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El gigante reticente: por qué Alemania siempre tiene dudas
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Ramón González Férriz

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El gigante reticente: por qué Alemania siempre tiene dudas

Scholz respondió con una firmeza sorprendente. Pero no logró deshacerse por completo de este pesado legado ideológico que, por razones históricas, ha dominado y sigue dominando la mentalidad del país

Foto: El canciller alemán, Olaf Scholz. (EFE/Clemens Bilan)
El canciller alemán, Olaf Scholz. (EFE/Clemens Bilan)
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Suele atribuirse a Winston Churchill la frase: “Puede darse por hecho que los estadounidenses harán lo correcto, pero solo después de que hayan intentado todo lo demás”. Empezamos a poder decir lo mismo de los alemanes. Han hecho falta varias crisis dentro de la coalición de gobierno; un serio choque con su principal aliado fuera de la Unión Europea, Estados Unidos; los reproches del país con el que tiene una relación histórica más complicada, Polonia, y la impaciencia de la OTAN. Sin embargo, finalmente, el canciller alemán, Olaf Scholz, ha anunciado que Alemania mandará a Ucrania los tanques que esta tanto le había pedido. En los círculos políticos de Occidente se repite una pregunta: ¿qué demonios le pasa a Alemania?

Scholz llegó al poder hace poco más de un año con la promesa de acabar con la complacencia en que Alemania estaba sumida tras 20 años de plácida prosperidad. Obligado por las circunstancias, fue capaz de forjar una inédita coalición de gobierno con su partido, el socialdemócrata, los verdes y los liberales que, si bien tenía numerosas contradicciones, llegó a una síntesis programática interesante y osada para un país europeo del siglo XXI.

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Poco después, cuando Rusia invadió Ucrania, Scholz anunció en un discurso memorable que se había producido un Zeitenwende (un punto de inflexión) en la percepción que los alemanes tenían de su lugar en el mundo. Más tarde tomó decisiones que poco antes habrían parecido impensables: dio por cancelado el gasoducto Nord Stream 2, inició un ambicioso proyecto para que su país dejara de depender del gas ruso y se sumó al consenso occidental para mandar ayuda a Ucrania, primero económica y luego militar. ¿Por qué esta renuencia ahora?

Liderar desde atrás

Estados Unidos y Alemania interpretaron de maneras distintas la caída del Muro de Berlín y el desmoronamiento del bloque comunista. Para el primero, fue una victoria de la disuasión militar y la fortaleza ideológica. Para Alemania, se debió al diálogo continuado con el Este y la flexibilidad. Los dos países sintieron que habían ganado la Guerra Fría, pero mientras para Estados Unidos eso reforzaba su papel como policía global y única fuerza hegemónica en el mundo, en Alemania se interpretó como la ratificación de que debía adoptar un perfil pacifista, no buscar protagonismo y ser uno más en una gran alianza de democracias.

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La reunificación del país fue cara y generó conflictos culturales y económicos cuya huella perdura. Pero Alemania estaba bien gobernada, supo poner su increíble potencia industrial al servicio de la gran oleada globalizadora —se convirtió en el tercer exportador del mundo y el mayor en volumen por habitante— y, a medida que avanzaba la integración europea, se fue erigiendo casi inevitablemente en el país líder de la UE. Pero era un líder reticente. Aunque, sin duda, quería extender a toda Europa su estricta visión de la economía, lo que no es poco, buena parte de su establishment político sentía una renuencia casi instintiva a asumir de manera consciente y oficial lo que era un hecho: Alemania lideraba la UE.

Es ya legendaria la reunión del G20 celebrada en Cannes, durante lo peor de la crisis económica, en la que Barack Obama y Nicolas Sarkozy exigieron a Angela Merkel que su país dirigiera la respuesta a la crisis con más medidas, más valentía, más dinero. Para sorpresa de los dos mandatarios, Merkel se echó a llorar mientras repetía, "das ist nicht fair" (no es justo). Como suele decirse en inglés, Alemania solo estaba dispuesta a “liderar desde atrás”.

"Alemania es un país normal, una potencia como las demás, con los mismos derechos y los mismos deberes que cualquier otro poder hegemónico"

Alemania, pues, lideraba Europa en el plano económico y político a pesar de su renuencia. Pero tenía aún menos intenciones de ser su líder militar. En 2021, el país gastaba en defensa un 1,3% de su PIB, menos que Dinamarca, España o Italia. Una parte del partido socialista de Scholz, y de sus socios de coalición, los verdes, pensaba que la OTAN era algo obsoleto; gran parte del país consideraba de manera tácita que la externalización de la seguridad a Estados Unidos, en pie desde el final de la Segunda Guerra Mundial, seguía vigente. El Ministerio de Defensa alemán era el más difícil de gestionar debido a su tradicional ineficiencia, los obstáculos que oponía a su reforma y, probablemente, porque nadie pensaba que Alemania tuviera que defenderse de nadie. Prueba de ello es que, pese a escoger un gabinete muy competente, Scholz puso al frente de Defensa a la ministra más incapaz.

Pero llegó la guerra

Y entonces, llegó la guerra. Scholz respondió con una firmeza sorprendente. Pero no logró deshacerse por completo de este pesado legado ideológico que, por razones históricas, ha dominado y sigue dominando la mentalidad del país. Tras despedir a la ministra de Defensa, su sustituto y el propio canciller insistieron en que Alemania no se negaba a mandar tanques a Ucrania, pero declararon que solo lo harían si Estados Unidos, Reino Unido y otros países europeos también los enviaban: es decir, Alemania participaría como un miembro más de la coalición.

Foto: Boris Pistorius, nuevo ministro de Defensa alemán. (EFE/Filip Singer)

Se ha atribuido esa decisión al temor de Scholz a que Vladímir Putin señale a Berlín como líder del bloque europeo que se opone a la soberanía rusa. Aunque hoy en día ya da igual a quién señale Putin, es probable que haya algo de eso. Pero ante todo está la sensación de que Alemania no puede ni debe liderar de manera explícita.

Lo contrario, afirmar que es una potencia y que, como tal, debe y puede liderar Europa, también en la relación con el Este, y en especial cuando en ese flanco se desata una guerra, implicaría hacer un reconocimiento incómodo: que más de 75 años después de la Segunda Guerra Mundial, y de 30 de la reunificación, Alemania es un país normal, una potencia como las demás, con los mismos derechos y los mismos deberes que cualquier otro poder hegemónico. Pero eso es algo que los alemanes y los europeos aún no sabemos si estamos dispuestos a conceder. Mientras tanto, es bueno que Alemania haga lo correcto, aunque tarde un poco más de lo deseable.

Suele atribuirse a Winston Churchill la frase: “Puede darse por hecho que los estadounidenses harán lo correcto, pero solo después de que hayan intentado todo lo demás”. Empezamos a poder decir lo mismo de los alemanes. Han hecho falta varias crisis dentro de la coalición de gobierno; un serio choque con su principal aliado fuera de la Unión Europea, Estados Unidos; los reproches del país con el que tiene una relación histórica más complicada, Polonia, y la impaciencia de la OTAN. Sin embargo, finalmente, el canciller alemán, Olaf Scholz, ha anunciado que Alemania mandará a Ucrania los tanques que esta tanto le había pedido. En los círculos políticos de Occidente se repite una pregunta: ¿qué demonios le pasa a Alemania?

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