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La distopía argentina (I)

Cómo un país rico, prometedor, poderoso y con infinitos recursos pasó a convertirse en un territorio arrasado por la corrupción, la ambición y el poder desenfrenado

Foto: La 'Casa Rosada', sede del Gobierno de Argentina. (REUTERS/Marcos Brindicci)
La 'Casa Rosada', sede del Gobierno de Argentina. (REUTERS/Marcos Brindicci)

Hubo una vez una Argentina fabulosa que abrió sus puertas de par en par para recibir a millones de inmigrantes y personalidades llegadas de todas partes del mundo. Estaba todo por hacer, era un país joven, prometedor, con enormes posibilidades de prosperar.

En 1939 estalló la II Guerra Mundial provocando que millones de personas huyeran del espanto. Hambre, miseria por todas partes. El puerto de Buenos Aires se convirtió en el centro de acogida de aquellos seres llenos de esperanza que, con su trabajo, ganas y voluntad, perfilaron lo que sería la gran Argentina. La consolidaron, le dieron forma y consistencia.

placeholder El Puerto Comercial de Buenos Aires en la actualidad. (EFE/Demian Alday Estévez)
El Puerto Comercial de Buenos Aires en la actualidad. (EFE/Demian Alday Estévez)

Un militar y político advenedizo de gran astucia llamado Juan Domingo Perón, confeso admirador de Mussolini y Hitler, asumió la presidencia de la nación en 1946. Casado con Eva Duarte, una mala actriz de origen humilde en busca de una oportunidad que la desagraviara de la humillación de ser hija ilegítima de un terrateniente, abordaron juntos la formidable tarea de transmutarse en mito.

Ahí nació el peronismo, simiente del más rancio populismo, instalado en el país como la génesis de una nueva religión. Aparecieron en un momento crucial de la historia cuando Europa —rota y hambrienta— necesitaba alimentos y Perón y Evita, cual redentores, se los proporcionaron. Argentina, devenida en granero del mundo, logró así un sitio preponderante en el panorama internacional.

Foto: Un trabajador sentado al lado de una imagen de Juan Domingo Perón y su mujer Eva. (Reuters)

Con las arcas del Estado llenas, el gobierno se abocó a crear leyes y reformas para dar a los trabajadores la dignidad y el bienestar que nunca habían conocido, pasando a obtener un protagonismo e identidad absolutos. Con esta fuerza activamente operativa se consolidó la industria como pilar primordial de la economía. Se aprobó la ley de voto femenino, se creó el Banco Central, se incrementó la obra pública, se ofreció acceso al trabajo, la salud, la educación, la vivienda social. También el impuesto a las grandes rentas.

Y Evita arremetía con alma vengadora contra la oligarquía opresora y vil, convirtiéndose en la madre que defiende con su vida los derechos de sus descamisados. Todo muy lírico, muy épico, pero en definitiva un caramelo envenenado, una doctrina que instigó el antagonismo entre “ricos y pobres”, como si los ricos no fueran una fuente generadora de trabajo y bienestar.

placeholder Un hombre camina frente a un mural en honor a Eva Perón en Buenos Aires. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)
Un hombre camina frente a un mural en honor a Eva Perón en Buenos Aires. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

En julio de 1952 Evita fallece a los 33 años, dejando a Perón solo, debilitado, con el país en declive económico y financiero, rodeado de enemigos y enfrascado en una cruenta guerra contra la Iglesia, decisión que representó el principio de la caída. Tres años más tarde es derrocado y una junta militar asume el gobierno.
Perón se exilia en España. En los 70 aparecen dos organizaciones guerrilleras: Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), ambos movimientos de ideología revolucionaria. Tras una sucesión de presidentes surgidos de golpes de estado, regímenes de facto y tres elegidos democráticamente, en 1973 el líder peronista regresa al país para asumir un tercer gobierno.

Solo un año más tarde, enfermo y desgastado, delega las funciones presidenciales en su esposa María Estela Martínez de Perón —una exbailarina de cabaret —, secundada por un personaje siniestro: José López Rega, creador de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) integrada por mercenarios, agentes de inteligencia y exmilitares y responsable de unos 2.000 asesinatos. Su actividad decayó en 1976 tras el golpe de estado y la instauración de un gobierno militar que se ocupó de continuar —por sus propios medios— con la ejecución de políticos y la desaparición de miles de sospechosos virtualmente comunistas y personajes considerados de izquierdas.

Foto: Un hombre sentado ante su casa en el barrio Villa 15, en Buenos Aires. (Reuters)

Aquellos 7 años de dictadura sumieron al país en un baño de sangre. El sueño rebelde Montonero, la idea de cambiar el rumbo de la historia, la manipulación de sus dirigentes lanzando a su fuerza de choque integrada por jóvenes idealistas a una guerra imposible de ganar resultó demoledora. Ambos bandos —militares y revolucionarios— dejaron un rastro de dolor y víctimas.

Si bien la cantidad de desaparecidos por acción de los militares fue claramente mayor —las cifras varían según las fuentes— Montoneros y ERP provocaron la muerte de unas 1.100 personas. Sus nombres no aparecen en ningún memorial, sus parientes jamás han recibido indemnización alguna ni reconocimiento. Un enorme porcentaje de ellos eran civiles. Si utilizamos el penoso argumento de “daño colateral” tendremos siempre una deuda con la historia. Una historia que es escrita de modo tramposo e injusto si no se asumen los hechos tal cual se produjeron.

placeholder Carteles durante una marcha por el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, que recuerda el golpe militar de 1976. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)
Carteles durante una marcha por el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, que recuerda el golpe militar de 1976. (EFE/Juan Ignacio Roncoroni)

Finalmente, en 1983 llega la tan ansiada y necesaria democracia. Raúl Alfonsín, un político de raza del partido Radical, asume el gobierno de un país en duelo por tanto crimen evitable. El peronismo se consolida como fuerza opositora y embiste con su maquinaria demoledora, presiona, suma a sindicalistas, negocia con líderes empresariales, flirtea con antiguos enemigos ideológicos, manipula las masas. Hasta que, en 1989, el presidente anuncia elecciones anticipadas siete meses antes de la entrega del mando.

Durante los siguientes 14 años una sucesión de gobiernos peronistas se afianzó en el poder desplegando la batería populista, asumiendo su rol de sucesores ideológicos del imaginario de Perón y Evita. Definir esas claves doctrinales resulta un trabajo arduo: toques de izquierda con guiños fascistas, gestos dictatoriales, eventualmente pseudo-revolucionarios, fuegos de artificio demagógico, utilización de la pobreza como artefacto de control, discurso narcotizante.

En medio, en el año 2002, el político Radical Fernando de la Rúa recibe el bastón de mando, pero, una vez más, en menos de un año los populistas lo barren del poder, obligándolo a abandonar el sillón presidencial.

Foto: Ezra Pound. (Dominio público)

Y, finalmente, en 2003 el resultado de la consulta en las urnas da por ganador a Néstor Kirchner, político sureño astuto y codicioso casado con Cristina Fernández de Kirchner, una pareja que representa la quintaesencia de la ambición descontrolada. Nadie olvida la imagen de Néstor, en aquel momento Gobernador de Santa Cruz, abrazando una caja fuerte con ojos desorbitados, como en éxtasis. A raíz de una enfermedad lo sucedió su esposa, quien ganó las elecciones en 2007.

Ambos quisieron emular a Perón y Evita, pretendieron representar —de cara a la galería— la continuidad de la utopía peronista, pero no hicieron otra cosa que gestar un país distópico, la triste sombra de lo que fue, un paradigma de nación convertida en rescoldos.

Cristina Kirchner, la reina de la corrupción, el cerebro patógeno y arrogante que llevó a Argentina a una caída en picado que aún no encuentra freno, es actualmente vicepresidenta de Gobierno.

* Vilma Ortiz es periodista hispano-argentina y experta en comunicación. Ha vivido y trabajado 30 años en Barcelona y ha dirigido su propia agencia de comunicación. Hace 10 años volvió a Buenos Aires.

Hubo una vez una Argentina fabulosa que abrió sus puertas de par en par para recibir a millones de inmigrantes y personalidades llegadas de todas partes del mundo. Estaba todo por hacer, era un país joven, prometedor, con enormes posibilidades de prosperar.

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