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Tribuna Internacional
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El mundo empieza a notar el poder de Trump
El alto el fuego entre Hamás e Israel permite al presidente entrante de Estados Unidos afirmar que su país vuelve a ser respetado y obedecido en el mundo. Pero también mostrarse como un heredero de Ronald Reagan
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El sistema de negociación de Donald Trump es tosco. Pero hoy muchos tienen un motivo más para pensar que es efectivo. La semana pasada, afirmó que, si Hamás no liberaba a los israelíes que ha mantenido retenidos durante más de un año, “desataría el infierno”. También difundió un vídeo en el que se acusaba a Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí, de manipular la política estadounidense. Trump será totalmente favorable a Israel; su secretario de Estado, Marco Rubio, y su embajador en Jerusalén, Mike Huckabee, han llamado a la destrucción total de Hamás, y el segundo incluso ha cuestionado la existencia de Palestina. Pero el mensaje implícito de ese post al Gobierno Netanyahu, y en especial a su flanco más radical, era: “Os vamos a apoyar. Pero a diferencia de lo que habéis hecho con Joe Biden, a mí tenéis que obedecerme”.
Ayer, cuando se conoció el trato, Trump afirmó: “Tenemos un acuerdo para los rehenes de Oriente Medio. Pronto serán liberados. ¡Gracias!”. Es probable que la resolución haya sido mérito del equipo de Biden, conjuntamente con el de Egipto y Qatar. Pero es dudoso que se hubiera producido de no ser porque el lunes que viene Trump se convertirá en el nuevo presidente y ambas partes quieren, en la medida de lo posible, empezar con buen pie. En todo caso, él ya ha transmitido que el mérito es suyo. Tosco o no, Trump parece haber demostrado que sus enemigos deben plegarse a su voluntad, pero también que sus aliados deben ser sus siervos.
Una solución obvia
El acuerdo, cuyos detalles apenas se empezaron a conocer anoche, es un poco más matizado que el tuit de Trump, y se parece mucho al plan en tres fases que presentó Biden en mayo pasado. En un principio, se producirán seis semanas de tregua y Hamás liberará a los niños, las mujeres, los ancianos y los enfermos, 33 rehenes en total. A cambio de eso, Israel liberará a prisioneros palestinos y permitiría un drástico aumento de la ayuda humanitaria en Gaza. Dentro de quince días se iniciarían las negociaciones para que Hamás libere al resto de los rehenes, quizá unos setenta, entre los que están los soldados varones, tras cuya liberación Israel soltará a más prisioneros palestinos. En fases posteriores, debería producirse un cese de la violencia permanente, el Ejército israelí se retirará de Gaza, y se iniciará una fase de reconstrucción de la Franja supervisada por Egipto, Qatar y la ONU.
Aún falta que Netanyahu sea capaz de convencer a los más radicales de su Gobierno de la idoneidad del plan, por lo que caben esperar algunas maniobras más antes de que entre en vigor el domingo. Pero los términos del acuerdo parecen obvios y, a falta de ulteriores análisis, responden a las necesidades de ambas partes. Hamás, y aunque no forme parte del acuerdo, también Hezbolá, quieren parar la cuenta de muertos en el lado palestino, que asciende a la catastrófica cifra de 45.000 personas, y empezar a reconstruir tanto la propia Gaza como las estructuras de sus organizaciones. Según informaciones de anoche, los gazatíes parecían aliviados con esta resolución. Al mismo tiempo, Netanyahu puede afirmar con toda la razón que ha ganado la guerra, ha mermado enormemente la capacidad militar de Hamás y Hezbolá y, de paso, ha dado un fuerte golpe a Irán y su supuesta capacidad militar.
Pero si todo eso era tan evidente, ¿por qué no consiguió Biden que se firmara hace meses? Para Trump es indiscutible: porque en los últimos cuatro años, Estados Unidos no se ha hecho respetar en el exterior. Pero eso cambiará, piensa. Seguramente, Estados Unidos no invadirá Groenlandia, ni se anexionará Canadá, ni tomará por la fuerza el canal de Panamá, pero Trump utiliza las amenazas como el punto de partida para la negociación y luego, por lo general, es capaz de llegar a pactos pragmáticos siempre y cuando estos beneficien a su país y pueda presentarlos como un triunfo de su nacionalismo y su poder en el exterior. A Trump le importa poco Europa del Este, y seguramente permitirá que Rusia la reclame como parte de su “zona de influencia”. También le da igual Taiwán, y una vez tenga la certeza de que no necesita los chips que se fabrican en la isla, no le preocupará si China la invade. Pero considera que Medio Oriente sí es su “zona de influencia” y ha querido demostrar que también ahí manda él.
La tentativa de tregua auspiciada entre una administración saliente y otra entrante tiene, además, un significado simbólico para los conservadores y su nueva visión del poder americano. En enero de 1981, justo cuando el recientemente fallecido Jimmy Carter abandonaba el poder y Ronald Reagan se disponía a sumirlo, Irán liberó a cincuenta y tres ciudadanos estadounidenses que un grupo revolucionario había tenido retenidos durante más de un año. Reagan se atribuyó buena parte del mérito. Trump, al hacer lo mismo, no solo ha querido decir que Estados Unidos vuelve a ser obedecido en el exterior, sino también que él es el nuevo Reagan.
El sistema de negociación de Donald Trump es tosco. Pero hoy muchos tienen un motivo más para pensar que es efectivo. La semana pasada, afirmó que, si Hamás no liberaba a los israelíes que ha mantenido retenidos durante más de un año, “desataría el infierno”. También difundió un vídeo en el que se acusaba a Benjamin Netanyahu, el primer ministro israelí, de manipular la política estadounidense. Trump será totalmente favorable a Israel; su secretario de Estado, Marco Rubio, y su embajador en Jerusalén, Mike Huckabee, han llamado a la destrucción total de Hamás, y el segundo incluso ha cuestionado la existencia de Palestina. Pero el mensaje implícito de ese post al Gobierno Netanyahu, y en especial a su flanco más radical, era: “Os vamos a apoyar. Pero a diferencia de lo que habéis hecho con Joe Biden, a mí tenéis que obedecerme”.