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El bloque republicano resiste, pero Francia se precipita hacia lo desconocido
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Ramón González Férriz

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El bloque republicano resiste, pero Francia se precipita hacia lo desconocido

La política francesa, efectivamente, se ha aclarado. Pero no en el sentido que muchos creíamos

Foto: El primer ministro francés, Gabriel Attal. (EFE/Valentina Camu)
El primer ministro francés, Gabriel Attal. (EFE/Valentina Camu)
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Cuando, el pasado 9 de junio, Emmanuel Macron convocó unas inesperadas elecciones legislativas, dijo que lo hacía para clarificar la situación política francesa tras meses de bloqueo en la Asamblea y un sostenido auge de Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen. En las semanas posteriores, muchos comentaristas pensamos, sin embargo, que más que una clarificación era un suicidio. Agrupación Nacional iba a disponer de mayoría absoluta en la Asamblea o, en todo caso, sería el partido con más escaños, lo que podía provocar una cohabitación entre un presidente centrista y un primer ministro radical. En el mejor escenario posible, la Asamblea quedaría bloqueada y sería imposible formar un nuevo Gobierno.

La política francesa, efectivamente, se ha aclarado. Pero no en el sentido que muchos creíamos. En primer lugar, Agrupación Nacional tiene una fuerza enorme, pero aún es minoritario frente a las demás fuerzas políticas francesas. Le Pen lleva una década intentando "desdemonizar" su imagen, y en los últimos años incluso ha querido presentarlo como un mero partido conservador-patriótico bien conectado con las élites. Pero sigue existiendo una profunda y justificada desconfianza hacia él, y no ha pasado, según datos preliminares, del tercer puesto.

En segundo lugar, el Nuevo Frente Popular, que según esos datos ha quedado primero, ha sido solo una coalición coyuntural que incluía desde el radicalismo trasnochado de La Francia Insumisa hasta el progresismo centrista de Raphaël Glucksmann, pasando por los verdes y los socialistas tradicionales. Cuando los candidatos asuman su escaño, esa coalición se desvanecerá y los partidos que la formaban volverán a operar de acuerdo con sus intereses particulares y sus ideologías. Es decir, que La Francia Insumisa hará exigencias maximalistas y radicales y rechazará cualquier pacto con el centro, y los demás se abrirán a la posibilidad de pactar, no solo con el partido de Macron, sino quizá incluso con la derecha moderada. En tercer lugar, el centro aguanta: Macron ha tenido un muy mal resultado, pero ha resistido mucho más de lo que cabía esperar. Su decisión de convocar elecciones no parece hoy tan kamikaze.

El bloque político tradicional francés, pues, no se ha desfondado. Pero aunque ahora el panorama esté más claro, Francia entra en una dimensión política desconocida. Llegar a un acuerdo para escoger primer ministro será muy difícil y, aun en caso de que eso se consiga alineando a centroizquierda, centro y centroderecha, gobernar será complicado o, incluso, imposible.

Un cambio para siempre

En 2015, la política española cambió. Ese año, entraron dos partidos nuevos en el Congreso de los Diputados, Podemos y Ciudadanos. Quedó claro que el tiempo de las mayorías absolutas había pasado y que, a partir de entonces, los partidos tendrían que pactar para que salieran adelante la investidura de un presidente y, luego, las leyes. Cuando en 2018 entró Vox, esa nueva realidad se volvió ya incontestable. La política española sería más inestable, voluble y radical. Algo parecido ha sucedido en Francia.

A partir de mañana, todo en su política va a ser mucho más difícil. Los pactos entre los adversarios de Agrupación Nacional han sido relativamente fáciles de establecer para las elecciones, pero serán mucho más complicados para escoger a un primer ministro o para elaborar un presupuesto, la primera gran tarea a la que se enfrenta la Asamblea. Un tercio de esta se hallará en manos de dos partidos radicales, La Francia Insumisa y Agrupación Nacional. No tendrán ningún papel en la gobernación, pero la dificultarán todo lo que puedan. Y es posible, incluso, que ante la dificultad para formar un gobierno, Macron deba seguir con el actual en funciones o escoger uno tecnocrático con la promesa de convocar nuevas elecciones en julio de 2025, la fecha más cercana que permite la ley.

Más fragmentación

En casi todos los países occidentales, la política se está volviendo más radical y más fragmentada. Ayer, Francia alejó por un tiempo la posibilidad de que la derecha radical gobierne, y hoy parece menos probable que Marine Le Pen sea presidenta en 2027. Al mismo tiempo, tanto la derecha como la izquierda radical son ya partes estructurales de la política francesa y traerán más inestabilidad y amenazas. Pero, más allá de eso, Francia es ahora un país endiabladamente difícil de gobernar. Por seguir con la comparación, incluso la Constitución española parece mejor pensada para el multipartidismo enconado de lo que lo está la V República francesa. Ahora, las alianzas inestables, las luchas dentro de cada uno de los bloques y los gobiernos breves y mal avenidos pasan a ser, también, estructurales. Habrá que aprender el difícil arte de la coalición.

Dando por hecho que el escenario central es ahora una especie de gran coalición de fuerzas moderadas, el de ayer es un buen resultado para Francia y para Europa. Como lo fue el del jueves en Reino Unido. Quienes vivimos con aprensión el auge de una derecha antiliberal, quizá podemos ser hoy un poco más optimistas. Pero aun cuando los países europeos no caigan presos del radicalismo, están cada vez más influidos por este y cada vez resultan más difíciles de gobernar. En todo caso, al menos durante 24 horas, podemos celebrar. Incluso, durante 48. Pero que nadie se deje llevar por el entusiasmo. Francia se precipita hacia lo desconocido.

Cuando, el pasado 9 de junio, Emmanuel Macron convocó unas inesperadas elecciones legislativas, dijo que lo hacía para clarificar la situación política francesa tras meses de bloqueo en la Asamblea y un sostenido auge de Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen. En las semanas posteriores, muchos comentaristas pensamos, sin embargo, que más que una clarificación era un suicidio. Agrupación Nacional iba a disponer de mayoría absoluta en la Asamblea o, en todo caso, sería el partido con más escaños, lo que podía provocar una cohabitación entre un presidente centrista y un primer ministro radical. En el mejor escenario posible, la Asamblea quedaría bloqueada y sería imposible formar un nuevo Gobierno.

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