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Israel tenía asumido un conflicto crónico con Hamás. La brutalidad lo cambió todo
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Israel tenía asumido un conflicto crónico con Hamás. La brutalidad lo cambió todo

El país liderado por Netanyahu se adentra de manera consciente en una trampa de la que no desea escapar, dispuesto a librar una guerra que no sabe cómo puede vencer

Foto: Funeral de un soldado israelí, el 7 de noviembre. (EFE/Abir Sultan)
Funeral de un soldado israelí, el 7 de noviembre. (EFE/Abir Sultan)
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Hace tiempo que la sociedad israelí llegó al convencimiento de que lo que sucedía en Gaza ya no tenía solución. Los islamistas de Hamás se habían hecho con el control de este territorio y con ello se esfumaba la posibilidad de contar con un interlocutor pragmático. Ya no había nadie dispuesto a sentarse en una misma mesa para hablar con el lenguaje común de las cesiones, el compromiso y la mediación. Hamás no tardó en desplegar un sistema totalitario de dominio sobre la población. Ni Fatah ni ninguna otra organización secular palestina volverían a tener la posibilidad de estar presentes en una tierra donde nunca más se volvieron a celebrar elecciones. Ese instrumento para llegar al poder que, en boca de ese otro discípulo de Hermanos Musulmanes, Recep Tayyip Erdogan, era como "un autobús del cual te bajas cuando llegas a tu destino".

Aunque la violencia proyectada desde Gaza se había convertido en un fenómeno crónico para la clase gobernante israelí, era un tipo de problema con el que se podía convivir. La amenaza existencial no provenía de las incursiones de pequeños comandos de Hamás y el lanzamiento periódico de sus cohetes artesanales. La verdadera fuente de la amenaza era la República Islámica de Irán y sus aspiraciones nucleares.

Respecto al grupo palestino, solo cabía aplicar el enfoque de "segar la hierba". De manera cíclica, la organización protagonizaría algún ataque limitado, e Israel respondería con un nivel mucho más elevado de fuerza, utilizando su poderío aéreo para degradar a la organización, lo que daría un periodo de relativa paz, hasta que hubiese que repetir este ciclo de acción y represión.

Los ataques terroristas del 7 de octubre fulminaron entre los israelíes la percepción de que Hamás era como esa crónica cuyos efectos nocivos pueden atenuarse hasta un nivel tolerable. Lo que ha hecho diferentes a estos ataques no es la magnitud de la matanza (más de 1.400 víctimas en una sociedad de 9 millones), sino la brutalidad que desplegaron unos asesinos que no solo querían cobrarse el mayor número de víctimas, sino dar rienda suelta a sus pulsiones más sádicas.

Foto: La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, asiste a una conferencia humanitaria internacional en favor de la población civil de Gaza. (EFE/Ludovic Marin)

Los relatos de cómo los terroristas maniataban a familias enteras para que los padres pudiesen presenciar cómo sus hijos eran desmembrados antes de morir, o las imágenes de las cunas ensangrentadas que antes cobijaban a recién nacidos a los que se le había disparado a sangre fría, ha llevado a los israelíes al convencimiento de que lo que tienen frente a ellos es el mal en su formulación más pura.

Ningún evento había removido tanto la conciencia de los judíos desde el Holocausto. Hasta las generaciones más veteranas han quedado perturbadas por la furia ciega de sus vecinos, pero también por la indiferencia que perciben en buena parte de la opinión pública internacional, la cual parecía mostrarse preocupada únicamente por el tipo de represalias que llevaría a cabo Israel.

El objetivo cambia para Israel

A medida que las guerras se prolongan, se produce un fenómeno universal: el endurecimiento moral. El poder acumulativo del sufrimiento propio, el miedo y el hartazgo lleva a los individuos a deshumanizar a las poblaciones que sustentan el esfuerzo militar del enemigo. Durante la Segunda Guerra Mundial, las mismas sociedades que en un principio se vanagloriaban de sus estándares morales y de estar librando una batalla por la civilización frente a la barbarie, no tuvieron problemas años después en aceptar y celebrar que se arrasaran ciudades enteras de Alemania y Japón con bombas incendiarias cuyo único propósito era el castigo colectivo.

Las matanzas del 7 de octubre son la culminación del endurecimiento moral de la sociedad israelí tras más de 75 años experimentando el asedio de todos sus vecinos árabes. Un pueblo al que, mientras enterraba a sus muertos y sufría por la suerte de los desaparecidos, le costaba cada vez más esfuerzo encontrar un atisbo de humanidad en los palestinos que se lanzaron a las calles de Gaza para celebrar el rotundo éxito de la "Tormenta Al-Aqsa".

Foto: Un campo de entrenamiento para la lucha urbana en Bat Yam, Israel. (EFE/Neil Hall)

El Gobierno israelí ya no busca segar la hierba, sino erradicar a Hamás, aunque eso suponga quemar la tierra donde enraíza la maleza. Ninguna organización terrorista puede sobrevivir a un Estado dispuesto a emplear a fondo todos sus recursos de fuerza, y donde ya no operan muchos de los límites de autocontención que había permitido al grupo palestino a esconderse y prosperar detrás de la población civil. Sin embargo, el fin de esta organización no será el fin del problema que Israel trata de erradicar.

La campaña militar contra Hamás está sembrando todos los ingredientes para que, tras las cenizas de Gaza, los deseos de vengar a las víctimas inocentes, las masas de refugiados y la furia convenientemente espoleada por un amplio número de gobernantes musulmanes, surjan uno o varios Hamás 2.0 que continúen y amplifiquen el legado de odio de su predecesor. El escritor inglés Chesterton afirmaba que "cuando estás ante un abismo, la única forma de ir hacia adelante es ir hacia atrás". En este caso, Israel se adentra de manera consciente en una trampa de la que no desea escapar y está dispuesta a librar una guerra que no sabe cómo puede vencer.

*Manuel R. Torres es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pablo de Olavide, especializado en terrorismo.

Hace tiempo que la sociedad israelí llegó al convencimiento de que lo que sucedía en Gaza ya no tenía solución. Los islamistas de Hamás se habían hecho con el control de este territorio y con ello se esfumaba la posibilidad de contar con un interlocutor pragmático. Ya no había nadie dispuesto a sentarse en una misma mesa para hablar con el lenguaje común de las cesiones, el compromiso y la mediación. Hamás no tardó en desplegar un sistema totalitario de dominio sobre la población. Ni Fatah ni ninguna otra organización secular palestina volverían a tener la posibilidad de estar presentes en una tierra donde nunca más se volvieron a celebrar elecciones. Ese instrumento para llegar al poder que, en boca de ese otro discípulo de Hermanos Musulmanes, Recep Tayyip Erdogan, era como "un autobús del cual te bajas cuando llegas a tu destino".

Conflicto árabe-israelí
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