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UK: el mercado vapulea a quien cree que el mercado siempre tiene razón
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Ramón González Férriz

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UK: el mercado vapulea a quien cree que el mercado siempre tiene razón

Decisiones como estas del Gobierno británico demuestran que nadie es inmune a los delirios que genera la sobredosis de ideología

Foto: La primera ministra británica, Liz Truss. (Reuters/Pool/Dylan Martinez)
La primera ministra británica, Liz Truss. (Reuters/Pool/Dylan Martinez)
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A juzgar por lo sucedido en los últimos días en Reino Unido, se podría pensar que algunos economistas liberales tienen una comprensión de los mercados muy parecida a la que algunos intelectuales de izquierdas tienen de la clase obrera. De oídas.

Durante la campaña para convertirse en primera ministra británica, Liz Truss repitió una y otra vez consignas que una parte importante del establishment intelectual conservador de su país recibió con emoción. Su plan consistía básicamente en regresar a los principios básicos de la ortodoxia económica de derechas.

Los tories llevaban 12 años en el poder, pero no estaban gobernando como tal, reiteraban economistas de 'think tanks', caros consultores políticos y unos pocos columnistas de los periódicos conservadores. David Cameron, Theresa May y Boris Johnson habían adoptado los principios de un conservadurismo compasivo y exaltaban la sanidad pública como el mayor tesoro del Estado británico. Los dos últimos, en parte por motivos electorales y en parte como fruto de una mutación ideológica, pensaron que el futuro del conservadurismo británico pasaba por acercarse a los trabajadores del norte del país desengañados con la izquierda, aumentar el gasto público en cuestiones sociales, exaltar el patriotismo cultural y ser muy restrictivos con la inmigración. Era una de las interpretaciones posibles del Brexit: un conservadurismo nacionalista que redistribuyera el poder excesivo acumulado por las finanzas de la City y los cosmopolitas creativos concentrados en Londres hacia otras clases sociales más conectadas con el país real y otras regiones.

Pero una parte del partido y de los medios conservadores consideraron eso una especie de sacrilegio. Ellos habían defendido el Brexit, decían, para que Reino Unido, y dentro de él, Londres, fueran Singapore-on-Thames: un paraíso del libre mercado con impuestos muy bajos, que aprovechara la salida de la UE para despojarse de la mayor parte de la regulación y que espoleara la iniciativa privada de los británicos reduciendo el gasto público. En buena medida, la victoria de Truss fue un triunfo de esta sección del partido, que sintió que con ella volvía la derecha real en lugar de los remilgos tecnocráticos de su principal rival para el puesto, Rishi Sunak, y las ensoñaciones nacionalpopulistas de Boris Johnson.

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Y Truss se dispuso a complacerles en cuanto consiguió el puesto. Nombró ministro de finanzas a Kwasi Kwarteng, un historiador de la economía que había sido columnista del conservador 'Telegraph' y analista financiero de JP Morgan Chase y hecho una brillante carrera política en el partido conservador: de diputado raso a ministro en una década. Kwarteng forma parte del ala derecha del partido y es un hombre juicioso y moderno y con una visión muy clara de la economía de mercado. Y diseñó rápidamente un plan para sacar a Reino Unido de la crisis en la que se encuentra: una crisis muy parecida a la de los países de la UE, pero agravada por razones en buena medida derivadas del Brexit.

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El plan, presentado la semana pasada, consistía en un agresivo paquete que incluía recortes de impuestos de la renta, de tasas y de cotizaciones que no se compensarían con recortes de gastos, sino con un endeudamiento extra de 70.000 millones de libras. Y también el gesto intrascendente en términos macro, pero igualmente elocuente, de eliminar el límite de los bonus que pueden recibir los banqueros. Era un paquete nítidamente ideológico, fruto de años y años de informes, libros y discursos elaborados para devolver al partido conservador a los viejos buenos tiempos: el mayor recorte de impuestos en cincuenta años. Pero, al menos a corto plazo, fue un error catastrófico. La libra se desplomó. El gran aumento de la deuda disparó los bonos del Tesoro. El Banco de Inglaterra ha tenido que intervenir ante el “riesgo verosímil para la estabilidad financiera de Reino Unido” y ha anunciado una acción de emergencia consistente en la compra de 65.000 millones de libras en bonos para calmar a los mercados.

¿Cómo puede ser que un Gobierno recién nombrado, con reputación de sólido tras la teatralidad de Johnson, haya provocado este caos con su primera medida relevante? Hay dos razones complementarias. El plan se diseñó siguiendo una doctrina ideológica estudiada, debatida y defendida con ardor, pero que, simplemente, nunca se había implementado a esta escala, con esa rapidez y en unas circunstancias como las actuales. Era pura ideología. La consecuencia de más de una década de desprecio intelectual de toda opción económica que no fuera un regreso radicalizado a las políticas de los años ochenta. Obra de ideólogos embriagados con sus propias creencias e incapaces de ver lo que más debe tener en cuenta todo dirigente político: las consecuencias no deseadas de sus actos.

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La otra razón no es estrictamente económica. Tiene que ver con la idea que algunos políticos, sobre todo conservadores, tienen del lugar que Reino Unido ocupa en el mundo. Desde hace tiempo, escribió Janan Ganesh en el 'Financial Times', los líderes británicos se comportan como si su país fuera una gran potencia. Pensaron equivocadamente que podían negociar con la UE como si tuvieran un poder semejante. Pensaron que la pérdida de mercados europeos sería asumible por la fortaleza de otros. Pensaron que Estados Unidos aceptaría sin rechistar un acuerdo comercial beneficioso para las islas. Ahora han pensado, decía Ganesh, que podían actuar como si su moneda fuera la de reserva global, como si hubiera una demanda casi infinita de su deuda, como si pudieran generar inmensos déficits que luego ya se encontraría la manera de eliminar. Se han comportado como Reagan, decía Ganesh, pero con el pequeño detalle de no tener como moneda el dólar.

Resulta comprensible que una parte de los economistas liberales se impaciente con el nuevo consenso según el cual estamos más o menos condenados a regresar al intervencionismo, la política industrial y el aumento del gasto público. Tal vez tengan razón. Pero resulta elocuente ver ahora a los mercados vapuleando a quienes defienden que los mercados suelen tener razón. Decisiones como estas del Gobierno británico demuestran que nadie es inmune a los delirios que genera la sobredosis de ideología.

A juzgar por lo sucedido en los últimos días en Reino Unido, se podría pensar que algunos economistas liberales tienen una comprensión de los mercados muy parecida a la que algunos intelectuales de izquierdas tienen de la clase obrera. De oídas.

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