Tribuna Internacional
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El primer cuarto del siglo XXI ha sido mucho peor de lo que esperábamos
Hace veinticinco años teníamos grandes esperanzas sobre la democracia, la tecnología y el capitalismo, aunque temíamos al terrorismo islámico. Hoy estamos sumidos en el pesimismo y el regreso del autoritarismo
En las elecciones de marzo de 2000, el Partido Popular obtuvo la primera mayoría absoluta de la derecha tras el franquismo gracias a su optimista mensaje económico. Ese mismo mes, en Estados Unidos, la capitalización de las empresas tecnológicas vinculadas a internet alcanzó su pico: el índice NASDAQ había subido un 400% en solo cinco años. El 11 de septiembre de 2001, dos aviones secuestrados por terroristas islámicos se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York y causaron la muerte de 2.977 personas inocentes. El 1 de enero de 2002 entró en vigor en doce países de la Unión Europea el euro; fue el mayor experimento monetario de la historia y la señal más evidente de que Europa se encaminaba hacia una integración más estrecha.
Mañana, cuando suenen las campanadas, habrá transcurrido una cuarta parte del siglo XXI. Cuando arrancó, a causa de todos estos acontecimientos, nos hicimos una idea de cómo sería la vida en él. Creíamos, con Francis Fukuyama, que se acabarían las disputas acerca del mejor sistema político, porque la democracia liberal sería reconocida como el único legítimo. Estábamos convencidos de que España, que ya formaba parte de los países más ricos de Europa y crecía a un ritmo asombroso, había abandonado para siempre el subdesarrollo y el mal gobierno. Pensábamos también que el enemigo de Occidente sería el terrorismo islámico. El mundo crecería económicamente y, poco a poco, hasta países como Rusia y China se irían pareciendo a nosotros: comercio, globalización, alternancia entre el centro-derecha y el centro-izquierda, Estado de derecho y liberalismo. Y la tecnología lo facilitaría todo: estaríamos interconectados, y, por poco dinero, tendríamos acceso a la mejor información y el entretenimiento global. John Maynard Keynes había afirmado que, a estas alturas, nuestra productividad sería tal que solo tendríamos que trabajar quince horas a la semana. Este tiempo iba a presentar dificultades, pero también vería el triunfo de las mejores ideas de Occidente.
Predicciones erróneas
Pero casi todas estas predicciones eran erróneas. Pese a las catastróficas guerras de Afganistán e Irak, a la segunda de las cuales se sumó España porque José María Aznar pensó que era la hora de que dejáramos de ser una potencia europea secundaria, y de sangrientos atentados, Occidente venció al terrorismo islámico. Pero todo lo demás fue a peor.
En primer lugar, estuvo la crisis financiera, que devolvió a España al club de los países mal gestionados y condenados a crisis políticas endémicas. Sin ella no habríamos tenido unos niveles de desempleo juvenil demenciales, Podemos, ni el procés. Sin esas guerras y sin la crisis no tendríamos a Donald Trump a punto de sentarse de nuevo en el Despacho Oval tratando de deshacer todo lo que considerábamos logros: el libre comercio, la estrecha cooperación entre Estados Unidos y Europa, la exportación de las ideas democráticas, la existencia de instituciones multilaterales relativamente eficaces.
Es como si nos arrepintiéramos de ser optimistas y pensáramos que la única opción es destruir el sistema en el que tanto creíamos
En estos veinticinco años, la Unión Europea ha hecho tres cosas contradictorias: gestionó la crisis de manera muy incompetente, después demostró ser la única entidad política capaz de afrontar nuestros problemas más profundos, pero inmediatamente después, y en parte por sus propios errores, se volvió tan impopular que hoy un tercio de los eurodiputados quiere, también, desmantelar algunos de sus mayores logros. Pensábamos que China era la solución a muchos de nuestros problemas económicos, pero hoy somos dependientes de ella en casi cualquier aspecto de nuestra vida y, al mismo tiempo, es nuestro mayor rival.
Pero quizá la mayor decepción no sea política. Tras un par de décadas de entusiasmo, hoy vemos la tecnología con un enorme recelo. Interpretamos algunos de sus rasgos como emblemas de las tendencias autoritarias, las redes sociales son tan adictivas como el tabaco y tienen un impacto semejante en la salud pública y, con razón o sin ella, consideramos la robotización y la inteligencia artificial como enemigas del empleo y la estabilidad social. Hoy, que las empresas tecnológicas sean las más grandes del mundo, no lo vemos como una señal de progreso, sino como algo temible.
El desgobierno para recuperar el orden
La consecuencia de este cuarto de siglo de decepciones es paradójica. La sensación de desgobierno ha despertado al viejo autoritarismo. El de izquierdas es residual y hoy solo es relevante en España y, en menor grado, en Francia o Alemania. Pero el de derechas triunfa en todo Occidente prometiendo que reconstruirá el orden, los valores sociales tradicionales y la meritocracia. Sin embargo, lo único que ha conseguido hasta el momento es generar aún más desgobierno y deconstruir valores liberales como la tolerancia, la compasión o la separación de poderes. Hay una guerra en la vieja Europa, las economías continentales se estancan, en Estados Unidos muchos creen que el crecimiento nos les beneficia y en todas partes se habla de decadencia civilizatoria, declive cultural y crisis demográfica. La lucha contra la pobreza, que ha sido en algunos momentos muy exitosa, se ha frenado.
Es como si hoy nuestros países se hubieran arrepentido de ser optimistas y, tras veinticinco años de miedo y decepciones, volvieran a pensar que la única opción razonable es destruir el sistema en el que creímos tanto. Es cierto que solo ha transcurrido un cuarto del prometedor siglo XXI. Pero el resultado de este no es muy alentador.
En las elecciones de marzo de 2000, el Partido Popular obtuvo la primera mayoría absoluta de la derecha tras el franquismo gracias a su optimista mensaje económico. Ese mismo mes, en Estados Unidos, la capitalización de las empresas tecnológicas vinculadas a internet alcanzó su pico: el índice NASDAQ había subido un 400% en solo cinco años. El 11 de septiembre de 2001, dos aviones secuestrados por terroristas islámicos se estrellaron contra las Torres Gemelas de Nueva York y causaron la muerte de 2.977 personas inocentes. El 1 de enero de 2002 entró en vigor en doce países de la Unión Europea el euro; fue el mayor experimento monetario de la historia y la señal más evidente de que Europa se encaminaba hacia una integración más estrecha.
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