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Tribuna Internacional
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¿Transición verde? Olvídenlo. La nueva obsesión europea es crecer, crecer y crecer
La UE ha cambiado radicalmente de discurso. Ha asumido que Europa crece poco y no es competitiva. Pero no está claro que, después de años de regulación masiva, su nueva agenda vaya a funcionar
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Diciembre de 2019. Europa se ha recuperado de la crisis financiera. Los tipos de interés son muy bajos. Joe Biden ha ganado las elecciones en Estados Unidos y Donald Trump pronto será una absurda pesadilla del pasado. Angela Merkel gobierna la locomotora de Europa y Pedro Sánchez parece un socialista moderno y tecnocrático.
Úrsula Von der Leyen, recién nombrada presidenta de la Comisión Europea, anuncia que su gran proyecto político es el Green Deal. Aunque es una curtida conservadora alemana, habla como un cursi secretario general de Naciones Unidas: "Nuestro objetivo es reconciliar la economía con nuestro planeta —dice Von der Leyen para celebrar el acuerdo verde—, reconciliar la manera en que producimos y la manera en que consumimos con nuestro planeta, y hacer que eso esté al servicio de nuestro pueblo".
Avancemos cinco años, hasta hoy. Febrero de 2025. Ha estallado y pasado la pandemia. Rusia ha invadido Ucrania. Medio Oriente, tras decenas de miles de muertos, es irreconocible. Los tipos de interés han vuelto a la franja alta. Donald Trump es el presidente de Estados Unidos y ha desatado una guerra comercial contra Canadá, México, China y la UE, y amenaza con invadir Groenlandia y Panamá. Alemania está en crisis y en las próximas elecciones la derecha radical quedará en segundo lugar.
Pedro Sánchez ya solo habla de los tuiteros anónimos que le insultan y quiere apretar a la prensa crítica. Los dos temas de conversación global más serios son la Inteligencia Artificial y la energía. Von der Leyen anuncia su programa legislativo para los siguientes cinco años, que se llama Brújula para la Competitividad. Para celebrar su presentación, publica en el Financial Times un artículo coescrito con la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde. Se titula, de manera ominosa, Europa ha entendido el mensaje de que es necesario un cambio. Sus argumentos ya no son cursis, sino propios del agobiado CEO de una cotizada con problemas: "Ser competitivos es fundamental para el futuro de Europa. Necesitamos un crecimiento económico más rápido y una mayor productividad para proteger la calidad de vida de los europeos […] Esa es la razón por la que Europa debe actuar".
Crecimiento, crecimiento, crecimiento
La manera en que la UE está desmontando buena parte del aparato regulatorio y político que armó durante los últimos cinco años es realmente extraordinaria. En parte, se debe a circunstancias políticas. Hoy, todo el espectro ideológico occidental se está desplazando a gran velocidad hacia la derecha. Y Von der Leyen sabe que, para gobernar el continente, necesitará el apoyo de Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, y, en el futuro, el del probable canciller alemán, Friedrich Merz, un hombre de la derecha pura. Quizá, a partir de 2027, tendrá que aliarse con Marine Le Pen si esta es presidenta de Francia.
Pero también hay razones económicas. Es posible que el Green Deal fuera una buena idea, pero llegó en un momento inoportuno. La industria alemana muestra hoy unas señales de asfixia desconocidas en los últimos setenta años. La vieja élite industrial del norte de Italia, que durante décadas pensó que la UE era su única esperanza para disponer de una regulación juiciosa, no ve cómo diablos competir con los coches eléctricos chinos. Francia es más robusta de lo que muchas veces hemos creído todos, pero su modelo sigue basándose, en gran medida, en el proteccionismo y la energía nuclear. España es uno de los países que más crece de todo el continente, pero pese a la retórica de su Gobierno, lo hace por dos razones que no tienen nada que ver con la planificación política ni con la nueva economía verde: el turismo y la inmigración.
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Los hechos han cambiado, y la UE hace muy bien en cambiar su orientación. Pese a que el texto de la Brújula para la Competitividad es nebuloso, tiene algunas ideas muy buenas, como empezar a reducir la regulación que ha puesto trabas innecesarias a las empresas del continente, espolear la innovación, invertir más en seguridad e intentar hacer todo esto sin sacrificar por completo la descarbonización. Me gusta mucho. Pero soy escéptico.
Hace poco, los funcionarios de la Comisión Europea alardeaban del poder regulatorio de la UE. No tenemos ejército, reconocían, ni Inteligencia Artificial, ni petróleo, ni chips, ni programadores de software, ni plantas de hardware, ni siquiera fábricas de aspirinas, ni de jerséis. Pero somos un mercado tan grande que todo el mundo adapta sus productos a nuestra regulación, y esa es una forma de poder sin precedentes.
Era cierto, pero se trataba solo de un consuelo narcisista. Hoy, el continente reconoce que lo que necesita es crecer, crecer y crecer. En el disruptor contexto global en el que vivimos, es la receta adecuada. Pero no sé si estamos preparados para interiorizarla y asumir todos los sacrificios —desde el medio ambiente a la fiscalidad— que requiere. Aunque muchos de nuestros políticos no quieran reconocerlo, para ellos resulta mucho más reconfortante regular que interiorizar y poner en práctica las consecuencias del examen de conciencia que es la Brújula para la Competitividad. Crucemos los dedos.
Diciembre de 2019. Europa se ha recuperado de la crisis financiera. Los tipos de interés son muy bajos. Joe Biden ha ganado las elecciones en Estados Unidos y Donald Trump pronto será una absurda pesadilla del pasado. Angela Merkel gobierna la locomotora de Europa y Pedro Sánchez parece un socialista moderno y tecnocrático.