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La derecha se parte en EEUU (y en todo el mundo)
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Ramón González Férriz

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La derecha se parte en EEUU (y en todo el mundo)

Se inicia en Estados Unidos la progresiva escisión de la derecha entre un ala más ortodoxa y otra autoritaria y revolucionaria

Foto: El republicano Kevin McCarthy. (EFE/EPA/Jim lo Scalzo)
El republicano Kevin McCarthy. (EFE/EPA/Jim lo Scalzo)
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La semana pasada, el republicano Kevin McCarthy, la tercera autoridad política de Estados Unidos en tanto que presidente de la Cámara de Representantes, hizo algo propio de su posición: intermedió entre los dos grandes partidos para que llegaran a un acuerdo presupuestario. De no haberlo hecho, el Gobierno habría tenido que suspender actividades rutinarias, como pagar a los soldados, supervisar la seguridad de los aeropuertos o abonar los bonos vencidos. Pero un pequeño grupo de representantes republicanos —ocho del total de 208— no se lo perdonó, porque considera que acordar algo con los demócratas es traicionar al pueblo. Anteayer, esos rebeldes expulsaron a McCarthy de su cargo con la ayuda de la minoría demócrata, encantada de ver cómo la derecha se sume en estas luchas internas. Es la primera vez en la historia que un presidente de la Cámara es destituido así. Ahora, esta está abocada al caos y no puede legislar ni siquiera sobre cuestiones urgentes.

Dos derechas, en EEUU y aquí

McCarthy es un republicano tradicional, es decir, un hombre muy de derechas. Pero los disidentes que le expulsaron pertenecen a otra categoría. Representan un nihilismo ideológico según el cual el primer objetivo de la política conservadora no consiste en la reforma, sino en la destrucción. Para llevar a cabo el derribo, consideran una herramienta legítima incluso la deliberada mala gestión: es una manera de quitar respetabilidad a la acción del Gobierno y contribuir a su erosión.

Foto: El congresista Matt Gaetz junto a Marjorie Taylor Greene. (Reuters/ Evelyn Hockstein)
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Con el sostenido crecimiento de esta facción de los republicanos, que, como ha demostrado ahora, ya está dispuesta a sabotear a su propio partido, se inicia en Estados Unidos la progresiva escisión de la derecha entre un ala más ortodoxa y otra autoritaria y revolucionaria. No sabemos si esa escisión será solo oficiosa, sin que se produzca una ruptura oficial del partido republicano, o explícita, con la aparición de un partido MAGA (Make America Great Again). Pero Estados Unidos, a efectos prácticos, está dejando atrás el bipartidismo.

Esta escisión de la derecha, en todo caso, no es un fenómeno solamente estadounidense. Ha sucedido en España (PP/Vox), Francia (Republicanos/Le Pen), Alemania (CDU/Alternativa) o Austria (OVP/FPO). Italia, siempre más osada, no tiene dos, sino tres partidos de derechas (Hermanos/Liga/Forza). En el Parlamento Europeo, exponente máximo de la complejidad política, de siete grupos políticos, también tres son de derechas (Popular/Conservadores y Reformistas/Identidad y Democracia).

Tradicionalmente, era la izquierda la incapaz de mantener formaciones grandes y unidas

Es un cambio notable. Tradicionalmente, era la izquierda la incapaz de mantener formaciones grandes y unidas. Era legendaria la tendencia a escindirse de los partidos marxistas. A los partidos socialdemócratas les costaba horrores contener dentro de sí a todo el espectro que iba de la izquierda radical hasta el liberalismo. La derecha hacía eso mucho mejor. En el PP, uno podía encontrar desde socialdemócratas hasta falangistas. En la CDU alemana había desde democristianos hasta algún que otro excargo del nazismo. Durante décadas, el propio partido republicano logró incluir a evangelistas radicales, la élite ejecutiva de las empresas cotizadas, los libertarios partidarios de la compra y venta de órganos y la clase baja con prejuicios raciales. Líderes como José María Aznar, Helmut Kohl o Ronald Reagan eran expertos en cimentar coaliciones contraintuitivas, y sabían desplegar una retórica ambigua que podía seducir a algunos sin expulsar a muchos otros. Muchas veces, los líderes de la izquierda reconocían su envidia por esa capacidad de movilizar a votantes tan dispares.

Foto: Jonas Gahr Store. (EFE) Opinión

Pero, en estos tiempos, es la derecha quien parece haber contraído el virus cismático. Ahora, incluso los partidos de derechas más radicales de Europa cuentan con sus propias escisiones aún más extremas, como es el caso de Polonia (PiS/Confederación), Hungría (Fidesz/Jobbik) o incluso Francia (Le Pen/Eric Zemmour). Si en España Vox sigue con su declive electoral, no tardará en salirle una escisión aún más dura liderada por alguien con tirón mediático.

Un drama democrático

Esta tendencia es dramática no solo para el conservadurismo, sino para las democracias en general. Los grandes partidos de derechas contenían el discurso radical, purgaban las actitudes demasiado provocadoras y tendían instintivamente a cortejar al centro. Eso ha terminado. La consecuencia no es solo una radicalización de una parte de la sociedad, sino parlamentos y gobiernos más ineficientes y una competencia entre las distintas derechas que hace que las viejas pugnas entre las facciones comunista y trotskista de los movimientos revolucionarios parezcan poca cosa.

Foto: Partidarios del expresidente Donald Trump. (Reuters/Jonathan Ernst)

Hoy, en Europa, la derecha tradicional se ha resignado a cooperar con la nueva derecha radical, incluso donde eso era tabú, como en Francia o Alemania. En Estados Unidos aún no han llegado a esa fase: las tensiones entre el ala relativamente moderada y el ala totalmente radical del partido republicano está explotando en la vida cotidiana de las instituciones. Antes de que las dos partes sean capaces de volver a cooperar normalmente, sea aún dentro del mismo partido o en dos distintos, aumentarán las agresiones mutuas, las descalificaciones cruzadas y la incapacidad de reconciliarse. Si Donald Trump no lograra la nominación republicana, o perdiera las elecciones de 2024, la escisión podría convertirse en una auténtica guerra civil.

Por el momento, la Cámara tiene que elegir a un sustituto de McCarthy, pero lo más probable es que los republicanos no se pongan de acuerdo y que la política estadounidense quede bloqueada durante semanas. Las primeras víctimas de ello serían los propios estadounidenses. Pero Europa depende en tal grado de la política estadounidense en materia comercial, defensiva o energética que no tardaremos en notar las consecuencias. Eso sí, hoy ocho representantes republicanos pueden estar satisfechos: la destrucción del sistema avanza.

La semana pasada, el republicano Kevin McCarthy, la tercera autoridad política de Estados Unidos en tanto que presidente de la Cámara de Representantes, hizo algo propio de su posición: intermedió entre los dos grandes partidos para que llegaran a un acuerdo presupuestario. De no haberlo hecho, el Gobierno habría tenido que suspender actividades rutinarias, como pagar a los soldados, supervisar la seguridad de los aeropuertos o abonar los bonos vencidos. Pero un pequeño grupo de representantes republicanos —ocho del total de 208— no se lo perdonó, porque considera que acordar algo con los demócratas es traicionar al pueblo. Anteayer, esos rebeldes expulsaron a McCarthy de su cargo con la ayuda de la minoría demócrata, encantada de ver cómo la derecha se sume en estas luchas internas. Es la primera vez en la historia que un presidente de la Cámara es destituido así. Ahora, esta está abocada al caos y no puede legislar ni siquiera sobre cuestiones urgentes.

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