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La lenta muerte de la nueva izquierda radical
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Ramón González Férriz

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La lenta muerte de la nueva izquierda radical

Durante una década, se ha escuchado que una nueva izquierda radical acabaría con los viejos partidos de centro izquierda e impondría una dura reforma al capitalismo

Foto: El líder político griego Alexis Tsipras. (Reuters/Louiza Vradi)
El líder político griego Alexis Tsipras. (Reuters/Louiza Vradi)
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Durante casi una década, un fantasma ha recorrido Occidente: el de una nueva izquierda radical que acabaría con los viejos partidos de centro izquierda e impondría una dura reforma al capitalismo, si no acababa directamente con él. En el mundo anglosajón, tras largas carreras políticas que habían oscilado entre el radicalismo y la excentricidad, los veteranos Bernie Sanders y Jeremy Corbyn se convirtieron en el líder moral y el oficial, respectivamente, de sus formaciones. Pablo Iglesias creó un partido formado intelectual y afectivamente bajo la influencia de los movimientos insurgentes latinoamericanos y el peronismo. Die Linke, heredero del comunismo de la Alemania Oriental, se convirtió en el tercer partido con mayor representación en el Bundestag.

En los últimos años, todos ellos han ido cayendo poco a poco en la irrelevancia o han desaparecido del escenario. La semana pasada fue el turno de la extraña pareja que en 2015 llegó al poder en Grecia con Syriza (las siglas de Coalición de la Izquierda Radical): Alexis Tsipras, un anodino apparatchik comunista, y Yanis Varoufakis, una fulgurante estrella de las teorías económicas izquierdistas.

Foto: Mitin preelectoral del primer ministro griego y líder de Nueva Dimokratia, Kyriakos Mitsotakis, durante su mitin preelectoral. (EFE/Achilleas Chiras)

En las elecciones legislativas griegas del domingo, Nueva Democracia, el partido conservador del actual primer ministro, Kyriakos Mitsotakis, obtuvo más de un 40% de los votos, frente al 20% de Syriza, que sigue dirigida por Tsipras. Fue una victoria mucho mayor de la esperada para un Gobierno que en los últimos cuatro años ha protagonizado numerosos escándalos: desde incendios devastadores hasta casos de espionaje a la oposición o de ayudas a la prensa afín. A pesar de esto, Syriza no ha sabido armar un relato alternativo al triunfalismo económico de Nueva Democracia. Sigue siendo el partido que, entre 2015 y 2019, los años que estuvo en el Gobierno, demostró una notable ineptitud y que, pese a sus esfuerzos, no ha dejado atrás su rasgo definitorio: ser un partido de protesta maximalista.

Más interesante aún en términos intelectuales e ideológicos, aunque menos relevante políticamente, es el caso de Varoufakis. Tras durar apenas seis meses como ministro de Finanzas de Tsipras, en 2016 Varoufakis fundó un movimiento político de izquierdas de ámbito europeo (Democracy in Europe Movement 2025, DiEM25) que fracasaría; publicó unas fascinantes memorias en las que, inadvertidamente, dejaba de manifiesto su enorme arrogancia y su ineptitud como negociador (Comportarse como adultos, editorial Deusto), y en 2019 se convirtió otra vez en diputado griego como líder de un nuevo partido cuyo nombre parecía sacado de un chiste de los Monty Python: el Frente Europeo de Desobediencia Realista (MeRA25), que obtuvo nueve escaños.

Más interesante aún en términos intelectuales e ideológicos, aunque menos relevante políticamente, es el caso de Varoufakis

De cara a las elecciones de la semana pasada, una de sus propuestas de campaña fue crear Dimitra, un sistema de pagos —que debe su nombre a la diosa griega de la fertilidad— que permitiría a los griegos operar al margen de los bancos si volvían a producirse nuevos controles de capitales, cosa que nadie espera en una economía que crece al 6%. Su partido no obtuvo representación. De acuerdo con una nueva ley electoral, las elecciones en Grecia se repetirán el mes que viene, y en ellas el ganador obtendrá un bonus de cincuenta escaños, lo que previsiblemente hará que el Gobierno actual repita con mayoría absoluta. MeRA25 y Syriza podrían remontar. Pero parece improbable: han perdido el aura del rebelde que tiene un plan. Varoufakis reconoció que los griegos estaban hartos de malas noticias, manifestaciones y políticas de confrontación, y que habían preferido comprar el relato embellecido de los conservadores.

Líderes con menos talento que en la derecha

Pero ¿qué le ha pasado a esta izquierda que, en los años en que hasta Nicolas Sarkozy reconocía la urgente necesidad de reformar el capitalismo, parecía tenerlo todo a favor para inaugurar una era de hegemonía? Una primera explicación es, simplemente, el carácter de sus líderes políticos e intelectuales. Sanders es un hombre vehemente y demasiado acostumbrado a ir por libre como para dirigir una gran maquinaria política. Corbyn era un hombre atrapado en las guerras ideológicas del pasado. Iglesias era ambas cosas. En mitad de la crisis griega, la revista del corazón Paris Match publicó unas fotos de la elegante terraza de la casa de los Varoufakis en Atenas con vistas al Partenón. Varios de los economistas e intelectuales que les inspiraron —de Thomas Piketty a Mariana Mazzucato— tenían algunas buenas ideas, pero que resultaban incomprensibles para los votantes o eran inviables políticamente. Era una izquierda que mezclaba fatalmente populismo con elitismo.

Foto: El candidato laborista Jeremy Corbyn. (Reuters) Opinión

Algo aún más doloroso para estos movimientos —e igual de dañino para las democracias— fue que sus equivalentes en la derecha nacionalista demostraron tener muchísimo más talento político y capacidad de atracción que ellos. Los tuvieron Trump y la interpretación derechista del Brexit, los tuvieron brevemente Alternativa por Alemania; si los fundadores de Podemos vieron el legado del 15M y su propio partido como la garantía de que en España no surgirían movimientos de derecha radical, hoy Vox es el tercer partido nacional y es posible que Podemos desaparezca en buena parte de España. No sabemos quién será el próximo presidente de Francia, pero es mucho más probable que lo sea Marine Le Pen que Jean-Luc Mélenchon.

placeholder Elecciones en Grecia. (Reuters)
Elecciones en Grecia. (Reuters)

En el plano intelectual, sin embargo, hay otra explicación: los partidos de centro izquierda tradicionales se han apropiado de buena parte de las reivindicaciones de la izquierda radical. Lo han hecho a su manera: dándoles un carácter más pragmático y mayor viabilidad democrática, invistiéndolas de seriedad tecnocrática, controlando el temor que querían infundir en las grandes empresas y los bancos, seduciendo a las grandes instituciones globales. Se puede estar más o menos de acuerdo con el programa económico del PSOE de Pedro Sánchez, pero está en línea con los de casi todos los países ricos donde gobierna el centro izquierda, empezando por los demócratas de Joe Biden. En algunos aspectos, encaja incluso en la nueva orientación de los tradicionales guardianes de la ortodoxia: la Comisión Europea, el FMI o hasta algunos bancos centrales. Hasta la derecha griega que repetirá en el Gobierno ha subido dos veces en el último año el salario mínimo.

Esta ha sido la victoria, casi póstuma, de la nueva izquierda radical: que la vieja izquierda moderada se apoderara acertadamente de algunas de sus ideas, por ejemplo el aumento de la inversión pública, el relajamiento de las reglas fiscales o la creación de rentas mínimas. Pero sus peores inclinaciones, como los tics autoritarios o la desatención de la gestión cotidiana, la han condenado, y es posible que estemos cerrando un ciclo. La próxima prueba podrían ser las elecciones españolas. En ellas sabremos si Sumar es una repetición perezosa y fuera de tiempo de esa nueva izquierda radical o algo distinto y más eficaz. Por ahora, las insurgencias izquierdistas que surgieron tras la crisis financiera parecen inertes. Su muerte es el testimonio de su éxito y de su fracaso.

Durante casi una década, un fantasma ha recorrido Occidente: el de una nueva izquierda radical que acabaría con los viejos partidos de centro izquierda e impondría una dura reforma al capitalismo, si no acababa directamente con él. En el mundo anglosajón, tras largas carreras políticas que habían oscilado entre el radicalismo y la excentricidad, los veteranos Bernie Sanders y Jeremy Corbyn se convirtieron en el líder moral y el oficial, respectivamente, de sus formaciones. Pablo Iglesias creó un partido formado intelectual y afectivamente bajo la influencia de los movimientos insurgentes latinoamericanos y el peronismo. Die Linke, heredero del comunismo de la Alemania Oriental, se convirtió en el tercer partido con mayor representación en el Bundestag.

Grecia Pablo Iglesias
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