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Tribuna Internacional
Por
Extremismos de izquierdas y de derechas y coaliciones antinatura: Alemania señala el futuro de Europa
La batalla política en Europa ya no será entre partidos de izquierdas y derechas, sino entre defensores de sociedades abiertas y los partidarios de las cerradas
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Europa oriental es el laboratorio ideológico del continente. De allí surgen muchas de las grandes tendencias que luego se generalizan en Europa occidental. Sin embargo, no es fácil delimitar dónde está la línea divisoria entre el este y el oeste. Una raya imaginaria que partiera el continente en esas dos mitades, en todo caso, pasaría por las regiones alemanas de Turingia y Sajonia, donde ayer se celebraron elecciones regionales. Los resultados, en consecuencia, dan pistas sobre nuestro futuro político.
En Turingia, de acuerdo con el recuento provisional, el partido de derecha radical Alternativa por Alemania (AfD) habría quedado en primer lugar con alrededor del 32% de los votos, casi diez puntos más que los democristianos (CDU). En tercer lugar, con más del 15%, habría quedado la Alianza Sahra Wagenknecht (BSW), un nuevo partido que mezcla ideas económicas de izquierda radical con otras propuestas sociales y de política internacional similares a las de la derecha populista. Muy cerca estaría Die Linke, un partido poscomunista. En Sajonia, el resultado es parecido, aunque la CDU habría quedado ligeramente por delante de AfD, con aproximadamente un 31% de los votos frente al 30% de la segunda.
AfD no gobernará en ningún caso. Los democristianos de la CDU se niegan a pactar con ella. Pero este resultado altera para siempre los equilibrios políticos de la Alemania posterior a la reunificación. No solo porque los partidos que forman parte del Gobierno federal han obtenido un resultado catastrófico. No solo porque un partido de derecha radical pueda ganar unas elecciones holgadamente. Sino también porque se normalizan dos tendencias que a largo plazo pueden extenderse a toda Europa. Por un lado, que los partidos radicales consigan mayorías o estén cerca de hacerlo: en Turingia, los partidos antisistema suman casi el 60% de los votos; en Sajonia, más del 45%. En segundo lugar, que sea necesario crear alianzas contranatura para gobernar. En función de cómo sean los resultados definitivos, es posible que en los dos estados sea necesaria una coalición entre la CDU, BSW y SPD. Algo así como si el PP gobernara Asturias en coalición con un Podemos liderado por Juan Carlos Monedero y la ayuda del PSOE.
Contra las empresas
Todo esto va más allá de la mera aritmética política y genera dinámicas sociales que pueden extenderse. Desde la caída del Muro de Berlín en 1989, por ejemplo, las pequeñas empresas alemanas han tendido a no entrometerse en el debate político. Sin embargo, esto empezó a cambiar tras el auge de AfD a mediados de la década pasada. Durante esta campaña, la patronal de las empresas familiares y otros representantes de las pymes han afirmado que la política migratoria que propone AfD, y su capacidad para disuadir a los inmigrantes de acudir a trabajar allí donde el partido tiene una fuerte implantación social, pueden destruir la economía de ambas regiones, donde la población envejece y se reduce, y hasta uno de cada cuatro empleos quedaría vacante sin inmigrantes. La respuesta del líder del partido en Turingia, fue simple: esas empresas deben "callar la boca" en cuestiones políticas. "Espero que se encuentren con muchísimas dificultades económicas", añadió, mientras recomendaba boicotear a algunas de ellas por emplear a inmigrantes o producir en otros países. Hoy es el líder más votado del Land.
El éxito de AfD se debe a que ha sabido capitalizar el malestar causado por el desempleo, la inmigración o los servicios públicos en el Este, cuya renta media es el 80% de la del Oeste. Pero también por el sistema político, que en esas regiones es mayor, en parte, porque los viejos partidos tradicionales nunca han logrado el mismo arraigo que en Occidente, ni existe una sociedad civil tan organizada. Un sector de los votantes de AfD siguen siendo radicales que miran el nazismo con comprensión, creen en teorías conspirativas sobre las vacunas y son fuertemente prorrusos, pero la mayoría de ellos ya son simplemente gente común que ha dejado de creer en la política democrática normal y en el liberalismo económico y el fair play de las empresas. Su partido encarna de manera agresiva este escepticismo.
Sin embargo, eso no solo explica el auge de AfD, sino también el de un fenómeno mucho más singular, que quizá también se replique en otros países europeos: el ascenso de Sahra Wagenknecht, una expolítica del partido comunista del Este, que afirma que su formación busca exactamente al mismo votante de AfD, comparte con esta muchas ideas como la simpatía por Putin, el rechazo a la inmigración o el escepticismo ante el cambio climático o las vacunas, pero quiere una enorme redistribución económica desde los ricos y los empresarios hacia la clase media baja. No solo es escéptica con el liberalismo, sino que quiere acabar con él.
Sociedades abiertas o cerradas
El antiliberalismo no es una oleada imparable. El escenario alemán es muy alarmante, pero dibuja más bien un empate entre las fuerzas que siguen defendiendo una visión pluralista de la economía y la sociedad y las que, desde la derecha o la izquierda radicales, quieren sacrificar la capacidad de adaptación y el liberalismo en nombre de la identidad nacional y el odio de clase. Los cordones sanitarios tenderán a desaparecer con el tiempo —no se puede ignorar eternamente al 30% de los votantes de derecha radical—, y es posible que eso tenga un efecto moderador. Pero si aceptamos que Turingia y Sajonia son parte del gran laboratorio que es esa región del continente, la batalla política en Europa ya no será meramente entre partidos de izquierdas y derechas, sino, sobre todo, entre los defensores de las sociedades abiertas y los partidarios de las cerradas.
Europa oriental es el laboratorio ideológico del continente. De allí surgen muchas de las grandes tendencias que luego se generalizan en Europa occidental. Sin embargo, no es fácil delimitar dónde está la línea divisoria entre el este y el oeste. Una raya imaginaria que partiera el continente en esas dos mitades, en todo caso, pasaría por las regiones alemanas de Turingia y Sajonia, donde ayer se celebraron elecciones regionales. Los resultados, en consecuencia, dan pistas sobre nuestro futuro político.