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2022 ha sido un mal año para los autócratas y quienes aspiran a serlo
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Ramón González Férriz

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2022 ha sido un mal año para los autócratas y quienes aspiran a serlo

Nuestras democracias siguen teniendo tantos problemas que sería necia cualquier forma de triunfalismo. Y, por supuesto, las dictaduras sobrevivirán

Foto: El presidente de Rusia, Vladímir Putin. (Reuters/Pool/Sputnik/Mikhail Metzel)
El presidente de Rusia, Vladímir Putin. (Reuters/Pool/Sputnik/Mikhail Metzel)
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Tras el estallido de la pandemia, un fantasma recorrió las democracias occidentales: ¿y si los regímenes autoritarios eran más efectivos? ¿Y si la capacidad de los gobiernos semidemocráticos o dictatoriales de tomar decisiones ignorando la opinión plural de la ciudadanía era mucho más práctica? ¿Acaso no había que sacrificar un poco de representatividad en aras de la eficacia, la prosperidad y el orden?

La respuesta a estas preguntas siempre fue no. Pero en 2022 esa negación se ha vuelto más evidente y llamativa.

El año empezó con la catastrófica determinación de Vladímir Putin de invadir Ucrania. Fue la prototípica decisión que toman los autócratas rodeados de gente que siempre les da la razón y les ofrece solo la información que les complace. Pero, a diferencia de lo que pensaba Putin, la población ucraniana no estaba dispuesta a recibir a sus tropas con los brazos abiertos, el Ejército ruso no era tan bueno como los generales le contaban y Occidente no iba a transigir con todo. A veces, las democracias son exasperantemente lentas, pero sus líderes siempre están mejor informados que los dictadores.

Foto: Soldados ucranianos lanzan un dron en el frente de Bakhmut. (Reuters/Leah Mills)

Durante este año, en Irán y China han estallado protestas con unos rasgos particulares que tienen pocos precedentes en las últimas décadas. En Irán, fue a causa de la muerte de Mahsa Amini, una joven que fue detenida por la policía de la moral del Gobierno por, supuestamente, no llevar el hijab de la manera adecuada. Según algunos testigos, Amini fue apaleada hasta la muerte por los agentes (el Gobierno sostiene que sufrió un ataque al corazón).

En China, las protestas empezaron por la política de covid cero del Gobierno de Xi Jinping, que ha seguido imponiendo cuarentenas y confinamientos mucho después de que se acabaran en los países occidentales; en parte, eso se debe a que las vacunas chinas son de peor calidad, hay más gente mayor que no se ha vacunado y el país dispone de unos servicios sanitarios con menos recursos. En un gesto típico del autoritarismo, el líder supremo iraní, Ali Khamanei, afirmó que los disturbios estaban provocados por agentes extranjeros que querían desestabilizar el régimen. Para un dictador, el pluralismo no existe: están, por un lado, los buenos ciudadanos y, por otro, los que están comprados por el extranjero. En China, como en todas las dictaduras, el Partido Comunista no entendió las quejas como una manifestación legítima de disenso —al covid cero se sumaron problemas laborales y un gran incendio—, sino como una muestra de que sus participantes no superaban el test de lealtad al régimen que se exige a todos los ciudadanos.

Foto: Un repartidor con equipo de protección duerme la siesta en la calle. (Reuters/Alex Plavevski)

No habrá un cambio de régimen en Rusia, Irán y China pese a los colosales errores de sus líderes. Lo cual es una razón más para entender que el mito de su eficacia es falaz: son tan ineficaces que ni siquiera son capaces de sustituir ordenadamente a quienes demuestran su incapacidad para estar al frente.

También en las democracias occidentales ha sido un mal año para quienes, sin ser remotamente comparables con Putin, Khamenei o Jinping, tienen tendencias autoritarias. Desde su derrota en las elecciones presidenciales de 2020, Donald Trump ha alimentado el mito de que estas fueron un fraude y ha seguido manteniendo el control del Partido Republicano. Sin embargo, en las elecciones del mes pasado, buena parte de sus candidatos a gobernador o legislador, mucho más caracterizados por la fidelidad a Trump que por su atractivo entre los electores, fueron derrotados. Muchos otros vencieron, pero parece que los conservadores estadounidenses se han cansado del victimismo y de los candidatos ineptos y monotemáticos.

Foto: Simpatizantes de Jair Bolsonaro el 2 de noviembre. Diego Vara / REUTERS
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Héctor Estepa. Río de Janeiro

En Brasil, Jair Bolsonaro perdió las elecciones ante Luiz Inácio Lula da Silva, un candidato que no llegaba a las elecciones con un historial precisamente limpio o particularmente ilusionante. En Francia, Éric Zemmour ha desaparecido como actor político tras su irrelevante papel en las elecciones presidenciales de 2021 y después de quedar tercero en su región en las elecciones legislativas de 2022, y Marine Le Pen ha tenido que nombrar un sucesor al frente de su partido. En Alemania, AfD, el partido de derecha autoritaria que llegó a ser el primero de la oposición en el Bundestag, se ha dejado llevar por teorías de la conspiración, hasta tal punto que uno de sus exdiputados fue detenido ayer por tramar un golpe de Estado contra el Gobierno del país. Syriza, el partido de izquierda radical que gobernó Grecia entre 2015 y 2019, no ha conseguido reducir los casi 10 puntos en intención de voto que lo separan de Nueva Democracia, el tradicional partido de centro derecha que gobierna el país, al que se enfrentará en las elecciones del próximo año. También hay elecciones el año que viene en Turquía. Allí, los sondeos señalan que no está claro que vaya a ganar Recep Tayyip Erdogan, que desde 2003 ha gobernado con un creciente autoritarismo. En España, los tres movimientos con fuertes tendencias autoritarias surgidos en la última década —el independentismo, Podemos y Vox— están sumidos en crisis internas y dilemas ideológicos que han frenado su ascenso, cuando no iniciado su decadencia.

Foto: Primer ministro húngaro, Viktor Orbán. (Reuters)

Por supuesto, hay excepciones a esta tendencia. Viktor Orbán sigue retorciendo la democracia en Hungría sin que eso parezca pasarle factura. En octubre de este año, Hermanos de Italia se convirtió en el partido más votado de su país y en líder de la coalición de gobierno. Además, muchos de los partidos y movimientos que parecen estar en decadencia pueden repuntar y recuperar posiciones. Como decía antes, no caerán los regímenes chino, iraní o ruso, pero tampoco el venezolano, el nicaragüense o el salvadoreño.

Sin embargo, al menos en las democracias es posible ver lo que los estadísticos llaman una "regresión a la media". Después de una década de profundo rechazo a las dos grandes ideologías tradicionales —el centro izquierda y el centro derecha—, es razonable afirmar que en 2022, poco a poco, las sociedades relativamente ricas de Europa y América han ido regresando a ellas. No con gran entusiasmo, sino probablemente porque han constatado que el populismo, los demagogos, el autoritarismo o cualquier otra versión del iliberalismo son increíblemente inoperantes.

Foto: Manifestante en Hong Kong. (Getty/Chris McGrath)

No lo celebremos todavía: nuestras democracias siguen teniendo tantos problemas que sería necia cualquier forma de triunfalismo. Y, por supuesto, las dictaduras sobrevivirán. Pero sí es razonable hacer un modesto brindis: 2022 ha demostrado que, en contra del aura de la que se han rodeado en los últimos años, todos estos movimientos no solo no son invencibles, sino que enseñan sus debilidades en cuanto las cosas se les complican.

Tras el estallido de la pandemia, un fantasma recorrió las democracias occidentales: ¿y si los regímenes autoritarios eran más efectivos? ¿Y si la capacidad de los gobiernos semidemocráticos o dictatoriales de tomar decisiones ignorando la opinión plural de la ciudadanía era mucho más práctica? ¿Acaso no había que sacrificar un poco de representatividad en aras de la eficacia, la prosperidad y el orden?

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