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Tribuna Internacional
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Estados Unidos actúa ahora como una potencia colonial. Independicémonos
El Gobierno de Trump se comporta con Europa como lo hacían los colonialistas británicos con India. En parte, es culpa nuestra. Debemos asumirlo e independizarnos de su tutela
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Hace quince días, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, dijo a sus anfitriones en la cumbre de Múnich que Europa vive con los valores equivocados. Que no respeta la libertad y censura a su gente. Su tono me recordó al que utilizaban los burócratas ingleses que, hace un siglo, viajaban a la India para decir a los mandatarios títeres del raj que debían renunciar a sus viejas creencias e imitar las de sus colonizadores.
Desde entonces, el nuevo Gobierno estadounidense ha seguido adoptando los modos y las palabras de quien se cree con el derecho de tratar a sus colonias con desdén y exigirles, además, agradecimiento. Donald Trump publicó un vídeo en el que Elon Musk, Benjamin Netanyahu y él bebían refrescos y tomaban el sol en una Gaza convertida en resort turístico mientras los locales bailaban para ellos. Luego, exigió a Ucrania que le entregara una cantidad desproporcionada de sus recursos naturales si quería contar con su amistad. Más tarde, recibió en su casa a dos líderes europeos, Emmanuel Macron y Keir Starmer, que tuvieron que cortejar al presidente como si fuera la Reina Victoria.
Como solían hacer los imperios coloniales, la administración Trump no habla con los gobernantes de las tierras de ultramar, sino con las partes de la élite de estas que le rinden pleitesía y que pueden facilitarle su tarea sobre el terreno: así, por ejemplo, invitó a su toma de posesión en Washington a Santiago Abascal, el líder de un partido minoritario español, pero no habla con los comisarios europeos, que son sus legítimos interlocutores políticos. Cuando le visitó la semana pasada Volodimir Zelensky, utilizó el viejo método de humillarle en público por, como dijo Vance, no mostrar el suficiente agradecimiento ante la generosidad de la metrópolis. Marco Rubio, el secretario de Estado, plantó a Kaja Kallas, la jefa de la diplomacia europea, tras hacerla viajar a Washington. Así aprenderán estas incivilizadas gentes.
El nuevo Gobierno de Estados Unidos se comporta como un poder colonial. Trump cree que puede conquistar los territorios que quiera del Hemisferio Occidental, como Panamá, el norte de México, Canadá o Groenlandia, para blindarse ante agresiones externas. Y que puede obligar a los europeos a asumir unos valores que no son los de América, sino los del Partido Republicano, a cambio de no castigarles demasiado comercialmente y mostrarse un poco magnánimo. Hasta que vuelva a cambiar de opinión.
La culpa propia
Es una actitud aborrecible. Pero después de indignarnos, debemos observarnos a nosotros mismos. Tras la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, la creación de la OTAN y la actitud de Estados Unidos con la caída del comunismo, Europa tenía motivos para dar por sentada la amistad americana. Pero, al mismo tiempo, al no prepararse para el fin de esta, se ha mostrado tacaña, irresponsable y perezosa.
Trump quizá haya adelantado la ruptura una década. Pero grandes tendencias estructurales, visibles en acontecimientos como la invasión de Irak, la gestión de la crisis financiera de la década pasada, la distinta reacción ante el auge de China o el proteccionismo de Joe Biden, indicaban que tarde o temprano esto sucedería. Las élites europeas han hecho como si las señales fueran invisibles y han seguido explotando como si nada el "dividendo de la paz". Por un lado, han gastado una miseria en defensa. En 2014, con Barack Obama en la presidencia, y siendo recientes la invasión rusa de Crimea y el auge de Estado Islámico, se comprometieron a aumentar el gasto militar hasta el 2% del PIB, pero durante la última década han arrastrado los pies, y potencias medias como Italia o España siguen aún hoy muy lejos de ese objetivo. Pero el dividendo de la paz no consiste solo en el ahorro en defensa. Europa, en segundo lugar, ha seguido preocupada solo por mejorar su competitividad económica mientras externalizaba toda la innovación —de los ordenadores personales a Uber, de los móviles al GPS— a Estados Unidos. A pesar de la insistencia, nunca ha habido un verdadero plan para la "autonomía estratégica". Me duele escribirlo, pero quizá Bienvenido Mr. Marshall acabe siendo la obra de arte que mejor defina la política europea de las últimas ocho décadas.
La alianza especial de EEUU con Europa ha muerto y ahora debemos, en un proceso doloroso, independizarnos
La reacción al giro colonial de Estados Unidos debe ser juiciosa. No tiene ningún sentido la provocación gratuita. Es mejor actuar con cortesía y cautela. Pero ya no debemos seguir repitiendo que, en realidad, con su actitud, Trump solo quiere darnos incentivos para que asumamos más responsabilidades en nuestras fronteras. Su objetivo real y declarado es abandonar la alianza atlántica y perjudicar a Europa, y lo está haciendo a gran velocidad. Tampoco debemos albergar falsas esperanzas según las cuales si soportamos cuatro años más a este presidente, volveremos luego a la normalidad.
Las regañinas paternales, los castigos comerciales y las alianzas estadounidenses con nuestros adversarios son estructurales, la nueva normalidad, y no la revertirán los próximos mandatarios, aunque probablemente tengan mejores modales. La alianza especial de Estados Unidos con Europa ha muerto y ahora debemos, en un proceso doloroso en términos psicológicos, económicos y militares, independizarnos. Como todas las metrópolis, sin embargo, Washington no querrá exactamente eso: quiere que nos sometamos a sus estrategias futuras, pero a partir de ahora sin gastar un duro en nosotros. Debemos rechazar lo primero y asumir, casi agradecer, lo segundo. Y prepararnos para tiempos difíciles.
Hace quince días, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, dijo a sus anfitriones en la cumbre de Múnich que Europa vive con los valores equivocados. Que no respeta la libertad y censura a su gente. Su tono me recordó al que utilizaban los burócratas ingleses que, hace un siglo, viajaban a la India para decir a los mandatarios títeres del raj que debían renunciar a sus viejas creencias e imitar las de sus colonizadores.