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¿Reconstruir la confianza? El Foro de Davos ya parece una parodia
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Ramón González Férriz

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¿Reconstruir la confianza? El Foro de Davos ya parece una parodia

Davos parece cada vez más el lugar al que van los líderes a pedirnos al resto que, por favor, nos demos cuenta de que están haciendo todo lo posible por entender los problemas de la gente

Foto: Un participante pasa por delante del logo del Foro de Davos. (EFE/EPA/Gian Ehrenzeller)
Un participante pasa por delante del logo del Foro de Davos. (EFE/EPA/Gian Ehrenzeller)
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El Foro de Davos de este año, que termina mañana, ha sido muy interesante. Pero, seguramente, no por las razones que sus organizadores y participantes desearían.

Algunas de las personas más ricas y poderosas del planeta se han reunido allí para discutir sobre la economía y la gobernanza globales, el medio ambiente y el futuro de la tecnología. Sus más de 3.000 invitados han sido gente muy dispar —desde primeros ministros a filántropos, tecnólogos o directivos de fondos de inversión—, pero que comparte su elevado estatus y su creencia de que dispone de las ideas adecuadas para mejorar el mundo. La clase política y las grandes corporaciones han escenificado que se llevan bien y que quieren alinear sus prioridades: aunque sus despachos madrileños están a menos de 10 kilómetros de distancia, ayer Pedro Sánchez se reunió en la montaña suiza con los presidentes y consejeros delegados de las empresas del Ibex, a los que explicó que su objetivo es la estabilidad y el crecimiento económico, según contó en la televisión semioficial del evento, la cadena de información financiera Bloomberg. En apenas tres días de reuniones, se ha podido ver cuáles son las creencias que tienen hoy más prestigio y mejor cotización: encauzar el desarrollo de la inteligencia artificial, bajar los tipos de interés —pero no demasiado deprisa—, frenar las guerras de Ucrania y Gaza, eliminar los cuellos de botella de las grandes cadenas logísticas internacionales e impregnar la gobernanza global de un progresismo light. Ha valido la pena prestar atención porque, cuando los poderosos creen que tienen ideas geniales, los demás acabamos notando su impacto en nuestras propias vidas.

Pero Davos parece cada vez más el lugar al que van los líderes a pedirnos al resto que, por favor, nos demos cuenta de que están haciendo todo lo posible por entender los problemas de la gente. ¿A qué viene tanto odio a las élites?, han parecido preguntarse todos los que participan en mesas redondas y charlas informales tituladas Resiliencia: qué significa y qué hacer con ella o Trabajar en armonía con la naturaleza. En ese sentido, el foro, incluso para quienes compartimos muchas de sus ideas, ha adoptado un extraño aire de parodia involuntaria.

¿Confianza?

Y es que el tema de la reunión de este año ha sido “Reconstruir la confianza”. Los promotores del evento lo han explicado con su típica retórica de autoayuda: “Después de unos años en los que 1.000 millones de pobres han salido de la pobreza y se han mejorado los estándares de vida en todas partes, la preocupación por la pérdida del control sobre el futuro está llevando a la gente a abrazar ideologías extremas y a los líderes que las propagan. Es de crucial importancia reconstruir la confianza. La pregunta es, dadas las complejas circunstancias actuales, ¿por dónde empezar?”. Incluso para quienes simpatizamos con la globalización, el progresismo y las políticas económicas ortodoxas, parece claro que el mejor sitio por el que empezar no es un resort de los Alpes.

Davos es un evento que encanta a los poderosos porque les da la oportunidad de parecer listos y comprometidos. La mayoría de ellos lo son

Pero en eso se ha convertido Davos, que hace no tanto resultaba mucho más creíble como emblema de la ideología del futuro. Hoy, como bien han identificado sus promotores, existe una desconfianza mucho mayor hacia las ideas que tradicionalmente ha abanderado. El escepticismo sobre la digitalización está mucho más extendido que hace apenas una década, y si en algún momento internet o las redes sociales generaron tecno-esperanza, hoy la inteligencia artificial suscita más temores apocalípticos, en su mayoría injustificados, que optimismo. La reacción ideológica ante la transición energética es hoy mucho más fuerte que hace apenas un año. Y tras la guerra de Gaza, los principios humanitarios de Occidente, que por el momento sí está sabiendo mostrar en Ucrania, parecen mucho más hipócritas. Además, en estos tres días de encuentros, la élite reunida ha transmitido de manera un tanto inquietante que, si bien 2024 es el año de la historia en el que un mayor número de personas acudirán a votar —de Estados Unidos a Indonesia, de India a la UE—, es muy probable que, según los criterios de Davos, esa gente vote mal y escoja a los líderes equivocados.

Como digo, simpatizo con unas cuantas de las ideas que dominan Davos. Pero precisamente por ello resultan cada vez más preocupantes la escenificación, el tono y la selección de personal que hacen sus organizadores. ¿Es esta la mejor manera de transmitir un moderado optimismo sobre la capacidad de la tecnología para solventar problemas o aumentar la productividad? ¿Es la forma más persuasiva de defender los valores liberales y democráticos? ¿No hay otra fórmula para explicar que la adicción al petróleo es dañina y que las fronteras cerradas son una mala idea? ¿Es realmente buena idea que mostremos a las élites globales como un club de gente obsesionada con mezclarse con ricos y asumir las ideas que parecen estar más de moda?

El Foro de Davos es un evento que encanta a los poderosos porque les da la oportunidad de parecer listos y comprometidos. La mayoría de ellos lo son y, aunque la escenificación nos produzca rechazo, no deberíamos dar por sentado que tengan malas intenciones o solo estén movidos por el egoísmo. Pero no pueden esperar que esta sea una forma razonable de “reconstruir la confianza” entre naciones, entre ideologías o entre la gente común y las élites dirigentes. Habrá que imaginar otra forma hacerlo. Para empezar, ¿qué tal si el Foro de Davos empieza a reconocer que parte del problema de la confianza es él mismo?

El Foro de Davos de este año, que termina mañana, ha sido muy interesante. Pero, seguramente, no por las razones que sus organizadores y participantes desearían.

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