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Ocho lecciones que el mundo debería haber aprendido en 2022
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Ramón González Férriz

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Ocho lecciones que el mundo debería haber aprendido en 2022

Cultiva tu ideología tanto como quieras, pero no creas que el mundo va a reaccionar ante ella como tú esperas

Foto: La ex primera ministra de Reino Unido Liz Truss. (Reuters/Pool/Toby Melville)
La ex primera ministra de Reino Unido Liz Truss. (Reuters/Pool/Toby Melville)
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Hace poco más de un año, mientras Rusia reunía efectivos militares en la frontera con Ucrania, los analistas seguían creyendo que su ejército era el segundo o el tercero mejor del mundo. Tras la invasión, buena parte de los líderes globales dio por hecho que esta culminaría sus objetivos en una semana y Occidente, impotente, se resignaría a una Ucrania controlada desde Moscú. Hoy sabemos que todas esas previsiones eran falsas, que se basaban en la propaganda rusa, y que el error de cálculo de Vladímir Putin —el primero, al parecer, en creerse su propia propaganda— ha cambiado por completo la economía global, los equilibrios entre Estados Unidos, la Unión Europea y China y el propio futuro de Rusia, mucho más oscuro hoy que hace un año. Lección: desconocemos las capacidades reales de los países hasta que no sucede una crisis, y no deberías iniciar una a menos que quieras que los demás conozcan tus verdaderos valores y capacidades.

En los seis últimos años, Donald Trump ha conseguido cosas muy importantes, y puede que ganar las elecciones presidenciales estadounidenses de 2016 no sea la más extraordinaria (casi cualquier republicano lo habría hecho). Trump inspiró a una generación de políticos de derechas, transformó los principios ideológicos del Partido Republicano que había establecido Ronald Reagan y legitimó la violencia con fines políticos contra las instituciones. Su control sobre la derecha estadounidense parecía absoluto. Hasta que dejó de serlo. Hoy, tras el fiasco republicano en las elecciones de noviembre, parece un hombre derrotado y empiezan a rehuirle incluso los suyos. Lección: tus partidarios no te abandonan cuando descubren que eres malo, sino cuando se dan cuenta de que te has convertido en un perdedor.

Foto: El expresidente de Estados Unidos Donald Trump. (Reuters/Jonathan Drake)

En los años previos a la invasión de Ucrania, el sector empresarial al que dedicamos más atención fue el tecnológico: no solo resultaba de lo más entretenido, sino que nos gustaba pensar que las redes, el comercio electrónico, las aplicaciones y los móviles conformaban nuestra sociedad. No es del todo falso. Pero este ha sido el año en el que hemos hablado obsesivamente de la energía, de su posible escasez, de su elevado precio y de cuáles consumiremos en las próximas décadas. Hemos redescubierto que si somos adictos a Instagram, más lo somos a la electricidad y la calefacción, y hemos recordado de golpe que nuestra adicción nos ha convertido en rehenes de los regímenes más espantosos del mundo. Lección: puede que no te interese la transición energética porque eres escéptico con el cambio climático (aunque es muy real), pero debería importarte si te interesa la democracia.

Antes de convertirse en la primera ministra más fugaz de la historia de Reino Unido, Liz Truss se pasó una década y media profundizando en su ideología. Esta constaba de ideas fuerza: más crecimiento, menos Estado, más competencia, menos impuestos. Cuando llegó al poder, quiso ponerla en práctica con un plan osado: un recorte de los ingresos fiscales de 45.000 millones de libras que no se financiaría con un recorte de los gastos, sino con una mayor emisión de deuda. La reacción de los mercados, el Banco de Inglaterra, los jubilados, los hipotecados y buena parte del establishment económico fue de pánico. Truss despidió a su ministro de Economía y dio marcha atrás en casi todo. No sirvió de nada: 31 días después tuvo que dimitir. Lección: cultiva tu ideología tanto como quieras, pero no creas que el mundo va a reaccionar ante ella como tú esperas.

Foto: Liz Truss, de salida. (Reuters/Henry Nicholls)

Este año hemos hablado menos de tecnología, pero mucho más de Elon Musk tras su compra de Twitter. Le costó 44.000 millones de euros, despidió a dos tercios de sus empleados, le devolvió la cuenta a algunos usuarios —como Donald Trump—, volvió a quitársela a otros —como Kanye West— e inició una serie de cambios que luego revirtió y empeoró. Hasta hizo una encuesta sobre su propia dimisión, cuyo resultado aceptó, pero cuya concreción ha postergado. Me gusta pensar que hay alguna lógica oculta bajo esta volatilidad, pero es difícil verla. Si, tradicionalmente, los magnates compraban medios de comunicación para satisfacer sus ganas de influir en la sociedad que les había hecho ricos, ahora hacen lo mismo con las redes, pero parece que, más que influir, lo que desean es que la sociedad hable de ellos. No les basta con el dinero: quieren ser celebrities. Lección: si has sabido ganar mucho dinero en tu sector es porque lo conoces, pero eso no significa que entiendas cómo funcionan los demás.

El lobby no tiene nada de malo. En muchos sentidos, es bueno, sobre todo cuando lo practican las empresas, no sé si tanto cuando lo hacen los Estados. Pero los dos lugares del mundo con más lobbistas, Washington y Bruselas, tienen el extraño ambiente de la ambigüedad, las fronteras difusas, los entendidos tácitos. Hoy sabemos que Qatar donó mucho dinero negro a una europarlamentaria, lo cual, por supuesto, no es lobby, sino otra cosa. Los más europeístas deberíamos ser los primeros en decir en público que, más allá del probable delito de la eurodiputada corrupta, es necesario corregir cuanto antes esa proliferación de zonas grises, de bajos estándares éticos, que existe en algunas partes de la euroburbuja, sobre todo en aquellas que pasan más desapercibidas al público y el periodismo. Lección: critica las disfunciones de las instituciones de las que eres partidario, o sus enemigos se sentirán más legitimados para hacerlo.

Foto: Sam Bankman-Fried. (EC Diseño)
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The Wall Street Journal. Andy Kessler

Sam Bankman-Fried era considerado no solo el rostro amable de las criptomonedas, sino la prueba de que en ese sector había gente responsable, con preocupaciones sociales y una actitud profesional que distaba de la cultura de los criptobros. Bankman-Fried tenía una fortuna de 25.000 millones de dólares, donaba dinero a políticos progresistas y practicaba el “altruismo efectivo”. Le entrevistaba el Financial Times y Sequoia recomendaba invertir en su empresa, pero en noviembre de este año se hizo público que habían desaparecido 8.000 millones de dólares de su plataforma de trading de criptomonedas. Cuando la empresa declaró la bancarrota, el nuevo consejero delegado dijo que nunca había visto un caso de mala gestión tan clamoroso. Hoy la fiscalía le acusa de “orquestar durante años un fraude masivo y desviar miles de millones de dólares de los fondos de sus clientes para su beneficio personal”. Lección: el encanto personal puede ser un arma de destrucción masiva.

En febrero, Xi Jinping prometió a Vladímir Putin que la amistad entre sus países “no tiene límites”, que su cooperación “no tenía restricciones” y que su asociación estratégica era “superior” a las viejas alianzas conocidas. Dos semanas después, Rusia invadió Ucrania y China se quedó perpleja: ¿cómo podía su socio hacer algo así a sus espaldas y alterar de una manera tan profunda unos equilibrios geopolíticos de por sí frágiles? China no ayudó a Rusia, y desde entonces ha iniciado con esta una relación de colonizador y colonizado: está quedándose con combustible y metales raros a precio de saldo y prácticamente tiene el monopolio del suministro de tecnología avanzada en Rusia. La dependencia rusa de China, tras la imposición de las sanciones occidentales, durará décadas y herirá su orgullo imperial, ya dolido por el fracaso de la invasión. Lección: las naciones poderosas no tienen amigos duraderos, solo intereses duraderos.

Hace poco más de un año, mientras Rusia reunía efectivos militares en la frontera con Ucrania, los analistas seguían creyendo que su ejército era el segundo o el tercero mejor del mundo. Tras la invasión, buena parte de los líderes globales dio por hecho que esta culminaría sus objetivos en una semana y Occidente, impotente, se resignaría a una Ucrania controlada desde Moscú. Hoy sabemos que todas esas previsiones eran falsas, que se basaban en la propaganda rusa, y que el error de cálculo de Vladímir Putin —el primero, al parecer, en creerse su propia propaganda— ha cambiado por completo la economía global, los equilibrios entre Estados Unidos, la Unión Europea y China y el propio futuro de Rusia, mucho más oscuro hoy que hace un año. Lección: desconocemos las capacidades reales de los países hasta que no sucede una crisis, y no deberías iniciar una a menos que quieras que los demás conozcan tus verdaderos valores y capacidades.

Conflicto de Ucrania
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