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La gran paradoja: muchos partidarios de reducir el gasto público viven de él
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Ramón González Férriz

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La gran paradoja: muchos partidarios de reducir el gasto público viven de él

Millones de votantes de Trump reciben subsidios. Vox tiene más apoyos en zonas agrícolas y pobres que requieren ayudas públicas. Los votantes de los partidos que prometen reducir el gasto público, con frecuencia, dependen de él

Foto: La motosierra de Milei. (EFE)
La motosierra de Milei. (EFE)
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Los Estados de la mayoría de las democracias se han vuelto demasiado grandes. Algunas partes de ellos son muy ineficientes, y otras simplemente no deberían existir porque tienen funciones innecesarias o que el sector privado puede hacer bien. Los partidos tradicionales parecen incapaces de reducir su tamaño. Por eso a muchos les resultan tan seductoras ideas radicales como las de Elon Musk, las promesas de ahorro de Vox o la sierra eléctrica de Javier Milei.

Pero ahí empiezan los problemas. Fusionar dos ministerios o quitar una subvención es fácil. Pero recortar el Estado de una manera que tenga un impacto relevante en el presupuesto es increíblemente difícil. Y hay un patrón que distorsiona ese objetivo: mucha de la gente que vota a los partidos que más firmemente prometen recortar el Estado depende de este.

De Luisiana a Murcia

El caso más drástico es el de Estados Unidos. Una parte de los políticos republicanos y de su coalición de oligarcas quiere reducir el desmesurado déficit de la administración. Pero cada vez más votantes conservadores dependen de ayudas públicas. Lo reconoció Steve Bannon, el primer ideólogo de Trump: "Muchos miembros de Maga [el movimiento Make America Great Again] dependen de Medicaid", el seguro público al que recurren quienes no pueden pagar el privado. Muchos también son beneficiarios de ayudas contra la pobreza. En algunos lugares de Estados Unidos profundamente republicanos, como Luisiana, contaba el Financial Times, hasta un tercio de la población depende de ayudas públicas. Y estas —en forma de pensiones, sanidad, desempleo, cupones de comida, etcétera— suponen el 18% de los ingresos de los estadounidenses, y mucho más en el caso de algunos votantes de Trump que son viejos, viven en zonas deprimidas o se dedican a la agricultura. A diferencia de los experimentos de Musk consistentes en despedir a pequeñas bolsas de funcionarios, recortar el gasto del que son receptores esos votantes sí supondría una disminución del déficit. Pero, ¿se atreverán los republicanos a hacer algo así?

Vox es un caso distinto. Le votan pocos viejos, pero lo hace un treinta por ciento de los jóvenes, un grupo demográfico que no contribuye al Estado y suele ser receptor neto de su gasto. Le votan masivamente algunos grupos que dependen por definición del Estado, como los militares. Como otros partidos similares de Europa, Vox ha hecho una fuerte apuesta por el mundo rural, que depende en parte de subsidios europeos al campo. Y tiene resultados relativamente malos en comunidades ricas como Madrid, el País Vasco o Cataluña, pero muy buenos en comunidades de renta per cápita inferior, como Murcia o Castilla-La Mancha, cuyos habitantes dependen en mayor medida de ayudas públicas.

Los mayores defensores de reducir el Estado no quieren o no pueden hacerlo porque eso devastaría a una parte relevante de sus votantes

Los recortes del gasto que promete Vox no tienen ningún sentido. Hace unos años propuso vender las participaciones del Estado en empresas parcialmente públicas como AENA (aeropuertos) o Indra (defensa), algo que no tendría ningún impacto relevante en los gastos del Estado y debilitaría estratégicamente al país. Y dice que quiere bajar la cotización de los trabajadores pero, al mismo tiempo, hacer sostenible la seguridad social. Y bajar todos los impuestos pero mantener el gasto social. Es decir, siente atracción por la retórica del recorte del Estado, pero no tiene un plan creíble para hacerlo. El déficit no se reduce quitando coches oficiales o cerrando consejerías de Igualdad. Puede haber razones morales para hacer ambas cosas, pero su impacto en las cuentas es marginal. El grueso del gasto público está en lo que sus votantes sí quieren mantener o hasta necesitan para vivir.

Milei es un poco más osado: ha despedido a un 1% de los funcionarios argentinos y ha retirado las subvenciones a la energía a casi diez millones de hogares. Sin embargo, sus seguidores internacionales están obsesionados sobre todo con las medidas que no tienen ninguna relevancia presupuestaria, como quitar la publicidad pública a los medios o cerrar el Instituto de la Mujer.

Los partidarios de recortar quieren reducir las partidas de las que no son beneficiarios para asegurarse las que ellos perciben

Me gustaría que el Estado fuera más pequeño y se centrara en lo importante, en lo que es estratégico, sabe hacer mejor que el mercado y es neutro ideológicamente. Pero los mayores defensores de la reducción del Estado, en general, no quieren o no pueden llevar a cabo una reducción seria del gasto, porque eso devastaría a una parte relevante de sus bases de votantes. Trump aumentará el déficit estadounidense. En España, no se puede pensar en la sostenibilidad fiscal sin tener en cuenta las pensiones, a las que dedicamos 1 de cada 3 euros del presupuesto nacional. Pero a los antiestatalistas les resulta más efectivo no meterse en esa cuestión y denunciar constantemente como "paguitas" partidas que quizá merecerían ser eliminadas, pero que son irrelevantes en términos económicos. Se puede estar en contra lo woke, pero no es el wokismo lo que dispara el déficit español, sino el coste extra que acarrea una población muy vieja y dispersa.

En realidad, la mayoría de los votantes que se muestran partidarios de recortar el Estado para ahorrar no quieren reducir el gasto del Estado. Quieren reducir las partidas de las que no son beneficiarios porque creen que así se asegurarán las partidas de las que ellos dependen. Es legítimo. Pero debería decirse con más claridad.

Los Estados de la mayoría de las democracias se han vuelto demasiado grandes. Algunas partes de ellos son muy ineficientes, y otras simplemente no deberían existir porque tienen funciones innecesarias o que el sector privado puede hacer bien. Los partidos tradicionales parecen incapaces de reducir su tamaño. Por eso a muchos les resultan tan seductoras ideas radicales como las de Elon Musk, las promesas de ahorro de Vox o la sierra eléctrica de Javier Milei.

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