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Los trumpistas españoles se han hecho un lío ideológico
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Ramón González Férriz

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Los trumpistas españoles se han hecho un lío ideológico

Se entiende que cierta derecha española admire su política migratoria o antiwoke. Pero Trump insulta a los jueces, cree que las fronteras se pueden alterar y odia el libre comercio. Lo contrario que dice defender esa derecha

Foto: Abascal, en su intervención en el CPAC. (EFE/Michael Reynolds)
Abascal, en su intervención en el CPAC. (EFE/Michael Reynolds)
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A los partidos les gusta crear alianzas internacionales. Pero estas son complicadas. Hace años, una delegación de la Internacional Socialista viajó a India para celebrar que un partido de allí se había adherido a la organización. Los recién llegados estaban encantados con el recibimiento y con la posibilidad de contar con un nuevo aliado indio, me contó un europeo que estaba presente. Hasta que empezaron a hablar con sus nuevos socios y vieron que, en realidad, estos no parecían muy socialistas. Tratados en persona, parecían más bien nacionalistas hindúes. Los delegados occidentales se llevaron las manos a la cabeza por el error de comunicación. Por suerte para ellos, el partido no duró mucho tiempo.

Estos malentendidos ideológicos se producen incluso entre culturas más cercanas. Lo estamos viendo hoy con parte de la derecha española, que está convencida de que Donald Trump y su movimiento MAGA son sus aliados naturales. Y está dedicando grandes esfuerzos a presumir de esa relación. Se entiende su admiración por el discurso contra los inmigrantes, la destrucción de los códigos de igualdad en las empresas o el desprecio por el ecologismo. Pero los trumpistas españoles van a tener que hacer equilibrios ideológicos cada vez más complicados. Por una simple razón: es muy difícil encajar el trumpismo en el pensamiento de la derecha española.

Jueces, descentralización, fronteras

Donald Trump y su Gobierno desacreditan de manera constante el sistema judicial y su independencia. Los jueces no son elegidos democráticamente, dicen, y por lo tanto no tienen legitimidad para limitar las políticas que dicte el presidente. Trump ha denunciado que los jueces que le ponen frenos son “lunáticos” que “pueden llevar a la destrucción de nuestro país”. Elon Musk, asesor especial de Trump, ha afirmado que se está produciendo un “golpe judicial” y que sus autores deben ser destituidos. En España, en cambio, la derecha siempre ha defendido que los jueces deben ser un contrapoder de los excesos del ejecutivo. Y que el hecho de que no sean cargos electos es lo que les confiere una fiabilidad especial. Aquí, son parte de la izquierda y el independentismo quienes comparten las ideas de Trump sobre el poder judicial.

La derecha estadounidense siempre ha sido recelosa del Gobierno Federal; es decir, del Estado central. Siempre ha pensado que son los estados —es decir, las entidades políticas regionales— los que representan de manera más democrática a los ciudadanos y tienen que legislar sobre cuestiones que conocen mejor y en las que el Gobierno de Washington no debería entrometerse. Los trumpistas españoles suelen creer exactamente lo contrario: que la descentralización es un peligro y que el Gobierno central debería quitar a las regiones toda clase de competencias, empezando por la educación, que ahora Trump cederá completamente a los entes locales.

La derecha española surgida tras la transición rehuyó el uso de la palabra “conservador” y prefirió autodefinirse, en general, como “liberal”. Tras mucho tiempo declarándose contraria al libre comercio, decidió abrazarlo. Hoy, algunos intelectuales y propagandistas de Vox intentan que este partido haga la transición que en el pasado hizo el Frente Nacional francés, desde posturas económicas liberal-conservadoras hacia una especie de socialismo chovinista. Esta transición ya era difícil. Pero la transición hacia el trumpismo económico lo es casi más. Es particularmente llamativo ver a economistas como Daniel Lacalle, que siempre se ha presentado como un defensor de las expresiones más depuradas del libre comercio y de la globalización comercial, defendiendo los aranceles de Trump, que tienen por fin destruir el libre comercio global.

Foto: Christine Lagarde, presidenta del BCE. (Reuters/Jana Rodenbusch)

Trump no cree que las fronteras sean sagradas, piensa que quien disponga de la fuerza suficiente tiene derecho a redibujarlas a su antojo. En cambio, la inamovilidad del trazado de las fronteras españolas —en Ceuta, Melilla, Cataluña o Euskadi— está en lo más profundo de las creencias de nuestra derecha. Trump, y en especial su vicepresidente J. D. Vance, han establecido una fuerte alianza con el puñado de magnates tecnológicos y de grandes inversores de Silicon Valley que muchos derechistas españoles consideraban hasta hace cuatro días la cúspide del elitismo global anglosajón y la gran amenaza para el pequeño comercio local. Trump considera que el Gobierno y los hombres de negocios de su entorno pueden tener una relación simbiótica: de hecho, él mismo ha promocionado los coches Tesla, de Musk, y su esposa lanzó, el día antes de volver a instalarse en la Casa Blanca, una criptomoneda, mientras que la nueva derecha española pretende construir su credibilidad denunciando las alianzas entre la élite política y el Ibex-35 y el posible beneficio comercial que ha obtenido Begoña Gómez del cargo de su esposo.

Los ejemplos son casi infinitos. Se puede pensar que estas divergencias se deben solo a las singularidades históricas o políticas de los dos países y que son poco relevantes frente a otras cuestiones ideológicas compartidas, como la Agenda 2030 o el fantasmal wokismo. Pero la internacional nacionalista, como hiciera la socialista, se está dejando llevar por el entusiasmo. En especial en España, donde el trumpismo contradice la identidad ideológica que la derecha española se ha construido trabajosamente durante décadas. Por supuesto, no serán Donald Trump ni su MAGA quienes salgan perdiendo de este malentendido.

A los partidos les gusta crear alianzas internacionales. Pero estas son complicadas. Hace años, una delegación de la Internacional Socialista viajó a India para celebrar que un partido de allí se había adherido a la organización. Los recién llegados estaban encantados con el recibimiento y con la posibilidad de contar con un nuevo aliado indio, me contó un europeo que estaba presente. Hasta que empezaron a hablar con sus nuevos socios y vieron que, en realidad, estos no parecían muy socialistas. Tratados en persona, parecían más bien nacionalistas hindúes. Los delegados occidentales se llevaron las manos a la cabeza por el error de comunicación. Por suerte para ellos, el partido no duró mucho tiempo.

Donald Trump Estados Unidos (EEUU)
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