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Jesús López-Medel

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Luces de Navidad en… Ucrania

El impacto de las luces madrileñas me llevó inmediatamente a unas tierras blancas por las nieves y rojas por la sangre que las tiñe

Foto: Consecuencias de los bombardeos en Donetsk. (Reuters/Alexander Ermochenko)
Consecuencias de los bombardeos en Donetsk. (Reuters/Alexander Ermochenko)

Madrid. Calle Alcalá, próxima a Puerta del Sol. Salida del metro. Un torrente de luces asalta mis ojos frente a la antigua sede de Banesto (hoy un hotel y tiendas de lujo), próximo al Congreso. Una explosión de luminosidad y colorido. Los flashes de las cámaras y selfis inmortalizan lo que apenas un mes después será historia, acaso quedará en fotos... que en un mes se borrarán.

Las luces navideñas son una tradición universal con especial vinculación al comercio local, creando un ambiente que propicie e impulse las ventas/compras que parecen obligadas/deseadas en esas fechas. Está bien eso. También buscan crear un estado de ánimo en la ciudadanía que haga superar o dejar algo aparcadas o mitigadas las penurias, sean económicas o, especialmente, las personales, donde la salud, las ausencias recientes, los resquemores de las rupturas familiares o decenas de situaciones que nos arrastran a la tristeza requieren caricias.

La oscuridad del invierno tapa esto y las pupilas entristecidas pueden encontrar la chispa de unas luces de neón, logrando lo que mucho mejor consiguen los ojos de unos niños con su inmensa espontaneidad y pureza. ¿Cuándo la perdimos los mayores? Me temo que pronto.

Foto: Apagón en Lviv. (EFE/Mykola Tys)
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El impacto de esas luces madrileñas me llevó inmediatamente a unas tierras blancas por las nieves y rojas por la sangre que las tiñe. Ucrania forma parte de mis intensos momentos y vivencias más emotivos de mi vida pública. Once veces estuve en esa tierra y con esa gente. Mis viajes, siempre en misiones oficiales con la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), buscaban mi exilio del desencanto de la política nacional, ya en 2004, y me llevarían a aplicarme enteramente a los derechos humanos, la democracia y la ayuda humanitaria en países lejanos y cercanos al tiempo. Tuve la suerte de reorientar mi vida vacía de pulso político aquí, dedicándome a la dimensión humanitaria en lugares donde esto era muy necesario. La antigua URSS era un espacio muy idóneo.

Ucrania siempre estará en mi corazón. Mi amor a esa nación estaba solo un escalón por encima de mi admiración por Rusia, su pueblo y su cultura. Llegaría a pasar, de misión oficial, en Kiev un día de Navidad, un 25 de diciembre, hace 18 años. Era 2004. Desde allí enviaría un artículo a El Mundo titulado “Ucrania, libertad para decidir”. El día siguiente, festividad del mártir san Esteban, sería el triunfo de la revolución naranja y, al tiempo, el inicio del fracaso de esta. Lo primero exacerbaría el odio del Kremlin, como antes sucedería con la revolución de Georgia por su independencia. Seguiría yendo más y más veces, a lugares diversos como Crimea, Donetsk y Lugansk, luego invadidos.

Lo que sucedería en 2014, a modo de invasiones y desestabilizaciones de la integridad de un país soberano, sería los prolegómenos de lo que ningún Gobierno europeo quiso ver y sucedería este año 2022. El 24 de febrero se consumaron los tambores de guerra. Lo que fue una invasión de Putin y su maldita guerra ha desembocado en lo que es actualmente: un exterminio asesino de la población. Sabe aquel déspota que nunca ganará la guerra. Por eso, lo que hace es expandir una inmensa crueldad e inhumanidad. No están tan centrados en atacar a los militares ucranianos sino en las matanzas de la población: niños, ancianos, mujeres…

Foto: Hiroaki Kuromiya, experto en el Donbás. (Cedida)

Ucrania estará por siempre en mi corazón. Allí conocí a personas con los que mantengo contacto: Oksana, Anatolii… Mensajes, llamadas, el pulso, voces y latidos de unas personas con las que sigo en contacto. Relatos de noches pasadas en el metro o en refugios, de hijos pequeños puestos a salvo en países occidentales, angustias por los misiles caídos cerca de casas de civiles… Sufrimiento.

Ha decaído el interés de los españoles por ese lugar. Lógico. La gente se acostumbra a unas imágenes (las de Yemen o Congo ni salen en televisión) donde el dolor ajeno debe evitarse visualizar. Bastantes penurias tenemos aquí. Lo único que nos interesa de allá son los efectos en los precios, que en unos casos son consecuencia de lo que sucede y, en otros, del aprovechamiento inmoral e injustificado de esa excusa (la guerra) para, elevando precios, conseguir más beneficios, incluso de productos de alimentación más básicos.

Pero vuelvo a la salida de la boca del metro en Madrid. Las luces de allí son como las de tantos sitios: Santander, mi ciudad, a su nivel; Vigo, de modo prepotente y populista; Madrid, con elementos luminosos patrióticos, y tantas otras ciudades. Sí, tenemos derecho a la alegría y que nuestros munícipes, con el dinero de todos, la intenten estimular.

Foto: Rusia bombardea infraestructuras de energía clave en Kiev. (EFE/Servicios de emergencias de Ucrania)

Pero también tenemos derecho —y, acaso, la obligación— de exigir un poco de solidaridad, sea esta al menos de palabra o con un gesto comprometido. Estuve pendiente y rebusqué información sobre la puesta en marcha de la iluminación y ni una palabra de los alcaldes para recordar que mientras nosotros presumimos de luces navideñas, los ucranianos, con Kiev a la cabeza, están a oscuras todo el tiempo. Rusia lleva tiempo destruyendo centrales eléctricas. Pero el odio acaba destruyendo a quien lo aplica, como en la vida.

Ni menos aún encontré en sus discursos jactanciosos la expresión de que destinarían sus ayuntamientos una parte de lo gastado aquí para aquella gente. Pero nada de nada. Mientras, desde la España roja y gualda, uno de los principales países exportadores mundiales de armas, les regalamos estas, pero no bombillas o ayuda humanitaria. ¡Gloria a la patria y a los alcaldes!

*Jesús López-Medel. Expresidente de la Comisión de Derechos Humanos, Democracia y Ayuda Humanitaria de la OSCE (PA).

Madrid. Calle Alcalá, próxima a Puerta del Sol. Salida del metro. Un torrente de luces asalta mis ojos frente a la antigua sede de Banesto (hoy un hotel y tiendas de lujo), próximo al Congreso. Una explosión de luminosidad y colorido. Los flashes de las cámaras y selfis inmortalizan lo que apenas un mes después será historia, acaso quedará en fotos... que en un mes se borrarán.

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