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EEUU: la nueva derecha contra la vieja izquierda
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Ramón González Férriz

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EEUU: la nueva derecha contra la vieja izquierda

Dado que Europa siempre acaba importando las tendencias políticas estadounidenses, estas nuevas versiones de las dos viejas ideologías tradicionales acabarán llegando aquí

Foto: Donald Trump en un mitin en Pensilvania. (Reuters)
Donald Trump en un mitin en Pensilvania. (Reuters)
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En las elecciones presidenciales de mañana se enfrentan, obviamente, Donald Trump y Kamala Harris. El partido republicano y el partido demócrata. Zonas geográficas dispares y grupos sociales con distintas visiones del mundo. Pero también dos revoluciones ideológicas que, en muy poco tiempo, han transformado en direcciones contrarias los dos grandes idearios tradicionales.

La derecha ha mirado hacia el futuro, ha entendido algunas importantes mutaciones sociológicas y ha cambiado por completo sus ideas sobre la economía, la solidaridad y la nación. La izquierda está haciendo como si los últimos diez años de preeminencia woke no hubieran existido e intenta volver al pasado, a la esencia de un centro-izquierda redistributivo, sindical y universalista.

Es importante tenerlo en cuenta porque, dado que Europa siempre acaba importando las tendencias políticas estadounidenses, estas nuevas versiones de las dos viejas ideologías tradicionales acabarán llegando aquí. En realidad, ya lo han hecho.

El cerramiento de la derecha

Donald Trump lleva décadas obsesionado con el déficit comercial y el carácter maligno de la inmigración. Y ha conseguido situar ambas cosas en el centro de la nueva ideología de la derecha. Durante la campaña, ha hablado una y otra vez de imponer aranceles a todos los productos importados, por un lado, y de eliminar completamente la inmigración ilegal y reducir drásticamente la legal, por el otro. Con lo primero, piensa, se impulsará la industria local y se financiará el Estado de tal forma que podrán reducirse mucho los impuestos sobre la renta. Con lo segundo, aumentarán los sueldos de los trabajadores estadounidenses y se preservará la identidad nacional.

Eso supone un giro radical en la historia de la derecha americana, que lleva casi cincuenta años promoviendo el libre comercio y reconociendo que Estados Unidos es un país cuya identidad se basa en gran medida en la inmigración y los sueños de los recién llegados.

La derecha ha mirado hacia el futuro, ha entendido algunas mutaciones sociológicas y ha cambiado sus ideas

Esos son los dos ingredientes principales del cambio conservador. Pero ambos están enmarcados en una nueva ideología mucho más robusta de lo que suelen creer los críticos del trumpismo. A diferencia de lo que ha sucedido en las últimas décadas, hoy la derecha estadounidense corteja sobre todo a las personas con ingresos medios-bajos y, especialmente, a los pocos educados. Es un partido muy masculino que instiga el descrédito de viejas instituciones como los periódicos y la ciencia y de convenciones sociales como la cortesía. Es una formación insurgente que construye su discurso alrededor del miedo al declive de la virilidad y el nacionalismo, y del odio a las élites tradicionales. Solo un genio político como Trump, procedente él mismo de la élite inmigrante de la Costa Este, podía pilotar este cambio en solo una década. Prácticamente, toda la derecha le ha seguido. Pase lo que pase mañana, este es el nuevo conservadurismo.

Socialdemocracia para universitarios

Hoy, las élites empresariales, académicas, profesionales y del entretenimiento son mayoritariamente demócratas. Y en la última década han abrazado con entusiasmo versiones descafeinadas de lo woke: la diversidad, el compromiso de las empresas con las causas sociales, la transformación del lenguaje para hacerlo más inclusivo, la relectura del pasado en clave crítica. Sin embargo, Kamala Harris no ha centrado su campaña en eso. No ha puesto énfasis en que podría ser la primera mujer que presida el país ni ha insistido demasiado en que su familia procede de India y Jamaica. En contra de la izquierda saturada de crítica cultural, que ha postulado que Estados Unidos es un país construido sobre la esclavitud y la explotación, ha dicho que está orgullosa de ser americana. No ha elaborado complejas teorías sobre el género, sino que se ha centrado en el aborto, una de las luchas centrales del feminismo más tradicional. Ha exaltado el papel redistribuidor del estado, la inversión pública, los viejos y decadentes sindicatos y la educación pública.

Hoy, las élites empresariales, académicas, profesionales y del entretenimiento son mayoritariamente demócratas

Se están produciendo muchos cambios sociológicos y tecnológicos, pero la izquierda que lidera Harris insiste en que los fundamentos de la política son hoy exactamente los mismos que hace tres cuartos de siglo. Por eso su programa se parece el que defendió en los años sesenta Lyndon B. Johnson y que pretendía la construcción de lo que se llamó la "Gran Sociedad": subsidiar la educación, potenciar los programas de sanidad pública, desarrollar las regiones deprimidas, ayudar fiscalmente a las pequeñas empresas.

No hacen falta innovaciones. Todo está ahí, aunque ahora haya que cortejar el voto en TikTok. La derecha que ve en Harris, una guerrera del wokismo se equivoca. Tras ella, toda la izquierda occidental regresará a esa visión del progresismo más sobria y, en cierta medida, conservadora. Lo woke volverá a ser una expresión circunscrita al radicalismo universitario.

Más allá del resultado

Se trata de dos revoluciones ideológicas contradictorias. La nueva derecha ha entendido muy bien cómo ha cambiado el mundo. La izquierda de inspiración tradicional ha puesto énfasis en lo mucho que se parecen nuestros problemas a los del pasado. Gane quien gane mañana, esos son los carriles —menos liberales, más estatistas, más proteccionistas— por los que circulará el bipartidismo estadounidense durante la próxima década. Su influencia en el mundo es tan grande que Europa replicará el modelo, aunque aquí la transición sea más lenta. Nuestra capacidad de reinvención no es, aún, la de los americanos. Pero, gane quien gane, empieza una nueva era ideológica.

En las elecciones presidenciales de mañana se enfrentan, obviamente, Donald Trump y Kamala Harris. El partido republicano y el partido demócrata. Zonas geográficas dispares y grupos sociales con distintas visiones del mundo. Pero también dos revoluciones ideológicas que, en muy poco tiempo, han transformado en direcciones contrarias los dos grandes idearios tradicionales.

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