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Tribuna Internacional
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Medio mundo ha votado en 2024. El resultado: la gente quiere cambio
Casi la mitad de los ciudadanos del planeta estaban convocados a las urnas. En muchos países han optado por castigar a los gobernantes y exigir un cambio del statu quo. 2025 será un año de inestabilidad
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En 2024 han celebrado comicios nacionales Estados Unidos, India, Pakistán, Austria, Bangladés, Venezuela, Indonesia, Irán, Japón, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica y México, entre otros. Han votado los ciudadanos de la Unión Europea en las elecciones al Parlamento Europeo. Los franceses adelantaron las legislativas y hubo elecciones regionales en Cataluña, País Vasco y Galicia, varios länder de Alemania y Brasil. Aunque algunos de esos comicios no fueron libres, la mitad de la población adulta del mundo estaba llamada a las urnas.
Evidentemente, los resultados han sido muy dispares. Pero se puede detectar un patrón: en general, los ciudadanos han sido partidarios del cambio y han echado, o puesto en dificultades, a los gobernantes en ejercicio. El cambio más visible se ha producido en Estados Unidos, donde Donald Trump venció cómodamente a los demócratas. En Reino Unido los laboristas machacaron a los conservadores; en Francia, el partido de Emmanuel Macron no pudo repetir la coalición de Gobierno, en Venezuela el chavismo tendría que haber abandonado el poder si no hubiera falsificado los resultados y en Japón, India y Sudáfrica ganaron quienes ya mandaban, pero con resultados mucho peores que en el pasado, hasta el punto de que sus líderes, antes casi omnipotentes, se han visto obligados a apoyarse en partidos más pequeños. Por cambiar, hasta cambió el Gobierno de Cataluña y el PNV estuvo a punto de no ser el más votado en Euskadi. En las dos elecciones más relevantes que se celebrarán en 2025, en Alemania y Canadá, los partidos gobernantes perderán por mucho.
De este patrón pueden sacarse dos conclusiones. La primera es evidente: hay mucha gente, en países muy distintos, que está muy enfadada con la política y el estado actual de las cosas. La segunda es más especulativa: creo que esta vez los políticos se van a tomar en serio la tarea de cambiar el statu quo. 2025 será un año de cambios. Y, en consecuencia, de mucha inestabilidad.
¿Por qué tanto cambio?
Cada país ha castigado a sus dirigentes por razones distintas. Pero es probable que exista un cierto malestar global compartido. El mundo poscrisis ha crecido económicamente, pero si en el periodo entre los años 1990 y 2014 la reducción de la pobreza fue la más rápida e importante de la historia, hoy ese proceso se ha ralentizado. Todavía no somos del todo conscientes de cómo la pandemia ha influido en la manera en que entendemos asuntos vertebrales del mundo moderno como la capacidad coercitiva del Estado o el papel de la ciencia. Ha estallado una guerra en Europa, otra en Oriente Medio y la retórica bélica —“guerra comercial”, “carrera tecnológica”— impregna el lenguaje que utilizan las dos grandes potencias, Estados Unidos y China. Hoy volvemos a hablar de un “estancamiento secular”: el fin del crecimiento tal como lo habíamos conocido en los países europeos. El descenso de la fertilidad, que es transversal en todo el planeta, ha revivido las dudas acerca del sostenimiento de la economía y el declive civilizatorio. El mundo no se ha desglobalizado, solo se globaliza más lentamente, pero ahora la idea de la globalización y de la dependencia mutua genera una nueva inquietud. El temor a la inmigración y la inseguridad ocupan el centro de la agenda en todo el mundo. Ni siquiera estamos seguros de desear una transición ecológica.
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¿Quién no querría, pues, probar con nuevos gobernantes? Es probable, también, que el mundo digital aliente nuestra insatisfacción política: vivimos en un entorno mediático más acelerado, impaciente e histérico que hace que nos hartemos con mayor rapidez de esas caras que vemos todos los días en todas partes.
Viene un cambio
Pero nada de esto es estrictamente nuevo. ¿Por qué deberíamos pensar que esta vez los políticos que han tomado los mandos, o están a punto de hacerlo, van a tener la osadía de implementar transformaciones reales en la economía y la política? La primera respuesta, sin duda, alude a Donald Trump. Se podrá pensar lo que se quiera de él, pero no que sea reacio o temeroso a la hora de implantar políticas transgresoras que rompen con la tradición. Sin embargo, hay otra razón. Los gobernantes saben manejar la sensación de que los ciudadanos están descontentos; casi siempre creen que, dado que ellos mandan, nada puede ir realmente mal y siguen jugando a la polarización, el partidismo y el business as usual. Pero los mejores políticos también saben cuándo ese malestar es potencialmente devastador (quizá en España tardemos un poco más: creo que nadie ha digerido el verdadero impacto de la suma de una crisis de vivienda con una mala gestión de una catástrofe natural). Y quienes llegan ahora al poder lo hacen entendiendo que su mandato es transformar el statu quo.
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Sin embargo, que los nuevos Gobiernos hayan recibido el mandato de hacer cambios no significa que cuenten necesariamente con buenas ideas: de hecho, casi todos lo han interpretado como un respaldo a las ideas nacionalistas y proteccionistas. Eso suele salir mal. Y cambiar las cosas, y no digamos ya el sistema, es difícil, aunque uno se lo proponga. Además, los cambios generan inestabilidad.
Durante 2025, mientras los políticos intentan cumplir sus promesas de cambio y la realidad se lo pone difícil, reinará esa inestabilidad. Es posible que se reconduzca. Pero también que eso, a su vez, produzca un círculo vicioso que genere aún más insatisfacción. Y más ganas de cambio. Quién sabe qué será lo siguiente.
En 2024 han celebrado comicios nacionales Estados Unidos, India, Pakistán, Austria, Bangladés, Venezuela, Indonesia, Irán, Japón, Reino Unido, Rusia, Sudáfrica y México, entre otros. Han votado los ciudadanos de la Unión Europea en las elecciones al Parlamento Europeo. Los franceses adelantaron las legislativas y hubo elecciones regionales en Cataluña, País Vasco y Galicia, varios länder de Alemania y Brasil. Aunque algunos de esos comicios no fueron libres, la mitad de la población adulta del mundo estaba llamada a las urnas.