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Los Gobiernos quieren que tengamos más hijos. No lo conseguirán
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Ramón González Férriz

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Los Gobiernos quieren que tengamos más hijos. No lo conseguirán

Los Estados, simplemente, son incapaces de convencer a la gente para que tenga más hijos. Y deberían dejar de intentarlo

Foto: Vera, la primera bebé nacida en 2024 en Aragón. (Europa Press/Ramón Comet)
Vera, la primera bebé nacida en 2024 en Aragón. (Europa Press/Ramón Comet)
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Los Gobiernos están intentando de todo para que la gente tenga más hijos. El de la muy conservadora Hungría, por ejemplo, gasta el 5% del PIB del país en fomentar la natalidad. Las mujeres con cuatro hijos o más no pagan impuestos. Las parejas casadas reciben préstamos de 36.000 euros que no deben devolver si tienen tres hijos o más. ¿El resultado de este esfuerzo? En la última década, el número de hijos por mujer ha pasado de 1,2 a 1,6. Es un crecimiento notable. Pero que no alcanza ni mucho menos la tasa de reposición.

Hace un tiempo, la mucho más progresista Finlandia parecía haber dado con la clave para sustentar la tasa de fecundidad. Cuidados infantiles subvencionados. Guarderías de primera calidad. Permisos de larga duración para padres y madres. El sistema dio resultados muy buenos durante décadas. Pero como contaba en una entrevista Anna Rotkirch, una experta en demografía que ha asesorado a varios gobiernos finlandeses, el sistema ha dejado de funcionar. Aunque esas políticas siguen vigentes, el número de hijos por mujer ha caído un tercio en una década, por debajo del 1,4. En España, esa cifra está en 1,2 hijos por mujer. En Italia, en 1,3. En Estados Unidos, en 1,6.

Están convergiendo en tasas parecidas países que dedican muchos recursos a fomentar la natalidad y otros que dedican muchos menos. En los que el grado de religiosidad es distinto, lo es el PIB per cápita, la tasa de desempleo, el color del Gobierno o casi cualquier otro indicador. Los Estados, simplemente, son incapaces de convencer a la gente para que tenga más hijos. Y deberían dejar de intentarlo.

Las causas

En las últimas décadas, se ha esgrimido que la natalidad desciende con el acceso a los anticonceptivos, la legalidad de ciertas formas de aborto, la progresiva desaparición de los menores en las tareas agrícolas, la tasa de individuos con estudios superiores, la incorporación de la mujer al mercado laboral o la superación de determinado nivel de renta per cápita. En las encuestas españolas, la mayoría de mujeres dicen que no tienen más hijos por razones económicas, laborales y de conciliación. Muchas de esas explicaciones deben ser ciertas. Pero más allá de las cuestiones legales y materiales, parece evidente que se están produciendo cambios mucho más difíciles de cuantificar y que, probablemente, el Estado no puede corregir mediante sus herramientas tradicionales. Se trata de cambios culturales profundos que, aunque sin duda tienen vínculos con razones objetivables, no solo afectan a los países occidentales y ricos que cumplen las condiciones mencionadas, sino incluso a muchos de África y del mundo islámico, o lugares donde buena parte de la población vive en condiciones precarias, como Cuba o Venezuela. Incluso en China, donde durante décadas el Partido Comunista logró limitar el número de hijos que podían tener las mujeres, ahora no logra aumentarlo. Se trata de un cambio de mentalidad global.

Foto: El sociólogo e investigador del CSIC, Julio Pérez. (Cedida)

Quizá nos exigimos estándares de crianza tan elevados que ya resulta imposible cumplirlos con más de dos hijos. Quizá preferimos centrarnos en nuestra carrera laboral. O al contrario, queremos disfrutar de más tiempo de ocio y de recursos económicos para gozar de él. Quizá este fenómeno tenga alguna correlación con la progresiva pérdida de religiosidad. O en la percepción que tienen las mujeres de su propio cuerpo y el control que desean tener sobre él. Quizá la monogamia sucesiva hace que tener hijos sea menos deseable. Pero, sean cuales sean las razones, estas parecen a medio plazo irreversibles y, lo que es aún más importante, son legítimas. No son decadentes, nihilistas, ni irresponsables.

Los individuos no están al servicio del sistema

La obsesión con la fecundidad es propia de todos los colores políticos. Sin duda, la derecha radical es la que está más empeñada en revertir la situación por razones nacionalistas y religiosas. En una cumbre reciente sobre natalidad en la que participaron mandatarios como Victor Orbán y Giorgia Meloni, sin embargo, a los defensores de fomentar el aumento del número de hijos por mujer no se les ocurrió nada más que culpar a la izquierda de su descenso y seguir defendiendo medidas políticas que apenas funcionan. Pero también Emmanuel Macron ha hablado de un “rearme demográfico”. Y Pedro Sánchez culpó de la baja natalidad a los horarios laborales y aprobó más permisos para padres con el fin de repartir mejor las labores de la crianza.

Foto: Personal técnico muestra un plato de cultivo en un laboratorio de una clínica de fertilidad. (EFE/Bienvenido Velasco)

No hay nada de malo en las ayudas a las familias y en dar recursos públicos a los cuidados y la educación. Quien quiera tener hijos debería disponer de facilidades para hacerlo. Pero en la medida en que buena parte de quienes no quieren tenerlos, o no tienen más, lo hacen por decisión propia, los Gobiernos y los partidos políticos deberían dejar de inmiscuirse en esa decisión y de adjudicarle connotaciones morales.

La baja natalidad puede acarrear problemas en el sostenimiento del estado del bienestar o en las características de nuestro mercado de trabajo. Incluso quienes estamos abiertos a recibir más inmigración debemos reconocer que esta no solventará el problema y que podría generar muchos otros. Pero a estas alturas, y si aceptamos que una parte importante de la crisis de natalidad se debe a razones culturales y no materiales, es mejor que dejemos de intentar cambiar la actitud de las personas para sostener al sistema económico, y que adaptemos el sistema económico a la realidad que están conformando las personas con sus propias decisiones. Dentro de la dificultad, es más fácil y legítimo ajustar el sistema de pensiones a la demografía real que convencer a las mujeres de que dupliquen el número de hijos que quieren o pueden tener. Como dice Rotkirch, la especialista en demografía finlandesa: “Cuando trabajas con políticos, siempre oyes las mismas cosas: ‘¡Deberíamos dar un mes más de baja por paternidad!’ Y todos los estudiosos dicen: ‘Deberíais hacerlo, sí, pero no cambiará nada”.

Los Gobiernos están intentando de todo para que la gente tenga más hijos. El de la muy conservadora Hungría, por ejemplo, gasta el 5% del PIB del país en fomentar la natalidad. Las mujeres con cuatro hijos o más no pagan impuestos. Las parejas casadas reciben préstamos de 36.000 euros que no deben devolver si tienen tres hijos o más. ¿El resultado de este esfuerzo? En la última década, el número de hijos por mujer ha pasado de 1,2 a 1,6. Es un crecimiento notable. Pero que no alcanza ni mucho menos la tasa de reposición.

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