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Israel no debe repetir los errores de EEUU tras el 11-S
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Ramón González Férriz

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Israel no debe repetir los errores de EEUU tras el 11-S

"Después del 11-S, en Estados Unidos sentíamos ira. Y aunque quisimos hacer justicia e hicimos justicia, también cometimos errores", dijo Joe Biden la semana pasada durante su visita a Israel

Foto: El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. (EFE/EPA/Pool/Christophe Ena)
El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. (EFE/EPA/Pool/Christophe Ena)
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Cuando los israelíes cobraron conciencia de la dimensión del ataque de Hamás del pasado 7 de octubre, muchos pensaron que esa fecha sería para ellos lo que el 11 de septiembre de 2001 fue para los estadounidenses. Transcurridos los días, se supo que los terroristas habían asesinado a 1.400 personas, frente a las casi 3.000 del 11-S, pero en un país con una población treinta veces menor. El grado de violencia y obscenidad fue tal que aquello no podía interpretarse solo como un doloroso ataque, sino como una tragedia que cambiaría para siempre la historia de la nación.

Las semejanzas fueron más allá. Como afirmó el periodista especializado en Oriente Medio George Packer, ambos ataques se produjeron tras graves errores de inteligencia de sendos gobiernos liderados por halcones en materia de seguridad, George Bush y Benjamín Netanyahu. Y no solo suscitaron una enorme solidaridad en todo Occidente, sino que dieron a los dos gobiernos legitimidad para responder. Dentro de la ley. Dentro de la noción de guerra justa. Pero, entonces y hace veinte días, existió un cierto consenso en que esos ataques merecían respuesta.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden, y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu. (Reuters/Avi Ohayon/GPO/dpa)

Sin embargo, incluso para quienes hace dos décadas apoyamos la invasión de Afganistán y aceptamos que en determinadas circunstancias una democracia podía intervenir militarmente en otro país para derrocar una cruel dictadura, hoy es evidente que Estados Unidos se equivocó en su respuesta. El objetivo de destruir a los talibanes no era realista. Y, por lo que respecta a Irak, el gobierno de Bush se dejó llevar por inteligencia de mala calidad, y la invasión resultó ser tan fácil como se esperaba, pero la ocupación fue infinitamente más compleja y sangrienta de lo planeado. Murieron cientos de miles de personas, Estados Unidos cometió abusos indecentes en Abu Ghraib, Irak se sumió en el caos y, veinte años después, los talibanes vuelven a gobernar Afganistán. Las consecuencias fueron también brutales para Estados Unidos. Hoy, estos carecen del prestigio internacional que tenían antes de ambas guerras, hay una generación de soldados destruidos por la experiencia —30.000 veteranos estadounidenses se han suicidado, tres veces más que los muertos en combate—, la deuda pública se ha disparado y las controversias alrededor de las invasiones contribuyeron a erosionar el sistema institucional estadounidense y a llevar a Donald Trump al poder. “Aunque sintáis ira, no os dejéis consumir por ella. Después del 11-S, en Estados Unidos sentíamos ira. Y aunque quisimos hacer justicia e hicimos justicia, también cometimos errores”, dijo Joe Biden la semana pasada durante su visita a Israel. Son frases sabias. Las consecuencias de esos errores han sido catastróficas. Y muy duraderas.

Israel no debe cometer los mismos

Muchos de quienes pensamos que Israel está sobradamente legitimado para responder, tememos que pueda incurrir en errores semejantes, como han señalado ya muchos analistas anglosajones como el propio Packer, Thomas Friedman o Gideon Rachman. La escala, por supuesto, es distinta: la franja de Gaza apenas cuenta con dos millones de personas, e incluso aunque el conflicto se extendiera al Líbano, se trataría de una contienda relativamente acotada en comparación con la enorme extensión y los ochenta millones de habitantes de Irak y Afganistán sumados. Israel no es una potencia global con el peso geopolítico de Estados Unidos. Y, a estas alturas, parece que el Gobierno y el Ejército israelíes son perfectamente conscientes de las enormes dificultades que suponen una invasión terrestre de Gaza y una búsqueda casa por casa, y túnel por túnel, de los terroristas, por no hablar de la inmensa cantidad de víctimas inocentes, y de bajas militares, que acarrearía.

Foto: Una casa, afectada por el tiroteo el día del ataque de Hamás en Sderot. (Fermín Torrano)

Pero como sucede con todos los líderes que han construido su carrera sobre su reputación de mano dura, y que han cometido enormes errores en materia de seguridad y defensa, es probable que Netanyahu responda con más ira que cautela. Es probable que el liderazgo israelí no tenga más remedio que librar un tipo de guerra enormemente complejo, el que enfrenta a un ejército regular contra un grupo terrorista con una visión martirial de la lucha. Seguramente, la élite israelí fingirá escuchar las recomendaciones de contención y prudencia de los países amigos, pero actuará ignorándolas por completo. Y es un hecho que ya existen divergencias crecientes entre los militares y los políticos israelíes que, como sucede en las guerras de esta naturaleza, ven el conflicto en términos distintos. Son todas circunstancias muy parecidas a las que enfrentó Estados Unidos hace dos décadas.

Todo eso es potencialmente catastrófico para los palestinos. Pero también para la sociedad israelí. Durante los últimos años, esta había interiorizado que, a diferencia del pasado, la supervivencia de su Estado no estaba amenazada, y que los grandes riesgos encarnados por Hamás y Hezbolá habían quedado relativamente contenidos. Actuó como si el conflicto palestino estuviera congelado y la parte más radical de la sociedad israelí pudiera manejarse sin cortapisas en los asentamientos y las instituciones porque al mundo —empezando por muchos países árabes— ya casi le daba igual. El salvaje ataque de Hamás les sacó de esa complacencia. Pero puede llevarles al otro extremo.

Israel tiene derecho a defenderse. Pero se equivocará si se enfanga en una guerra duradera y trágica, que es lo que quieren Hamás e Irán

Israel tiene derecho a defenderse y a responder a un ataque de una brutalidad con pocos precedentes contemporáneos. Tiene derecho a intentar acabar con Hamás, aunque probablemente sea imposible. Tiene derecho a demostrar a Irán que no se arredrará. Pero se equivocará si se enfanga en una guerra duradera y trágica, que es exactamente lo que quieren Hamás e Irán. Quienes defendimos la invasión de Afganistán e Irak hace 20 años nos equivocamos, sobre todo en el segundo caso. Por eso estamos en situación de decirlo sin que se confunda con una animadversión por la sociedad israelí: Israel no debería cometer los errores que, como ha dicho Biden, los estadounidenses cometieron tras el 11-S por culpa de la ira.

Cuando los israelíes cobraron conciencia de la dimensión del ataque de Hamás del pasado 7 de octubre, muchos pensaron que esa fecha sería para ellos lo que el 11 de septiembre de 2001 fue para los estadounidenses. Transcurridos los días, se supo que los terroristas habían asesinado a 1.400 personas, frente a las casi 3.000 del 11-S, pero en un país con una población treinta veces menor. El grado de violencia y obscenidad fue tal que aquello no podía interpretarse solo como un doloroso ataque, sino como una tragedia que cambiaría para siempre la historia de la nación.

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