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Tribuna Internacional
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Trump es un síntoma del giro autoritario de Occidente
Aunque él destaque por su estilo, muchos políticos occidentales, de izquierdas y de derechas, y gran parte de la sociedad, comparten sus postulados nacionalistas y su desdén por la separación de poderes
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En el momento de su investidura, Donald Trump es el presidente de Estados Unidos más impopular de los últimos setenta años. Pero como señalaba una encuesta reciente del New York Times, la mayoría de los estadounidenses apoyan sus propuestas políticas más radicales. Y casi todos ellos, hasta un noventa por ciento, comparten su diagnóstico de que el sistema político estadounidense está "roto". Los grandes empresarios que le detestaban se han rendido a él y a su ideología. Aunque Trump no guste a la gente, esta parece dispuesta a tragar con él para que se materialicen sus propuestas autoritarias y proteccionistas.
Sin embargo, haríamos mal en pensar que estas tendencias son un fenómeno estrictamente estadounidense. De hecho, algo parecido está sucediendo en buena parte de Occidente. Los políticos, incluso los pertenecientes a partidos tradicionales y moderados, están adoptando posturas parecidas. Y la gente está muy de acuerdo.
Jueces y periodistas
Donald Trump considera que el sistema judicial es corrupto y está tomado por sus enemigos, que lo utilizan para saldar cuestiones políticas. No es el único. El Gobierno de Benjamin Netanyahu está intentando quitar poder e independencia al Tribunal Supremo de Israel, al que considera un ilegítimo organismo progresista. En Francia, la líder de la oposición y probable próxima presidenta, Marine Le Pen, ha deslegitimado el sistema judicial francés porque este puede inhabilitarla por un caso de malversación de fondos públicos. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha acusado a los jueces de ir contra la voluntad del pueblo por suspender algunas de sus leyes. Si nos remontamos a unos pocos años atrás, la derecha británica llamó "enemigos del pueblo" a los jueces que dictaminaron que el Brexit necesitaba el refrendo parlamentario y el Gobierno de Polonia quiso adelantar la jubilación de los jueces para ocupar el sistema. El Gobierno de Pedro Sánchez ha convertido el ataque al sistema judicial en un ritual casi cotidiano.
Los políticos, en todas partes, están hartos de la independencia judicial y en los próximos años esta se irá reduciendo paulatinamente. Es, quizá, la señal más clara del creciente autoritarismo de las democracias.
Pero no la única. Llama la atención la naturalidad con que Donald Trump insulta y demanda a los medios. Pero tampoco en eso está solo. En Reino Unido, que los políticos insulten a los periodistas se considera legítimo, y se convirtió en un arte en tiempos de Boris Johnson. En México, el expresidente Andrés Manuel López Obrador señalaba a periodistas críticos desde el púlpito presidencial. El Gobierno israelí aprobó una resolución para boicotear al diario crítico Haaretz. Sánchez ha propuesto leyes a medida contra los medios que han acusado de corrupción a su entorno familiar y se ha arrogado la decisión sobre qué accionistas pueden entrar en el grupo Prisa. Lo cierto es que a nadie parece preocuparle demasiado, ni siquiera a la mitad de la profesión periodística.
Obviamente, podemos acordar que los jueces y los periodistas son objetivos legítimos de los políticos. No sería el fin del mundo. Pero, ahora, destruir o controlar el sistema judicial y la conversación pública son la base de numerosos proyectos políticos.
Intervencionismo pleno
En el plano económico, Trump es un mercantilista, un nacionalista y un proteccionista. Paradójicamente, en España, quienes se autodenominan liberales defienden esas políticas, contra las que nació la ideología liberal. Pero también la UE, por ejemplo, se está volviendo a dejar tentar por los aranceles para proteger a la industria europea, como en el caso de los coches eléctricos chinos.
Es posible que el Gobierno de Francia, también considerado liberal, bloquee el tratado de libre comercio con Mercosur, y en España tanto la izquierda como la derecha radical, Podemos y Vox, exigen una fantasmagórica "soberanía alimentaria" y una limitación de las importaciones (no así, al parecer, de las exportaciones). Que los Gobiernos nombren reguladores de partido, amenacen a las empresas y escojan a sus líderes y conviertan los medios públicos en órganos políticos es la nueva normalidad.
Pesimismo autoritario
Trump encarna todas estas tendencias, basadas en un pesimismo que se retroalimenta, pero todas ellas están cada vez más extendidas en el resto de Occidente, son transversales, y las defienden políticos por cuyas formas, en muchos casos, jamás compararíamos con Trump.
¿Significa eso que la democracia esté en peligro en Occidente? No. Pero sus sociedades, lideradas por la derecha y por la izquierda, por los viejos partidos y los nuevos, están caminando hacia una interpretación mucho más autoritaria de la democracia. Con presidentes que aspiran a ser omnipotentes. Con un desdén institucionalizado hacia las críticas o las investigaciones periodísticas. Con un sistema judicial cada vez más controlado. Con una economía dominada por el intervencionismo y la sumisión de las empresas a los intereses políticos de los Gobiernos. Con un mayor rechazo a lo extranjero.
A la sociedad no parece importarle y hasta lo apoya con entusiasmo. Los políticos lo saben perfectamente. Una versión más autoritaria de la democracia es nuestro destino (casi) ineludible. Trump es solo el síntoma y el acelerador.
En el momento de su investidura, Donald Trump es el presidente de Estados Unidos más impopular de los últimos setenta años. Pero como señalaba una encuesta reciente del New York Times, la mayoría de los estadounidenses apoyan sus propuestas políticas más radicales. Y casi todos ellos, hasta un noventa por ciento, comparten su diagnóstico de que el sistema político estadounidense está "roto". Los grandes empresarios que le detestaban se han rendido a él y a su ideología. Aunque Trump no guste a la gente, esta parece dispuesta a tragar con él para que se materialicen sus propuestas autoritarias y proteccionistas.