Tribuna Internacional
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Nueva Política SL: cuando conseguir un cargo político es como emprender
Buena parte de los nuevos políticos encaran las elecciones como una apuesta empresarial con la que hacerse famosos y que puede darles una plataforma para enriquecerse a través de empresas mediáticas o el 'crowdfunding'
Normalmente, los políticos corruptos primero se convierten en políticos y más tarde se corrompen. Alvise Pérez invirtió el proceso y empezó enriqueciéndose con la política antes de entrar de manera oficial en ella. Nigel Farage, el líder del Brexit, creó el partido Reform en 2018, pero lo constituyó con el estatuto jurídico de una sociedad limitada; se quedó con la mayoría de las acciones para que fuera literalmente suyo y nadie pudiera disputarle el liderazgo. Donald Trump colocó a su hija y su yerno en importantes puestos dentro de la Casa Blanca, y consiguió que el Partido Republicano nombrara a su nuera copresidenta del Comité Nacional; ninguno tenía experiencia política, pero todos se han sometido al padre de familia y, así, Trump ha reproducido la estructura centralizada de sus empresas.
Hoy, los nuevos actores políticos ya no fundan partidos tradicionales. Hacerlo, como se vio en el caso de Podemos y Ciudadanos, exige un trabajo extraordinariamente complejo y peligroso para los líderes, porque no solo se cuelan en la organización indeseables y oportunistas, sino que hay que mediar constantemente en las disputas que surgen o, como hizo Pablo Iglesias, trucar el sistema para que el fundador siempre gane. Trump optó por un camino igual de difícil: apoderarse poco a poco de un partido que ya existía.
Lo que han hecho Pérez, Farage y otros, como el francés Éric Zemmour (al frente de la formación de derecha radical Reconquista), es crear estructuras unipersonales y rechazar las prácticas de los partidos convencionales, como la búsqueda de apoyos en la prensa tradicional, la construcción de una estructura territorial sólida y la elaboración de programas ideológicos detallados. Sus partidos parecen start-ups: reciben dinero en rondas de financiación, operan con poquísimos gastos fijos, se basan en la tecnología y el carisma y pueden convertirse en negocios millonarios o desaparecer dejando tras de sí impagos y estafas.
Un paso más allá
El caso de Se acabó la fiesta, la marca bajo la que opera Pérez, es particularmente interesante porque es la que ha adoptado de manera más clara la estrategia de las start-ups y los emprendedores. Se financió mediante un negocio de criptomonedas, transmitió la idea de que su objetivo era hackear el sistema, se comunica mediante Telegram, una plataforma que tiene cierto aire subversivo, y asumió como logotipo la careta de Guy Fawkes, un revolucionario inglés cuyo rostro han adoptado los militantes políticos en la red. Además, es un partido abrumadoramente masculino: en las elecciones europeas del pasado verano, en las que Pérez consiguió un escaño, los hombres de entre 25 y 44 años le votaron siete veces más que las mujeres de la misma cohorte.
El populismo, como las start-ups tecnológicas, prometía ser mejor, más transparente y más cercano a la gente que el viejo establishment. Así lo hicieron Podemos o el Movimiento 5 Estrellas en Italia. Así empezó también Pérez, pero ahora, tras el escándalo de la financiación ilegal de su plataforma electoral, ha ido más allá: ha dicho que quizá no sea menos corrupto que la casta, incluso ha insinuado que en ocasiones es necesario serlo mucho más, pero que así son las reglas del juego y hay que adaptarse a ellas.
Es lo mismo que hicieron start-ups como Google o Facebook cuando renunciaron a sus rompedores lemas —"No hagas el mal" y "Muévete rápido y rompe cosas", respectivamente— para asumir que no podían seguir siendo ingenuas cuando su ambición era convertirse en grandes empresas cotizadas que hicieran millonarios a sus fundadores. Aunque ellas, por supuesto, lo hicieron legalmente.
Políticos como emprendedores
La política puede ser un trabajo como cualquier otro y mucha gente entra en un partido para tener un sueldo o medrar. No tiene nada de malo ni de nuevo. Pero las reglas han cambiado. Buena parte de los nuevos políticos son emprendedores que se ven a sí mismos como comunicadores que pueden hacer carrera al margen de los partidos. Encaran las elecciones como una apuesta empresarial que, de salir bien, puede hacerles famosos y darles una plataforma para enriquecerse a través de empresas mediáticas o el crowdfunding. O con merchandising. Si Pérez ha vendido camisetas y sudaderas, la semana pasada Trump puso a la venta relojes de oro por 100.000 dólares, y Farage es el diputado británico que más dinero gana: 90.000 libras por su cargo político, y un millón más por sus apariciones en televisión y en plataformas como Cameo, que paga a gente famosa para que haga vídeos personalizados, como felicitaciones de cumpleaños.
Buena parte de los nuevos políticos son emprendedores que se ven a sí mismos como comunicadores para hacer carrera
Las nuevas tecnologías, por supuesto, han facilitado ese proceso. Pero también han contribuido los cambios sociales que hacen que veamos con más recelo a los viejos partidos políticos, su sistema jerárquico clientelar o su simbiosis con los intereses económicos y mediáticos. También hemos desarrollado un cierto cinismo: "Si todos los políticos roban, ¿qué diferencia hay?".
Si Pérez hubiera sido un poco más inteligente, habría podido jubilarse como eurodiputado y celebridad mediática. Su start-up podría haberle mantenido fácilmente. Pero corromperse antes de empezar puede complicarle la vida, como sucede con los emprendedores, que desde el principio tienen que recurrir a trampas para sobrevivir. Con todo, no tardarán en aparecer más Pérez, honestos o no, de derechas o no, que actúen como emprendedores. Es el destino de la nueva política.
Normalmente, los políticos corruptos primero se convierten en políticos y más tarde se corrompen. Alvise Pérez invirtió el proceso y empezó enriqueciéndose con la política antes de entrar de manera oficial en ella. Nigel Farage, el líder del Brexit, creó el partido Reform en 2018, pero lo constituyó con el estatuto jurídico de una sociedad limitada; se quedó con la mayoría de las acciones para que fuera literalmente suyo y nadie pudiera disputarle el liderazgo. Donald Trump colocó a su hija y su yerno en importantes puestos dentro de la Casa Blanca, y consiguió que el Partido Republicano nombrara a su nuera copresidenta del Comité Nacional; ninguno tenía experiencia política, pero todos se han sometido al padre de familia y, así, Trump ha reproducido la estructura centralizada de sus empresas.
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