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Tribuna Internacional
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Cuando los mercados son más racionales que la política
No es bueno para la democracia que sean las bolsas, los bonos o los CEOs quienes corrijan las decisiones de un Gobierno. Pero eso sucede ahora en Estados Unidos. Por suerte
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El miércoles pasado, el secretario de comercio estadounidense, Howard Lutnick, afirmó que los aranceles eran una medida necesaria para que muchas empresas estadounidenses abandonaran China y produjeran en Estados Unidos. Puso el ejemplo de los iPhones de Apple. "El ejército de millones y millones de seres humanos que aprietan minúsculos tornillos para hacer iPhones, esa es la clase de cosa que va a volver a América", dijo. En el transcurso de unos pocos días, la capitalización de Apple cayó 700.000 millones de dólares. Pero el viernes pasado la Casa Blanca anunció que no habría aranceles para los iPhones, ni tampoco para los demás teléfonos móviles, algunos ordenadores, routers o la maquinaria para fabricar chips procedentes de China. Apple, Nvidia y Microsoft respiraron aliviadas. El sábado pasado, sin embargo, Trump dijo que hoy lunes anunciaría algo más concreto sobre los chips. Y ayer domingo, Lutnick afirmó que las exenciones a los móviles y los otros productos electrónicos era temporal. Duraría un mes o dos. Quién sabe qué puede pasar en ese tiempo.
Donald Trump gobierna así. Le gusta generar incertidumbre y ocultar a sus colaboradores sus verdaderas intenciones, porque eso refuerza su poder y el sometimiento de los demás. Muchos creen que en realidad no se trata solo de eso, sino que detrás hay un plan maestro: tras cada bandazo, según ellos, hay una estrategia genial para conseguir más poder de negociación, lo que llevará a Estados Unidos a una prosperidad sin precedentes.
Pero cada vez parece menos probable. Ese permanente estado de caos inducido, los giros de guión imprevistos, las quejas y luego el agradecimiento de las empresas, la caída y luego la subida de la bolsa, un mercado de bonos más parecido al de un país emergente que al de la nación más rica de la tierra, señalan algo peor. Es posible que actualmente la política estadounidense esté basada en la irracionalidad, mientras que el único actor que se comporta de manera más o menos racional, y que tiene la capacidad de corregir la irracionalidad previa, sean los mercados o las empresas. No es un pensamiento agradable para un demócrata.
Políticos irracionales, mercados racionales
Normalmente, pensamos esa lógica de manera inversa. Los analistas tendemos a creer que los actores políticos son racionales. Incluso cuando no entendemos lo que hace un político concreto, cuando nos cuesta encontrar una explicación racional a sus acciones, nos recordamos cuáles son sus prioridades —tener el poder, ganar batallas, implantar sus ideas— y al final, aunque una medida nos parezca estúpida o peligrosa, acabamos comprendiendo sus motivaciones lógicas. Eso no significa que todo les salga bien: con frecuencia calculan mal y meten la pata. Pero tienen un fin coherente. Usted puede pensar que Pedro Sánchez lo hace todo mal, pero se equivocaría si pensara que no actúa de acuerdo con sus intereses racionales.
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Donald Trump pone a prueba esta asunción. Conocemos su programa, ha contado muchas veces sus objetivos y se ha rodeado de un equipo para alcanzarlos: romper el sistema comercial global por medio de la implantación de aranceles, convertir a Estados Unidos en una potencia manufacturera, reducir su dependencia del exterior, aumentar la capacidad adquisitiva de los estadounidenses, bloquear el ascenso de China, etcétera. A mi modo de ver, es un plan poco viable, pero su racionalidad se entiende perfectamente. Sin embargo, es muy difícil comprender cómo cuadran las erráticas acciones de Trump con esa racionalidad. Que la fabricación de los iPhones vuelva a Estados Unidos es probablemente imposible, pero si eso es lo que se pretende, quitarle los aranceles a los móviles pero dejárselos a los juguetes de plástico baratos sin ningún valor añadido no tiene sentido.
Y, en este momento, lo contrario se puede decir de los mercados. Estos son, con demasiada frecuencia, irracionales. Pero ahora parecen estar siendo claros y sensatos. Identifican con precisión cada ocasión en que el Gobierno estadounidense toma una decisión absurda. Son ellos quienes parecen estar respondiendo de una manera lógica al hecho de que sus políticas sean inflacionarias, descienda la confianza del consumidor, el número de turistas europeos haya caído casi un 20% con respecto al año anterior, los impagos de la deuda de las tarjetas hayan aumentado un 13%, suba el precio de la deuda, hayan crecido las probabilidades de una recesión o, en términos generales, esté cayendo la credibilidad internacional del país. No es sano que sean los mercados, y los gestores de hedge funds como Bill Ackman o los CEOs de inmensos bancos de inversión como Jamie Dimon de JPMorgan Chase los únicos que tengan la capacidad de imponer racionalidad a los gobernantes o, al menos, limitar su irracionalidad. Eso correspondería a las propias resistencias internas en el Gobierno o el partido republicano, a la oposición demócrata, a todos los legisladores y, a medio plazo, a los electores.
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Pero así estamos. John Maynard Keynes, que criticó con frecuencia el carácter voluble de los mercados, afirmó que "el mercado puede ser irracional más tiempo del que tú puedes seguir siendo solvente". Hoy podemos darle una vuelta inesperada a la frase: "esperemos que los mercados puedan ser racionales más tiempo del que los republicanos puedan seguir siendo irracionales". De momento, parecen estar lográndolo. Es una buena noticia para la estabilidad del mundo y el bienestar de los estadounidenses. Pero no lo es para que una democracia sea funcional.
El miércoles pasado, el secretario de comercio estadounidense, Howard Lutnick, afirmó que los aranceles eran una medida necesaria para que muchas empresas estadounidenses abandonaran China y produjeran en Estados Unidos. Puso el ejemplo de los iPhones de Apple. "El ejército de millones y millones de seres humanos que aprietan minúsculos tornillos para hacer iPhones, esa es la clase de cosa que va a volver a América", dijo. En el transcurso de unos pocos días, la capitalización de Apple cayó 700.000 millones de dólares. Pero el viernes pasado la Casa Blanca anunció que no habría aranceles para los iPhones, ni tampoco para los demás teléfonos móviles, algunos ordenadores, routers o la maquinaria para fabricar chips procedentes de China. Apple, Nvidia y Microsoft respiraron aliviadas. El sábado pasado, sin embargo, Trump dijo que hoy lunes anunciaría algo más concreto sobre los chips. Y ayer domingo, Lutnick afirmó que las exenciones a los móviles y los otros productos electrónicos era temporal. Duraría un mes o dos. Quién sabe qué puede pasar en ese tiempo.