Opinión
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Vox siente una enorme afinidad por Putin y su defensa de la identidad cristiana en las naciones europeas, la limitación de los derechos de las minorías y el estilo bronco y autoritario, pero su mayor aliado es el partido que gobierna en Polonia, por lo que en este conflicto se ha puesto del lado de Ley y Justicia. Durante la Guerra Fría, Hungría desarrolló un fuerte carácter antirruso, después de que la Unión Soviética aplastara en 1956 el intento de defender su soberanía frente a las líneas marcadas por Moscú. Sin embargo, hace tiempo que Viktor Orbán tiene una posición conciliadora con el Kremlin, a medida que se aleja de sus socios de la UE (también se está acercando cada vez más a China, en busca de inversiones). De hecho, anteayer, Orbán mantuvo una larga reunión con Vladimir Putin en la que se mostró conciliador con este, pidió paz a las partes y reconoció tácitamente sentirse más cercano a Rusia que al resto de la UE. También es probable que le contara al líder ruso los detalles y secretos de la postura que mantienen los países de la UE y la OTAN, organizaciones a las que, con todo, sigue perteneciendo.

A pesar de su esfuerzo por aparentar unidad, y de que en general los nacionalistas europeos consideran a Putin su líder natural (Rusia también financió una campaña de desinformación en favor del nacionalismo catalán), el acuerdo es imposible: las naciones tienen una historia que aún hoy sigue pesando.

Dos grupos, varias discrepancias

Sin embargo, el desacuerdo no solo tiene que ver con la política exterior. De hecho, ni siquiera en el Parlamento Europeo la internacional nacionalista tiene un único grupo, sino dos: Identidad y Democracia, al que pertenecen Alternativa por Alemania, Agrupación Nacional, el partido de Le Pen, el Vlaams Belang (el aliado independentista flamenco de Puigdemont en Waterloo) y la Liga italiana, entre otros; y los Conservadores y Reformistas Europeos, en el que se encuadran los Hermanos de Italia, Vox o los Demócratas Suecos. (El partido de Orbán, Fidesz, abandonó el Grupo Popular, al que pertenece el PP español, después de que le amenazaran con la expulsión por su creciente radicalismo; ahora es un grupo no afiliado dentro del Parlamento). Muchos de estos partidos se detestan entre sí e incluso compiten en sus países, como es el caso de la Liga y los Hermanos de Italia.

Foto: El líder de Vox, Santiago Abascal. (EFE/Juan Carlos Hidalgo) Opinión
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Además, estos partidos tienen políticas económicas enfrentadas. Fidesz y Ley y Justicia defienden un modelo económico basado en el control del Estado, fuertes ayudas a las familias y la limitación de la participación extranjera en amplios sectores de la economía nacional. Vox defiende hoy un capitalismo con un estado de bienestar fuerte para los nacionales, en un viraje difícil y poco creíble para atraer a las clases trabajadoras. Algo que al partido de Le Pen le ha costado décadas hacer. Alternativa por Alemania defiende la salida del euro y acabar con el BCE, algo que en su momento la Liga defendió, pero que ya ha dejado de hacer.

Tampoco en cuestiones morales está de acuerdo la internacional nacionalista: Libertad y Justicia y Fidesz son muy conservadores en cuestiones sexuales; Vox lo es, pero parece incidir cada vez menos en esas cuestiones, ante el amplio consenso liberal que sobre el tema reina en España; Le Pen ha abrazado con matices la causa LGTB y, de hecho, cuenta con numerosos votantes pertenecientes a ese grupo; también algunos partidos del norte de Europa defienden el matrimonio homosexual o la sexualización de la imagen de la mujer para distanciarse de los restrictivos códigos morales de buena parte de sus inmigrantes musulmanes.

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Los nacionalismos se parecen, pero…

Nada de lo anterior significa que los partidos nacionalistas no vayan a seguir teniendo éxito en sus respectivos países y que incluso, como en España, logren tener una influencia relevante en los gobiernos regionales o hasta el nacional. Pero la internacional nacionalista es un proyecto muy difícil que en algunos aspectos perjudica a los partidos nacionales. En España, por ejemplo, Vox se ha empeñado en importar obsesiones de sus compañeros que no parecen arraigar aquí; de la conspiración de Soros a la ambigüedad respecto a las vacunas o, ya fuera de Europa, las vallas fronterizas y la permisibilidad de Trump con las armas.

Es el problema de los nacionalismos: que aunque se parecen mucho, al mismo tiempo están basados en las diferencias, reales o imaginarias.

Una de las paradojas de la globalización (y les ruego que disculpen el trabalenguas) es que obliga a los partidos antiglobalización a buscar alianzas globales para desarrollar su programa desglobalizador. A los viejos movimientos antiglobalización izquierdistas de principios del milenio, que promovían una suerte de localismo idílico amparado por el viejo internacionalismo progresista y el utopismo, esto les resultaba relativamente fácil. A los nuevos antiglobalizadores de derechas, que quieren formar alianzas de naciones cristianas con poca o ninguna inmigración y exaltan el nacionalismo económico e identitario, la tarea les está resultando muy difícil.

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