Tribuna Internacional
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Las empresas son peligrosamente sumisas ante el poder político
Tras el triunfo de Trump, muchos negocios que se apuntaron a las ideas progresistas están abjurando de ellas y tratando de complacer al nuevo Gobierno. No debería ser así en una sociedad liberal
¿Cree usted que muchos intelectuales, periodistas y artistas se someten a los Gobiernos para gustarles y recibir favores a cambio? Seguramente, tiene razón. Pero, ahora, para contemplar un verdadero espectáculo de sumisión hay que observar a otro colectivo: el de los empresarios. Pocas veces se ha visto a tantos ricos dispuestos a dar bandazos para someterse a la política.
Walmart, la cadena de supermercados más grande de Estados Unidos y la empresa con más ingresos de todo el mundo, suele identificarse con la América rural y conservadora. Sin embargo, en los años en que la izquierda parecía dominar no solo la política estadounidense, sino también su clima intelectual y mediático, adoptó toda clase de medidas progresistas. Daba prioridad a los proveedores que eran propiedad de mujeres o minorías. Financiaba un centro de estudios contra el racismo. Sometía sus prácticas a la evaluación de una organización que defiende los derechos de los gays.
Pero poco después de que Donald Trump ganara las elecciones, en noviembre, Walmart renunció a esos principios. ¿La razón esgrimida? Una sentencia del Tribunal Supremo que acababa con la discriminación positiva en los criterios de admisión en las universidades, que podría aplicarse también a las empresas. Pero, evidentemente, hay otro motivo: no molestar al nuevo presidente y a los hoy eufóricos conservadores, que disponen de un poder enorme gracias a que controlan el Congreso.
Mientras gobernó Joe Biden y parecía que la ideología progresista era hegemónica, muchas empresas incorporaron en su actividad los marcos ESG (medioambiente, sostenibilidad y gobernanza) y DEI (diversidad, igualdad e inclusión). Lo hicieron emblemas de la cultura estadounidense como Harley Davidson, Boeing o Ford, casi todas las universidades de élite y muchas instituciones financieras. Larry Fink, el consejero delegado de BlackRock, el banco de inversión más grande del mundo, fue más allá y afirmó que mantendrían una actitud vigilante con las empresas que no se mostraran suficientemente comprometidas con la sostenibilidad medioambiental y las buenas prácticas sociales.
Universidades como el MIT o Harvard llevan meses desmontando sus prácticas DEI; las tres empresas mencionadas anunciaron el mes pasado que las desmantelarían. BlackRock ha reducido al mínimo el cumplimiento de los criterios ESG. Si antes había que complacer a la izquierda, ahora hay que hacerlo con los republicanos y lo que parece una nueva moral hegemónica.
El mundo tecnológico de Silicon Valley ha ido incluso más allá. Este había sido tradicionalmente progresista o liberal, pero hoy se ha entregado al nuevo poder conservador. Mark Zuckerberg, el fundador de Meta —propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp— ha sustituido a su dimitido jefe de relaciones institucionales, un liberal, por un exasesor de George Bush. Además, ha anunciado que rescindirá el contrato con los equipos externos que examinaban los contenidos de sus redes, una vieja exigencia de la derecha, que creía que Facebook era una plataforma dominada por el progresismo. Zuckerberg, que incluso ha cambiado de peinado y asumido una indumentaria que parece casar con la estética de bro trumpista, dijo que en sus plataformas había existido la censura y que había que dejar más espacio a opiniones sobre género o raza que hasta ahora se filtraban. Incluso trasladará su departamento interno de supervisores de contenido de su sede en California, tradicionalmente progresista, a Texas, muy conservadora.
La sumisión ¿voluntaria?
La posibilidad de que la sentencia del Tribunal Supremo genere problemas judiciales a las empresas es real. También lo es que los criterios ESG se habían vuelto demasiado complejos y, en ocasiones, opacos; muchos fondos gestionados con esos criterios, además, eran menos rentables. En ciertos casos, el marco DEI había llegado a extremos; en algunas universidades de élite, por ejemplo, se exigía a los nuevos contratados que declararan por escrito su compromiso con la diversidad. Quizá muchos ejecutivos y accionistas se han ido dando cuenta paulatinamente de que fueron demasiado lejos.
Pero es evidente que, ahora, los ricos quieren complacer al nuevo poder. No tiene nada de malo, dirán algunos: las empresas hacen bien en intentar alinearse con los poderosos si creen que eso les permitirá operar con mayor tranquilidad y aumentar sus ventas y sus beneficios. Tienen que intentar caer bien a quienes les van a regular. Si antes se adaptaron a la izquierda, ¿por qué no adaptarse ahora a la derecha? Es un planteamiento totalmente legítimo, pero también inquietante.
Porque certifica que, a pesar de que vivimos en sociedades de mercado, las empresas se sienten obligadas a complacer al poder para no meterse en líos. Por supuesto, en muchos casos, es necesaria la coordinación, e incluso la cooperación, entre lo privado y lo público. Pero lo que estamos viendo parece ir mucho más allá. En una sociedad liberal, uno no tendría por qué caerle bien al Gobierno para pensar que su negocio está a salvo.
Tienen que intentar caer bien a quienes les van a regular. Si antes se adaptaron a la izquierda, ¿por qué no adaptarse ahora a la derecha?
Esto está sucediendo en Estados Unidos. Pero en Europa muchas grandes empresas asumieron también esta clase de prácticas identificadas con el progresismo. Y también aquí se está produciendo un paulatino giro hacia el conservadurismo en los Gobiernos nacionales. Incluso la Comisión está empezando a desmontar partes de su Green Deal y habla un poco menos de feminismo y sostenibilidad. En España, en algún momento, dejará de haber un Gobierno de izquierdas. El espectáculo, también aquí, será interesante.
¿Cree usted que muchos intelectuales, periodistas y artistas se someten a los Gobiernos para gustarles y recibir favores a cambio? Seguramente, tiene razón. Pero, ahora, para contemplar un verdadero espectáculo de sumisión hay que observar a otro colectivo: el de los empresarios. Pocas veces se ha visto a tantos ricos dispuestos a dar bandazos para someterse a la política.
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