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El merecido final de la peor generación de líderes conservadores
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Ramón González Férriz

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El merecido final de la peor generación de líderes conservadores

No son la personalidad o el programa de Starmer lo que le han dado una victoria tan rotunda. Ha sido el hecho de que, en la última década, el partido conservador ha estado dirigido por la generación más inepta de su historia

Foto: El último líder conservador, Rishi Sunak. (Europa Press/James Manning)
El último líder conservador, Rishi Sunak. (Europa Press/James Manning)
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El partido laborista británico no solo ganó las elecciones de ayer. Destruyó al partido conservador e inició una profunda transformación del mapa ideológico de Reino Unido. Su resultado es histórico: los laboristas obtendrán alrededor de 410 de 650 escaños de la Cámara de los Comunes. Los conservadores, 131. Nunca, en casi doscientos años de historia, habían tenido tan pocos. Los nacionalistas escoceses también han sufrido una derrota monumental. El labour apenas tiene oposición. Pero la poca que tiene, probablemente, se radicalizará.

La catástrofe conservadora

Keir Starmer, el líder laborista que será nombrado primer ministro, es un hombre brillante. Durante décadas, fue un abogado que destacó por su defensa de causas vinculadas a los derechos humanos. Era tenaz, argumentaba con una paciencia infinita y tenía apego a los hechos. Entre 2008 y 2013 fue fiscal de Reino Unido; quienes trabajaron con él señalan que era un hombre obsesionado con los procedimientos y los estándares con los que se debían abordar las acusaciones. Pero nunca ha tenido la imaginación ideológica de Tony Blair, el último gran reinventor del partido laborista. Ni es un retórico eficaz como Gordon Brown, su último primer ministro. Desde que fue elegido líder del partido en 2020, se limitó a purgarlo de todos los elementos radicales que había introducido en él su predecesor, Jeremy Corbyn, y a desplegar un programa moderado y voluntariamente aburrido. Sus propuestas son racionales y realistas, pero en tiempos de grandilocuencia política, es imposible que generen ningún entusiasmo. Ahora bien, quienes detestamos la polarización y el radicalismo debemos agradecerle que formulara su programa político de forma precisa en su último discurso de año nuevo: “Prometo esto: una política que impacte de una manera un poco más suave en nuestras vidas —dijo —. El problema que tienen el populismo o el nacionalismo, todas las políticas basadas en la división, es que requieren tu plena atención, necesitan que te centres constantemente en el enemigo que toque esta semana. Y eso es agotador” .

No son la personalidad o el programa de Starmer, pues, lo que le han dado una victoria tan rotunda. Ha sido el hecho de que, en la última década, el partido conservador ha estado dirigido por la generación más inepta de su centenaria historia. En ocho años, ha tenido cinco primeros ministros: David Cameron, Theresa May, Boris Johnson, Liz Truss y Rishi Sunak. Sus mandatos han sido una muestra con pocos precedentes de improvisación y soberbia: Cameron defendió la austeridad económica y el libre comercio; May y Johnson, el retorno de un Estado social y nacionalista; Truss propuso un programa económico tan fantasioso que su propio partido la echó al cabo de apenas cuarenta días en el cargo; Sunak es un conservador clásico, pero las encuestas le han sido tan adversas que todas sus propuestas olían irremediablemente a oportunismo.

Solo tres de esos cinco líderes fueron partidarios del Brexit, pero los cinco lo hicieron suyo y en los últimos tiempos se han enfrentado a un triple fracaso: el Brexit no ha funcionado, la mayoría del país se arrepiente de la decisión, y el objetivo de aplacar al partido que defendía abiertamente la salida de Reino Unido de la UE, el UKIP de Nigel Farage, ha dado como resultado que su heredero actual, Reform, de derecha radical y también liderado por Farage, le ha quitado cientos de miles de votos y un puñado de escaños a los conservadores. Algunos de estos líderes son gente honesta —May, Sunak—, otros son frívolos sin remedio —Cameron, Johnson, Truss—. Casi todos ellos han atacado a una supuesta élite intelectual, burocrática y periodística que, según han reiterado, impedía las reformas en Reino Unido. Pero todos ellos, aunque en distinto grado, procedían de las tradicionales clases educadas, y en la mayoría de casos adineradas, que han dirigido el país durante siglos. Su fracaso ha sido colosal. La primera consecuencia de ello es su derrota histórica. Pero hay una segunda más peligrosa: que el partido se escinda entre quienes quieran recuperar sus esencias moderadas y quienes deseen dar un giro hacia el nacionalismo nativista de Reform.

Un país agotado

A día de hoy, Reino Unido es un país agotado a causa de una sucesión de Gobiernos conservadores que han jugado a la constante movilización identitaria y polarizante. Existe la generalizada sensación de que nada funciona bien: ni el Servicio Nacional de Salud, ni las infraestructuras de transportes, ni los servicios locales más básicos. Los conservadores se han pasado catorce años prometiendo un descenso de la inmigración, pero esta ha aumentado. Medidos como porcentaje del PIB, los impuestos son los más altos desde la Segunda Guerra Mundial. La deuda pública es la más alta desde la década de 1960.

La mayoría que han obtenido los laboristas en la Cámara de los Comunes puede parecer incluso excesiva para que una democracia parlamentaria funcione bien. Pero, a pesar de ello, Starmer no lo tiene nada fácil. Si es fiel a su carácter y a su programa, no hará nada revolucionario. Eso puede resultar tranquilizador, pero también puede ser insuficiente para un país desanimado que necesita una nueva dirección. En todo caso, hoy, a Reino Unido le sienta bien un nuevo Gobierno y un nuevo liderazgo sensato, aburrido y gradualista. Debemos rezar, con todo, por que el fracaso del partido conservador no genere un nuevo monstruo de la derecha radical.

El partido laborista británico no solo ganó las elecciones de ayer. Destruyó al partido conservador e inició una profunda transformación del mapa ideológico de Reino Unido. Su resultado es histórico: los laboristas obtendrán alrededor de 410 de 650 escaños de la Cámara de los Comunes. Los conservadores, 131. Nunca, en casi doscientos años de historia, habían tenido tan pocos. Los nacionalistas escoceses también han sufrido una derrota monumental. El labour apenas tiene oposición. Pero la poca que tiene, probablemente, se radicalizará.

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