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Siempre hay alguien más nacionalista que tú
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Ramón González Férriz

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Siempre hay alguien más nacionalista que tú

Los nacionalistas compiten más con sus propios nacionales que con los extranjeros. Pero también parece que últimamente lo hacen, sobre todo, entre sí

Foto: Vladímir Putin. (Reuters/Sputnik)
Vladímir Putin. (Reuters/Sputnik)
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El problema de ser nacionalista es que siempre acaba saliendo alguien más nacionalista que tú. En Italia, donde esta semana se celebran elecciones generales, la Liga representó durante décadas las corrientes más duras del antieuropeísmo, la antiinmigración, el rechazo al euro y la explotación de las diferencias entre el norte y el sur. Pero justo cuando llegó al poder y se integró en el Gobierno nacional, con Matteo Salvini como líder, Hermanos de Italia, liderado por Giorgia Meloni, experimentó un inmenso auge con un discurso nativista aún más radical. Hoy, aunque la propuesta ideológica de la derecha italiana se ha transformado mucho, el hecho es que Meloni será la próxima primera ministra del país, y no Salvini.

Esquerra Republicana de Catalunya lideró, durante décadas, el independentismo; miraba por encima del hombro lo que consideraba el tibio nacionalismo de Convergència i Unió y Gabriel Rufián llegó a decir sutilmente que Carles Puigdemont era un traidor cuando este dudó si seguir adelante con la declaración de independencia. Hoy, es Junts per Catalunya el que ha adoptado un independentismo más rocoso y, en ocasiones, delirante. Tanto, que ERC y Pere Aragonès y el propio Rufián intentan poner cara de estadistas prudentes, mientras se dan cuenta de que han perdido el monopolio de la radicalidad.

Foto: Gorbachov y Putin, en Alemania en 2006. (Getty Images/Andreas Rentz) Opinión
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Lo mismo puede decirse de otros casos recientes en Europa: a Le Pen la adelantó por la derecha Éric Zemmour, el fracasado candidato presidencial que llevó el nacionalismo francés a nuevos extremos. La historia de Alternativa por Alemania ha sido la de una pugna constante entre quienes querían un partido nacionalista y conservador aceptable y los que querían que fuera más allá, abrazara las tesis negacionistas del nazismo e incluso su legado. Dinamarca, Países Bajos, Suecia, Finlandia… Incluso en Hungría existe un partido más nacionalista que Fidesz, el partido del primer ministro, Viktor Orbán: el Movimiento Nuestra Patria, que se separó del también radical y nacionalista Jobbik por considerar que se había moderado. Y en Polonia, el Movimiento Nacional compite en dureza con Ley y Justicia, el partido de derecha nacionalista que ocupa el poder.

Es una dinámica que se da en casi todos los países europeos donde se ha producido un fuerte auge del nacionalismo. Y es algo que también sucederá pronto en España: el choque entre Macarena Olona y Santiago Abascal puede ser simplemente fruto del ego y la lucha por el poder, pero mi apuesta es que no tardará en convertirse en una pugna por esclarecer quién representa una versión más depurada del nacionalismo español. Lo cual generará una dinámica en la que nos estamos adentrando poco a poco: la competición partidista, intrapartidista, mediática y cultural por dirimir quién es más español y merece liderar intelectual y políticamente el movimiento.

Foto: La diputada de Vox Inés María Cañizares en una rueda de prensa en el Congreso de los Diputados. (EFE/J. J. Guillén)

El ejemplo más extremo de esta tendencia lo hemos visto estos días en Rusia, tras la debacle militar que ha sufrido el país en el este de Ucrania. Es, como digo, un caso extremo, y en muchos sentidos no se puede comparar con los anteriores, puesto que el nacionalismo del Estado ruso es violento y, por lo tanto, de una naturaleza distinta. Pero la dinámica es la misma: Vladímir Putin y su régimen eran la encarnación del nacionalismo ruso, apenas tenían resistencia intelectual ni competencia más allá de la permitida y teledirigida por Rusia Unida, el partido nacionalista dominante. Putin era blando cuando le convenía parecer razonable y duro cuando lo necesitaba, y podía coordinar el clima social con sus decisiones utilizando la retórica nacionalista.

Sigue siendo capaz de hacerlo, pero cuando ayer anunció que Rusia iba a movilizar a los reservistas y a anexionarse unilateralmente cuatro provincias ucranianas, y amenazó con utilizar armas nucleares, no solo se trató de una respuesta al fracaso militar, sino al surgimiento de voces que exigían a Putin más nacionalismo, más violencia, más dureza y más sacrificios en nombre de la nación y el Estado de Rusia. Sin duda, el Gobierno sigue controlando los mensajes que se emiten en los programas políticos de la televisión, pero, durante unos días, algunos comentaristas adelantaron a su líder por la derecha. El nacionalismo que él mismo ha alimentado durante dos décadas pareció, durante unos momentos, escapársele de las manos. De ahí la escalada.

No solo se trató de una respuesta al fracaso militar, sino al surgimiento de voces que exigían a Putin más nacionalismo

Eso se debe a que la naturaleza del nacionalismo siempre es, a corto, medio o largo plazo, escalar: se ve obligado por una concepción mesiánica de la sociedad, la cultura y el poder. Pero, como probablemente también se verá en Rusia, con el tiempo surge el mismo problema: muchas veces, el pacto del nacionalismo con sus sociedades no exige a estas una movilización continua, solo les pide que dejen a sus élites hacer y deshacer a su antojo a cambio de cierta estabilidad y prosperidad para los ciudadanos comunes. Sin embargo, con el tiempo, la ideología nacionalista acaba exigiendo sacrificios materiales debidos al proteccionismo económico, su concepción orgánica de la sociedad (inevitablemente clasista), la aversión al liberalismo económico y las soluciones de mercado, la prevalencia dada a los sectores controlados por la élite nacionalista, los espasmódicos requerimientos de una movilización temporal que sacie las visiones de los líderes… Entonces, el ensalmo duradero puede romperse, aunque en ese momento es probable que todo el daño esté ya hecho.

Foto: Vladímir Putin. (Reuters/Maxim Shemetov) Opinión
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El nacionalismo en Europa está mutando: aunque sea una ideología centenaria, sobrevive gracias a una enorme capacidad de adaptación a los tiempos. Es posible que, al menos en la UE, los nuevos tiempos requieran moderación: hasta los europeos occidentales más euroescépticos reconocen ahora el papel indiscutible de la Unión en la coordinación de políticas y, en el caso de los nacionalismos regionales, es más evidente que nunca que el coste de mover las fronteras resulta inasumible. Pero esa relativa moderación les estallará recurrentemente a los partidos nacionalistas asentados: surgirán emprendedores políticos dispuestos a señalar la traición a la causa original y la rapidez con que se han fusionado con la casta a la que decían despreciar. Ha sucedido en casi toda Europa. Sucederá en Vox. Los nacionalistas compiten más con sus propios nacionales que con los extranjeros. Pero también parece que últimamente lo hacen, sobre todo, entre sí.

El problema de ser nacionalista es que siempre acaba saliendo alguien más nacionalista que tú. En Italia, donde esta semana se celebran elecciones generales, la Liga representó durante décadas las corrientes más duras del antieuropeísmo, la antiinmigración, el rechazo al euro y la explotación de las diferencias entre el norte y el sur. Pero justo cuando llegó al poder y se integró en el Gobierno nacional, con Matteo Salvini como líder, Hermanos de Italia, liderado por Giorgia Meloni, experimentó un inmenso auge con un discurso nativista aún más radical. Hoy, aunque la propuesta ideológica de la derecha italiana se ha transformado mucho, el hecho es que Meloni será la próxima primera ministra del país, y no Salvini.

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