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La UE y las instituciones nacionales deberían, en primer lugar, reformular su narrativa sobre la innovación y la digitalización

Foto: Una bandera de la Unión Europea en Bruselas. (EFE/Frederic Sierakowski)
Una bandera de la Unión Europea en Bruselas. (EFE/Frederic Sierakowski)

A pocos días de las elecciones europeas conviene pensar cómo la Unión Europea (UE) puede avanzar en ser una potencia geopolítica sin complejos, con un modelo productivo tecnológico capaz de enfrentarse a los desafíos globales a largo plazo.

Sobre la complejidad del proceso de construcción e integración europeo, el historiador Timothy Garton Ash apunta que “las fuerzas del orden y el desorden, de la cooperación y la confrontación, de la integración y la desintegración estaban enzarzadas en una lucha constante.” Esta reflexión tiene total vigencia en la actualidad y ha sido una constante en los últimos cinco años de la UE si observamos la pandemia, las guerras, las tensiones en el ámbito energético, los chantajes migratorios, las disrupciones en las cadenas de suministro o la emergencia climática.

A pesar de las divergencias internas y soluciones nacionales a asuntos globales, Europa ha enfrentado una legislatura de sucesivas crisis con agilidad, unidad y determinación. Ha demostrado una creciente ambición de poder político global y una notable capacidad de reacción y solidaridad, como evidenció el diseño del Plan de Recuperación para Europa.

Precisamente ahora, tras una fase de progreso incentivada por crisis diversas, es prioritario no caer en la autocomplacencia y poner todas las capacidades para avanzar en una Europa cohesionada y ambiciosa para los próximos cinco años. Es fundamental una estrategia conjunta y coordinada por parte de los 27 Estados miembros que asegure el liderazgo económico y político de la UE, fortalezca la autonomía de sectores productivos y tecnologías estratégicas y demuestre que los valores sociales y democráticos europeos pueden mejorar el orden global.

A pesar de las divergencias internas y soluciones nacionales a asuntos globales, la UE se enfrentó a sucesivas crisis con agilidad y unidad

En esta llamada a la acción, la digitalización y sus tecnologías asociadas deben seguir siendo prioritarias y reforzarse con medidas que superen una visión nacional. Lo digital es un factor estrechamente conectado con la prosperidad de nuestras sociedades, la capacidad de adaptación y competitividad del modelo económico, la planificación de la protección ambiental y el diseño de interdependencias con otras regiones.

La UE y las instituciones nacionales deberían, en primer lugar, reformular su narrativa sobre la innovación y la digitalización, estableciendo un marco claro donde estas se perciban como motores del progreso socioeconómico. En la actualidad, gran parte del debate institucional y público sobre tecnología en nuestro continente se está centrando en su control y riesgos asociados. Debemos adoptar un discurso que supere un enfoque "tecno-solucionista" y que ilustre el impacto positivo de las tecnologías digitales para los ciudadanos, administraciones y empresas.

El discurso y el control nos llevan al segundo punto: el establecer una nueva gobernanza de la tecnología. Durante la legislatura que concluye, se han aprobado más de 450 normas en la UE, siendo el ámbito digital uno de los centros de la actividad legislativa. Durante estos cinco años se ha renovado por completo el marco regulatorio de la economía digital. Se han legislado los usos de la inteligencia artificial, la moderación de contenidos 'online', la transparencia de los algoritmos, los derechos de autor, la economía del dato, la competencia en mercados digitales, las condiciones de los trabajadores en plataformas, la ciberseguridad e identidad digital (y solo cito algunos ejemplos). Una vez aprobados en Bruselas, estos reglamentos y directivas deben ser trasladados a los ordenamientos de los Estados Miembros. En esta implementación, Europa se juega mucho. Es fundamental que exista una interacción continua entre la Unión, los gobiernos y las empresas impactadas por la regulación; desde donde se supervisen y evalúen los efectos y costes de estas normas para entender si en sus diferentes fases de aplicación se afecta al desarrollo de la digitalización y productividad.

Esta gobernanza nos conduce de nuevo a la eterna necesidad de salvaguardar e impulsar el Mercado Único. Cuando se creó el Mercado Único Europeo en los años noventa, el mundo era muy diferente. En aquel momento se priorizó la libre circulación (de bienes, servicios, personas y capitales). Un enfoque propio del siglo XX. Sin embargo, como señala el 'informe Letta', falta lo intangible: favorecer la coordinación europea en investigación, innovación, gestión de datos, el conocimiento o la educación, permitiendo sumar fuerzas en torno a estos aspectos y eliminar barreras nacionales y fricciones en el desarrollo tecnológico y empresarial.

Foto: Una persona carga con una bandera europea durante la cumbre de la OTAN de Vilna en 2023. (Reuters)

Esto también implica unificar las interpretaciones de la normativa para toda la UE, evitando la incertidumbre jurídica. Deben reducirse aquellos incentivos nacionales que, de forma negativa, se dirigen a crear competencia entre países de la UE; motivo principal, queramos o no, por el que seguimos debatiendo sobre mercado interior. Avanzar en un mercado único digital es una prioridad para nuestras empresas digitales. España, como economía de servicios, tiene un potente y diverso ecosistema de este tipo de compañías.

Este mercado único nos lleva a hablar de escalabilidad. Los actores con altos índices de crecimiento y aumento de productividad, donde la digitalización es esencial, deben ser considerados estratégicos. Por tanto, junto con el impulso de medidas para que las empresas crezcan en el mercado europeo, es crítico aumentar la inversión y acceso a financiación. Escalabilidad es un concepto ya incorporado de manera amplia por todos los agentes económicos que defienden una Europa productiva con un modelo económico innovador. La capacidad de escalar de muchas 'startups' españolas, aun sin haber tenido un marco europeo integral para abordar sus retos en talento e inversión, es un caso de análisis que puede ayudar a inspirar el refuerzo de la estrategia europea estos cinco años.

En resumen, la próxima legislatura requiere más ambición e integración, con la tecnología y la innovación ocupando un lugar central para impulsar el liderazgo económico y político de la UE. Este gran objetivo exige enfrentar a aquellos agentes internos que, desde el nacionalismo y lo reaccionario, pongan trabas a una Europa próspera, abierta y unificada, tanto política como económicamente, con un modelo de migración realista y de oportunidades, y una firme defensa del medioambiente. Necesitamos una estrategia decidida y sin complejos que fomente la colaboración entre todos los actores involucrados, desde las instituciones gubernamentales hasta el sector privado y la sociedad civil.

*Miguel Ferrer, SVP de Estrategia y Agenda Pública.

A pocos días de las elecciones europeas conviene pensar cómo la Unión Europea (UE) puede avanzar en ser una potencia geopolítica sin complejos, con un modelo productivo tecnológico capaz de enfrentarse a los desafíos globales a largo plazo.

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