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Tribuna Internacional
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"¿Quieres un territorio? Invádelo". El nuevo imperialismo pone en peligro a España
Países como Estados Unidos, China o Rusia creen que tienen derecho a invadir regiones y países y a redibujar fronteras. Eso perjudica a potencias medianas como España, cuya única esperanza de progreso es la estabilidad
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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha amenazado con la anexión de Canadá y Groenlandia, y con desplegar el ejército para controlar territorio mexicano y panameño. Desde hace décadas, China ha asegurado que algún día se hará con Taiwán; hoy, ese día está más cerca. Rusia invadió Ucrania hace tres años asegurando que se trataba de un país imaginario y puede quedarse con hasta un veinte por ciento de su tierra. Viktor Orbán se ha paseado con una bufanda de fútbol en la que aparecía un mapa de la Gran Hungría que incorporaba partes de Ucrania y Rumanía, en las que hay importantes minorías húngaras. Israel controla ahora el sur de Líbano. Marruecos quiere Ceuta y Melilla.
Hasta hace poco, la estabilidad de las fronteras, y la no injerencia en los asuntos de otros estados soberanos, eran consideradas grandes ventajas del orden liberal. Por supuesto, la hipocresía abundaba. Estados Unidos invadía Irak, Xi Jinping construía islas artificiales en el Mar de la China Meridional y Rusia se apoderaba de Crimea y tenía un estado vasallo, Bielorrusia. Pero esos países esgrimían argumentos legales y excusas históricas, o simplemente negaban los hechos. Cuando aparecía un movimiento independentista como el de Cataluña, todo el mundo decía, al menos de puertas para afuera, que las fronteras eran sagradas y que no había que generar inestabilidad.
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Ahora, en cambio, vuelve a ser legítimo generar inestabilidad. Y todo el mundo quiere aprovecharlo. Quien ha abierto la puerta, como viejo líder del mundo liberal, es Estados Unidos. Trump ni siquiera se ha molestado en apelar a la larga tradición intelectual según la cual Washington debe controlar la política de todo el hemisferio americano. Se limita a decir que a los canadienses les conviene una invasión estadounidense porque así estarán más seguros, que Groenlandia es una "absoluta necesidad" y que Panamá está dominada por China. Trump está convencido de que Estados Unidos tiene una misión expansionista en su región, y los líderes de los imperios no creen que deban pedir permiso para nada. Su trabajo consiste solo en calcular sus intereses. Así lo hicieron los grandes imperios del siglo XIX, como el británico, o los más pequeños y convulsos de la Europa continental. Casi todos sus argumentos para apoderarse de otros territorios eran fraudulentos, y podían generar agresivas respuestas de sus rivales. Pero se creía que todos los países tenían derecho a querer ser imperios, y que como tales podían aspirar a la expansión, la competición y el dominio de lo que se llamaron "zonas de influencia". Pero para eso tenían que ser fuertes.
Esa mentalidad está regresando de manera explícita. Es catastrófico para los territorios que serán anexionados, divididos o sometidos en contra de su voluntad. Pero también es muy peligroso para los países medianos como España.
Las amenazas para España
No me refiero solo a la posibilidad, muy real, de que Donald Trump interceda en favor de la exigencia marroquí de recuperar Ceuta y Melilla. Por suerte, hoy el movimiento independentista catalán carece de energía, pero si, por animosidad con Europa o con Pedro Sánchez, Trump quisiera desequilibrar España, lo tendría tan fácil como ordenar a Elon Musk que instigara en X la posibilidad de una Cataluña independiente. También es posible que, para demostrar su rechazo al imperialismo estadounidense, nuestro Gobierno de izquierdas se acerque paulatinamente al imperio rival, China.
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Pero más importante todavía es que, en las últimas décadas, España se ha beneficiado de un sistema internacional en el que todos los países, independientemente de su tamaño, tenían sobre el papel los mismos derechos que las grandes potencias. Gracias a ello, nadie interfirió en las inversiones de las empresas españolas en Latinoamérica, ni reconoció a Cataluña, ni se ha dicho mucho sobre Ceuta o Melilla ni sobre nuestras responsabilidades con el Sáhara, ni se han obstaculizado nuestros intentos de influir en grandes órganos internacionales como la OTAN o la UE. Los españoles que hoy jalean a Trump pueden admirar su resolución, la claridad de sus objetivos o su visión de una sociedad competitiva. Pero deben tener claro que sus planes, desde los aranceles a la instigación de un entorno internacional basado en la legitimidad de las aspiraciones imperiales, perjudicarán a España. Hasta los nacionalistas españoles deben saber que nuestra nación no es muy poderosa ni lo podrá ser. En tanto que potencia media con poca influencia internacional, sin un ejército relevante, con una economía basada en el aumento de la población, la exportación y el turismo, y con unos cuantos conflictos territoriales serios, solo puede irle bien si hay estabilidad.
Las actitudes imperiales —y se equivocan quienes creen que la UE es también un imperio: ninguno permite a sus territorios vasallos que lo abandonen con solo firmar un papel, que elaboren las leyes por consenso y que escojan al emperador— están regresando. Es pronto para decir que volvemos al siglo XIX, pero hoy, de manera sorprendente, tenemos que enfrentarnos a muchos de sus axiomas. ¿Quieres un pedazo de territorio? Cógelo si tienes la fuerza necesaria para ello.
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha amenazado con la anexión de Canadá y Groenlandia, y con desplegar el ejército para controlar territorio mexicano y panameño. Desde hace décadas, China ha asegurado que algún día se hará con Taiwán; hoy, ese día está más cerca. Rusia invadió Ucrania hace tres años asegurando que se trataba de un país imaginario y puede quedarse con hasta un veinte por ciento de su tierra. Viktor Orbán se ha paseado con una bufanda de fútbol en la que aparecía un mapa de la Gran Hungría que incorporaba partes de Ucrania y Rumanía, en las que hay importantes minorías húngaras. Israel controla ahora el sur de Líbano. Marruecos quiere Ceuta y Melilla.