Tribuna Internacional
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Las lecciones de política internacional del año pasado para 2024
El 2023 ha dejado guerras, dictadores reforzados y tensiones crecientes entre los grandes bloques políticos. ¿Qué podemos aprender de todo ello para este nuevo año?
2023 ha sido un año difícil para la política internacional. La economía ha ido mejor de lo esperado, pero ha habido guerras, algunos dictadores se han reforzado y han aumentado las tensiones entre los grandes bloques políticos. ¿Qué lecciones podemos sacar de todo ello para este nuevo año? He identificado cuatro, aunque podrían ser muchas más. Ninguna de ellas es muy halagüeña, pero todas señalan tendencias importantes.
1. Todos los conflictos pueden revivir
Desde los años de la presidencia de Barack Obama, se convirtió en un tópico afirmar que Oriente Medio había dejado de ser el lugar más importante de la Tierra en términos geopolíticos, y que ese punto caliente se había desplazado hacia Asia Oriental y el Pacífico.
Algunos hemos escrito que el mundo ya no estaba tan pendiente del conflicto entre Israel y Palestina. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no tenía ninguna clase de consideración por los palestinos ni por el derecho internacional. Y los países árabes, que solían fingir interés por el destino de Gaza y Cisjordania, habían dejado de hacerlo. La situación tenía elementos trágicos. Pero al menos parecía haberse interrumpido la dinámica violenta que había dominado la región durante muchas décadas.
Todos los conflictos pueden revivir. Todas las zonas apaciguadas pueden dejar de estarlo
Hasta el 7 de octubre del año pasado. Hamás cometió un ataque atroz en el que mató a 1.200 personas, violó a mujeres y apresó a civiles. El ejército israelí no supo reaccionar y quedó claro que el Gobierno de coalición de nacionalistas y fanáticos religiosos era inepto y había descuidado la seguridad. En parte por ello, ahora está cometiendo terribles excesos que están afectando enormemente a una desprotegida población civil palestina.
Es poco probable que el conflicto se desborde y dé pie a una guerra más amplia. Pero parece evidente que el choque entre Israel y Palestina se ha reactivado para muchos años. Todos los conflictos pueden revivir. Todas las zonas aparentemente apaciguadas pueden dejar de estarlo. Otros ejemplos de ello en 2023 han sido la guerra civil de Sudán o la toma de Nagorno Karabaj por parte de Azerbaiyán.
2. La nueva derecha es muy resistente
En enero de 2020, cuando vimos a Donald Trump animar a los asaltantes al Capitolio, casi todos pensamos que estábamos presenciando su muerte política. En 2021, Alternativa por Alemania no fue capaz de capitalizar su oposición a los confinamientos de la pandemia, y, cuando en las elecciones de septiembre se dejó 10 de sus 90 escaños, creímos que era la señal de que había iniciado un lento pero inevitable declive. En 2022, cuando Marine Le Pen perdió por segunda vez las elecciones ante Emmanuel Macron, pareció que, por mucho que pasara el tiempo, su partido era incapaz de adoptar una identidad ganadora.
En 2023 descubrimos que estábamos equivocados. Donald Trump va primero en las encuestas, Alternativa por Alemania va segunda y, si hubiera elecciones en Francia hoy, las ganaría Marine Le Pen. La lección es evidente: estos líderes y partidos son enormemente resistentes, se han acostumbrado a vivir en la adversidad y saben sacarle partido, y parecen tener unos niveles de testarudez de los que el resto de humanos carecemos.
De hecho, 2024 puede ser su año. El nacionalismo autoritario podría ganar en Estados Unidos, obtener un extraordinario resultado en las elecciones europeas y colocarse en un buen lugar para las elecciones alemanas y francesas de los años siguientes. Se podría pensar que Vox está en declive, pero, de acuerdo con estos precedentes, sería prematuro decirlo.
Lo que sucede al otro lado del espectro es igualmente llamativo: la izquierda dura se ha vuelto irrelevante en casi todo Occidente y solo gobierna en España.
3. Los dictadores saben que tienen el tiempo de su lado
Durante 2023, se han enfriado las expectativas de que Ucrania lograra expulsar a Rusia de algunos territorios ocupados y de que pudiera, incluso, ganar la guerra. El veto de Hungría ha frenado las ayudas de la UE al país, y se han acabado los fondos que el Gobierno estadounidense había reservado para él. Ambas situaciones son reversibles. Pero indican que Occidente tiene dudas sobre cómo seguir apoyando a Ucrania y qué volumen de ayuda puede permitirse. Al mismo tiempo, algunas informaciones indican que los ucranianos están agotados, les cuesta incorporar a filas a nuevos soldados y muestran algunas señales de disenso político.
Vladímir Putin creía que la guerra iba a ser mucho más fácil de lo que lo está siendo, pero 2023 ha sido un buen año para él. Muchas de sus previsiones acerca de la fatiga occidental resultaron ser ciertas. Han muerto ya alrededor de 300.000 soldados rusos, pero, más allá del dolor de sus familias, esa cifra brutal no parece haber suscitado protestas importantes en el país ni grandes choques entre la élite. Todo ello demuestra que los dictadores pueden ser infinitamente más pacientes que los líderes democráticos. Los primeros pueden echar mano de la represión y controlan los medios de comunicación, pero también disponen de argumentos nacionalistas que los líderes democráticos raramente pueden utilizar de manera convincente.
Los dictadores sienten que pueden pensar a largo plazo, y creen que su misión es civilizatoria. Los líderes democráticos se la juegan cada cuatro años y bastante tienen con apagar los incendios que cada día prenden la oposición y la prensa. Las democracias gestionan mejor, pero los dictadores disponen de una cantidad de tiempo prácticamente ilimitada.
Es especialmente importante tenerlo en mente en el caso de Xi Jinping. China puede agravar o relajar su enfrentamiento con Estados Unidos y, aunque no parece que vaya a suceder pronto, puede optar en cualquier momento por invadir Taiwán. Xi puede, ante todo, tener paciencia. Tiene el tiempo de su parte.
4. Todo el mundo quiere menos inmigración
En Estados Unidos, el Partido Republicano acaba de ofrecerle un trato a Joe Biden: si tú restringes más la inmigración en la frontera sur, nosotros aceptamos darle más dinero a Ucrania. En Reino Unido, en 2023, el Gobierno ha renovado su acuerdo con Ruanda para mandar ahí un tiempo a quienes soliciten asilo en las islas. España ha hecho un oscuro trato con Marruecos, entre cuyas supuestas contrapartidas está que este deje de utilizar el paso de inmigrantes por sus fronteras como una herramienta de presión. La Unión Europea, que hace unas semanas llegó a un acuerdo migratorio más estricto que el anterior, sigue pagando a Turquía para que se quede con los refugiados. Y ahora también paga a Túnez.
Durante el año pasado, muchos países idearon recursos extraños, casi desesperados y muchas veces crueles, para reducir la llegada de inmigrantes. Pero suceden dos cosas. Por un lado, la radicalidad de esas medidas indica hasta qué punto es difícil contenerla. Por el otro, muchos de esos países necesitan mano de obra, muchas veces cualificada, que solo pueden obtener a corto plazo por medio de la inmigración. Los gobernantes saben ambas cosas, pero saben también que amplias mayorías sociales quieren menos extranjeros en general, y menos extranjeros pobres en particular. La lección parece evidente: esos líderes tienen incentivos para adoptar una retórica cada vez más encendida contra la inmigración y hacer promesas cada vez más irreales al respecto. Con eso esperan tranquilizar a la gente y disimular que, en realidad, están a expensas del azar geopolítico.
2023 ha sido un año difícil para la política internacional. La economía ha ido mejor de lo esperado, pero ha habido guerras, algunos dictadores se han reforzado y han aumentado las tensiones entre los grandes bloques políticos. ¿Qué lecciones podemos sacar de todo ello para este nuevo año? He identificado cuatro, aunque podrían ser muchas más. Ninguna de ellas es muy halagüeña, pero todas señalan tendencias importantes.
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