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Cuatro cosas que no sabemos (y cuatro que sí) sobre la nueva guerra fría
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Ramón González Férriz

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Cuatro cosas que no sabemos (y cuatro que sí) sobre la nueva guerra fría

Ese fue el principal mensaje de la cumbre de Madrid celebrada esta semana. A un lado, está Occidente y al otro China y un Estado cada vez más irrelevante en términos comerciales, pero muy importante en términos militares: Rusia

Foto: El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, durante la rueda de prensa ofrecida en la segunda jornada de la cumbre de la OTAN. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, durante la rueda de prensa ofrecida en la segunda jornada de la cumbre de la OTAN. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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1. Sabemos que la OTAN ha asumido que nos encontramos en una Guerra Fría. Ese fue el principal mensaje de la cumbre de Madrid celebrada esta semana. A un lado, está Occidente (Estados Unidos, una parte relevante de Europa, algunos países asiáticos con un modelo liberal, como Nueva Zelanda, Australia, Corea del Sur y Japón, y Turquía, quizá el país menos democrático del bloque), y al otro China y un Estado cada vez más irrelevante en términos comerciales, pero muy importante en términos políticos, militares y geográficos: Rusia. China no está cómoda con la declaración de una guerra fría, porque es el país al que mejor le ha ido con el 'statu quo' de la globalización y no quiere que este cambie; a Rusia, en cambio, la globalización le ha convertido en un eximperio con ínfulas incapaz de crecer, por lo que asume que una nueva guerra fría puede beneficiarle, al menos por lo que respecta a su estatus global. Eso es lo que siempre desean los nacionalistas: ser relevantes, aunque sea por los motivos equivocados. Países como Alemania, Francia, España o Italia entrarán en este nuevo orden global a regañadientes, porque preferirían mantener una buena relación con China, aunque intenten limitar su influencia tecnológica e ideológica, pero no tendrán más remedio que hacerlo. La crítica de que así su soberanía quedará sometida a la estadounidense es en parte cierta.

2. No sabemos qué papel tendrá la cultura en este nuevo choque de valores. Aunque ahora nos parezca extraño o anacrónico, en buena medida la Guerra Fría anterior se libró en el campo de la cultura. Entonces, la literatura, el cine, la música e incluso la pintura no solo reflejaron ideas políticas distintas, sino que encarnaron de manera contrapuesta valores como la igualdad, la libertad o la democracia. Estados Unidos subvencionó giras de músicos de jazz por Oriente Medio y África para promocionar su idea de libertad capitalista, puso los medios para que el rock se escuchara en Europa del Este, porque consideraba que su valor subversivo hablaba bien de la democracia liberal, y promocionó con mucho dinero la pintura abstracta, a la que consideraba superior y más libre que el realismo soviético. La Unión Soviética, mientras tanto, subvencionaba a los escritores comprometidos occidentales a través de los Partidos Comunistas locales, organizaba giras del teatro Bolshói por medio mundo y vendía sus dibujos animados a las televisiones occidentales, para que los niños crecieran con una visión comunitarista. Hoy, el campo de batalla está en los medios de comunicación y, novedosamente, en la tecnología y sus nuevos soportes. Pero si miramos bien, veremos cómo se repite la experiencia propagandística de la Guerra Fría anterior.

Foto: Ursula von der Leyen y Volodímir Zelenski. (EFE/Sergey Dolzhenko) Opinión
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3. Sabemos que la nueva situación requerirá un gasto público mucho mayor por parte de los países occidentales. El más evidente de ellos, en defensa: Reino Unido se ha comprometido a gastar un 2,5% de su PIB en defensa al final de esta década, casi medio punto más que en la actualidad. Alemania ha anunciado que en su próximo presupuesto destinará 100.000 millones de euros a renovar su aparato militar. El presidente español, Pedro Sánchez, ha prometido que el Gobierno invertirá en defensa 7.200 millones de euros para aumentar el presupuesto militar, lo que supone pasar del 1,4% al 2% del PIB, entre ahora y 2029. No serán los únicos gastos extra que implicará esta nueva guerra fría: países como Estados Unidos, Alemania, Reino Unido o la propia UE están dando ayudas millonarias a fondo perdido a Ucrania, y algo parecido tendrán que hacer si otras naciones situadas en la frontera entre los dos bloques necesitan ayuda. Esto, además, se produce en un momento en el que en muchos países la inflación ronda el 10%, en algunos la deuda supera el 100% del PIB, la ortodoxia económica recomienda más bien la contención del gasto público y algunos partidos conservadores y economistas empiezan a alarmarse.

4. No sabemos si esta guerra fría hará que nuestro bloque, Occidente, se vuelva más de izquierdas o más de derechas. Durante la mayor parte de la Guerra Fría, entre el final de la Segunda Guerra Mundial y mediados de los años setenta, en la mayor parte de Occidente hubo un consenso intervencionista: incluso los partidos conservadores eran partidarios de grandes inversiones públicas ("Ahora todos somos keynesianos", dijo con resignación el republicano Richard Nixon al asumir que su Gobierno, en contra de sus principios, debía gastar y regular más), el estado de bienestar fue creciendo gradualmente hasta reducir de manera extraordinaria las desigualdades sociales en los países ricos y los sindicatos se integraron definitivamente en la gobernanza de las empresas y el ejercicio del 'lobby político'. A mediados de los setenta, eso cambió de forma drástica. La Guerra Fría continuó, pero se enfrentó desde una óptica radicalmente distinta: la mejor manera de hacerlo ya no era desde la cohesión social, por medio de la gran redistribución, afirmaron nuevos líderes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher, sino exaltando las virtudes de la competencia, el mérito y el premio a los triunfadores. No está claro cómo enfrentaremos el arranque de esta nueva guerra fría. Parece evidente que el consenso económico se ha desplazado hacia la izquierda, pero también lo es que la reacción conservadora ha llegado antes de lo que cabría haber esperado hace solo un par de años, tras el estallido de la pandemia.

Foto: El presidente de Gobierno, Pedro Sánchez, en una entrevista en La Sexta.

5. Sabemos que los adversarios interiores del establishment occidental se aliarán con el otro bando. En eso, la nueva guerra fría se parecerá a la anterior. Quienes, siendo de izquierdas o de derechas, consideren que el modelo liberal está agotado, es ineficiente o excesivamente progresista, no dejarán de destacar los méritos de los regímenes del otro bando. No negarán que el Gobierno ruso tiene su buena dosis de problemas, pero exaltarán su nacionalismo antioccidental, su rechazo al capitalismo y su búsqueda constante de formas de organización comunitaristas. Asumirán que el Gobierno chino es autoritario y en ocasiones brutal, pero envidiarán su planificación económica, su capacidad para garantizar un orden social que expulsa a los disidentes y, con el tiempo, su papel de abanderado de la soberanía de los pueblos (excepto en el caso de Taiwán). La diferencia con el pasado, como se ve, es que si en la anterior guerra fría solo los izquierdistas occidentales tenían una idea romántica o cínica del socialismo soviético, hoy también la derecha radical ve virtudes enormes en los sistemas de nuestros adversarios.

6. No sabemos cómo es una guerra fría en la que los dos bloques son tan interdependientes económicamente. Cuando pensamos en la Guerra Fría que ordenó la política global entre el final de la Segunda Guerra Mundial (1945) y la caída del Muro de Berlín (1989), uno de los hechos más destacables es que la relación económica entre los dos bloques era escasa. Había gestos, préstamos y algo de comercio entre las partes. Pero su volumen no era comparable con el de las transacciones que tienen lugar ahora entre China y el resto del mundo, incluidos sus adversarios. En 2020, China exportó por valor de 164.900 millones de dólares a Estados Unidos, e importó de este por valor de 450.400 millones. ¿Cómo declaras una guerra, aunque sea fría, cuando existe una relación económica tan estrecha? Es algo que descubriremos paulatinamente, y para lo que no sirve mucho el modelo de la anterior guerra fría.

Foto: Macron y Scholz en Berlín. (EFE/Clemens Bilan)
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7. Sabemos que muchos países del mundo no están cómodos con la idea de entrar en una nueva guerra fría. Algunos, como India, o buena parte de los de África y América Latina, repetirán la experiencia de los llamados Países No Alineados, que en la anterior guerra fría prefirieron no vincularse a un bloque concreto. Políticamente, eran contrarios a la hegemonía de Occidente, pero económicamente eran conscientes de los beneficios que suponían sus inversiones, sus compras de materias primas y el apoyo político a sus regímenes iliberales. En el mundo actual, estos países pueden beneficiarse mucho de la lucha entre los dos bloques y se ofrecerán en legítima subasta: el que invierta más en sus infraestructuras, en su defensa o en su producción, se llevará su cariño. Pero este siempre será reversible y no tardarán en aparecer los disgustos. Algunos países africanos que en los últimos años han recibido inversiones chinas para la explotación de sus recursos, por ejemplo, han descubierto que sus exigencias no son muy distintas de las de sus tradicionales metrópolis occidentales.

8. No sabemos qué papel ocupará España en esta nueva realidad geopolítica. Por el momento, los dos grandes partidos, PSOE y PP, son nítidos partidarios de que España se integre, sin demasiadas fisuras ni críticas, en el bloque atlantista de esta nueva guerra fría (lo cual es una buena noticia). Podemos se opone tenuemente y Vox mantiene un silencio revelador. Es importante que el país se comprometa con una lucha que no solo será económica y geopolítica, sino también de valores. Pero también lo es que asuma que sus decisiones estarán muy constreñidas por la nueva realidad, sobre todo, como se vio en la cumbre de la OTAN, por lo que respecta a su frontera sur, que es donde se encuentran los verdaderos conflictos de la política exterior española. En este nuevo contexto global, ¿hizo bien España en abrazar sin demasiadas ambigüedades la nueva relación que le proponía Marruecos? En caso de repetirse el 'procés', cosa que probablemente sucederá, ¿hasta qué punto el bloque adversario ayudará al nacionalismo catalán (el Gobierno ruso ya lo hizo en la anterior ocasión) y hasta qué punto este se dejará ayudar? Una parte relevante de las exportaciones españolas van a China (en 2021, el 10,3% del total, solo por debajo de Alemania y Francia); ¿cómo puede verse eso afectado por el hecho de que España se integre tan decidida, y correctamente, en un bloque que considera a China un adversario?

También nuestro jamón parece jugársela en esta nueva guerra fría. Y las cosas que no sabemos son tantas como las que sí.

1. Sabemos que la OTAN ha asumido que nos encontramos en una Guerra Fría. Ese fue el principal mensaje de la cumbre de Madrid celebrada esta semana. A un lado, está Occidente (Estados Unidos, una parte relevante de Europa, algunos países asiáticos con un modelo liberal, como Nueva Zelanda, Australia, Corea del Sur y Japón, y Turquía, quizá el país menos democrático del bloque), y al otro China y un Estado cada vez más irrelevante en términos comerciales, pero muy importante en términos políticos, militares y geográficos: Rusia. China no está cómoda con la declaración de una guerra fría, porque es el país al que mejor le ha ido con el 'statu quo' de la globalización y no quiere que este cambie; a Rusia, en cambio, la globalización le ha convertido en un eximperio con ínfulas incapaz de crecer, por lo que asume que una nueva guerra fría puede beneficiarle, al menos por lo que respecta a su estatus global. Eso es lo que siempre desean los nacionalistas: ser relevantes, aunque sea por los motivos equivocados. Países como Alemania, Francia, España o Italia entrarán en este nuevo orden global a regañadientes, porque preferirían mantener una buena relación con China, aunque intenten limitar su influencia tecnológica e ideológica, pero no tendrán más remedio que hacerlo. La crítica de que así su soberanía quedará sometida a la estadounidense es en parte cierta.

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