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Rusia no está aislada: tiene de su lado a la mayoría de la población mundial
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Ramón González Férriz

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Rusia no está aislada: tiene de su lado a la mayoría de la población mundial

Aunque en Occidente pensemos que Vladímir Putin se ha quedado solo, buena parte del planeta, por razones económicas o ideológicas, no está en su contra

Foto: Putin y Xi Jinping, en una cumbre de 2019. (Getty/Pool/Fukuhara)
Putin y Xi Jinping, en una cumbre de 2019. (Getty/Pool/Fukuhara)
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Vivimos en una falsa unanimidad. La inmensa mayoría de los medios occidentales muestran las atrocidades que los rusos han cometido en Bucha y Mariúpol. Incluso algunos partidos europeos que tenían vínculos fuertes y explícitos con Vladímir Putin han intentado alejarse de él y le consideran el principal responsable de las matanzas en Ucrania. Las sanciones contra Rusia tienen el apoyo de la mayor parte de la población europea, e incluso Alemania, que en las últimas décadas ha mantenido intensas relaciones comerciales con Rusia y depende mucho de sus combustibles, está rompiendo esos vínculos y se muestra dispuesta a pagar el alto precio que eso supone. Suecia y Finlandia están debatiendo sumarse a la OTAN 70 años después de su fundación.

Se diría que todos, con las excepciones habituales de la izquierda dura española e italiana, la derecha autoritaria estadounidense y francesa, y los 'bots' de Twitter, estamos unánimemente escandalizados por la belicosidad de Rusia.

Foto: Putin, en una escuela de aviación en Moscú. (Reuters/Klimentyev) Opinión
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Pero no es así. Un parte importante del mundo apoya a Vladímir Putin o, en todo caso, es ambivalente con respecto a su guerra.

Medio mundo a favor

Ese medio mundo, que incluye a China, India y zonas relevantes de África y América Latina —países que albergan a bastante más de la mitad de la población del planeta—, no se enfrenta a Rusia, en parte, por razones económicas.

Foto: Los presidente de Rusia y China, Vladímir Putin y Xi Jinping, reunidos en una imagen de archivo. (Getty/Ed Jones)

Existe la creciente sensación de que al Gobierno de Xi Jinping, cuya amistad con Rusia “no tiene límites”, según firmaron ambas partes antes de la guerra, no le ha gustado nada la ostentación belicosa de su socio preferente. Al mismo tiempo, China está interesada en comprar petróleo barato —si quiere quedarse también con el gas, tendrá que invertir un poco más— y en convertir a Rusia en una especie de colonia de la que obtener materias primas y en un mercado cautivo de sus bienes manufacturados y su tecnología. (La élite rusa es consciente de que su dependencia de China va a crecer, pero está convencida de que será una relación de igual a igual, como afirmaba recientemente el exasesor del Kremlin Serguéi Karaganov: yo apuesto por que a medio plazo no será así). Es una gran noticia que China no haya dado armas a Rusia y que, aunque rechace las sanciones, se pliegue a algunas de ellas. Sin embargo, no hay que esperar mucho más de China, ni siquiera una mediación entre Ucrania y Rusia, como se le ha pedido en varias ocasiones.

Más dudas genera India: esta, al igual que China, uno de sus archirrivales, condena las sanciones a Rusia. Como afirmaba hace poco en la revista 'Política Exterior' Josep Piqué, exministro de Asuntos Exteriores, India recibe de Rusia sus “sistemas sofisticados de armas, sus submarinos de propulsión nuclear, misiles hipersónicos y otros equipos militares”, además de petróleo a bajo coste. Estados Unidos está presionando al primer ministro, Narendra Modi, para que rompa vínculos con Rusia e incluso deje de consumir su petróleo, pero el Gobierno indio reprocha a Estados Unidos su salida de Afganistán, que genera inestabilidad en su zona y fortalece a Pakistán, su otro archirrival, y en general su desinterés por la seguridad de su país. Además, India cree que si mantiene relaciones comerciales y militares con Rusia impide, al menos en parte, que esta se lance por completo en brazos de China.

Foto: Plenario del Partido Comunista de China en Pekín, el pasado día 8. (Reuters/Carlos García Rawlins) Opinión

En Latinoamérica, el Gobierno brasileño ha afirmado que adoptará una postura neutral en la guerra, al tiempo que ha reconocido ver en ella una gran oportunidad económica para el país y su inmensa maquinaria de exportación agrícola y ganadera. Alberto Fernández, el presidente argentino, afirmó durante una visita a Moscú antes de la guerra que su país debía ser “una puerta de entrada para que Rusia ingrese en América Latina”. Parte de ese intento, reconoció, era "dejar la dependencia tan grande" que su país tiene de Estados Unidos. Más tarde, intentó mantener una posición ambigua con respecto a la invasión y cuando por fin la condenó, lo hizo ostensiblemente a regañadientes.

No es solo la economía

Sin embargo, haríamos mal en interpretar el apoyo o la ambivalencia de buena parte del mundo ante el expansionismo nacionalista ruso como una simple cuestión económica o de cálculo geoestratégico. Como todos los acontecimientos políticos, esta guerra implica importantes cuestiones económicas. Pero, en contra de quienes tienden a ver el mundo como una simple suma de intereses materiales, esta es sobre todo una guerra nacionalista, que enfrenta ideas, valores y visiones del mundo contrapuestos. En parte, se trata del choque entre el autoritarismo de Putin y el liberalismo de la Unión Europea que Ucrania esperaba replicar. Pero se trata también del resentimiento ideológico acumulado durante siete décadas de dominio occidental, tres de ellas bajo el liderazgo unipolar de Estados Unidos.

Buena parte del mundo siente un rencor por Occidente que no carece de motivos fundados —Occidente, debemos recordar también sus defensores, ha sido brutal, arbitrario y desdeñoso en muchas ocasiones— y siempre preferirá una alianza con sus adversarios, sea esta fuerte o débil, que darle la razón o reforzar su visión del mundo. China, India o numerosas excolonias europeas en América y África están convencidas de que es mejor hacer hincapié en su recelo hacia Occidente que en el hecho de que Rusia se ha equivocado de manera dramática.

Rusia no está aislada

De modo que, a diferencia de lo que nos gusta pensar en Occidente, Rusia no está aislada. Sí lo está de sus principales mercados, y es dudoso que la interacción con los países con los que mantiene alianzas pueda compensar las pérdidas derivadas de su ruptura con Occidente. Pero solo es un paria para nosotros, no para la mitad larga del mundo.

Putin ha conseguido algo inesperado: unificar a Occidente, hasta el punto de que, probablemente, la OTAN va a ampliarse de nuevo y expandir sus fronteras hacia el este. Con todo, no deberíamos engañarnos. Occidente es la mayor potencia económica, cultural y militar del mundo. Se podría considerar que también Japón, Australia y Nueva Zelanda forman parte de Occidente por sus sistemas políticos y de valores. Aun así, Occidente está poco acompañado en su condena del régimen expansionista de Rusia.

Vivimos en una falsa unanimidad. La inmensa mayoría de los medios occidentales muestran las atrocidades que los rusos han cometido en Bucha y Mariúpol. Incluso algunos partidos europeos que tenían vínculos fuertes y explícitos con Vladímir Putin han intentado alejarse de él y le consideran el principal responsable de las matanzas en Ucrania. Las sanciones contra Rusia tienen el apoyo de la mayor parte de la población europea, e incluso Alemania, que en las últimas décadas ha mantenido intensas relaciones comerciales con Rusia y depende mucho de sus combustibles, está rompiendo esos vínculos y se muestra dispuesta a pagar el alto precio que eso supone. Suecia y Finlandia están debatiendo sumarse a la OTAN 70 años después de su fundación.

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