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Tribuna Internacional
Por
El presente recuerda cada vez más a los caóticos años setenta
Un presidente estadounidense autoritario. Una derecha revigorizada tras la hegemonía izquierdista. Riesgo de estanflación. Caos monetario. Una guerra absurda. Nuestros tiempos se parecen mucho a esa década de desorden
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En 1977, un periodista preguntó a Richard Nixon por qué, durante su mandato, había cometido actos ilegales como autorizar robos, asaltos y escuchas a manifestantes contra la guerra de Vietnam. "Bueno, si el presidente lo hace —respondió—, eso significa que no es ilegal".
Esa frase resumía la concepción del poder que tenía Nixon: el presidente no estaba por encima de la ley —explicaría luego—, pero si sentía que debía saltársela, estaba legitimado para hacerlo. Donald Trump parece estar llevando esa filosofía al extremo.
Esta no es la única analogía entre los años setenta del siglo pasado y nuestros tiempos. De hecho, para entender lo que nos está pasando ahora mismo, nada es más útil que revisar esa década.
Esta empezó, en cierto sentido, en 1968, tras un lustro de profundos cambios culturales de carácter progresista y un estallido de anhelos revolucionarios, algo no tan distinto de lo que ha sucedido en estos últimos años con la emergencia de la izquierda identitaria. La respuesta de la derecha fue también similar a la actual: no solo empezó a ascender, sino que se endureció.
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En Francia, Charles de Gaulle obtuvo una enorme victoria en las elecciones del 68. En Reino Unido, el político conservador Enoch Powell pronunció el más agrio discurso contra la inmigración de la época: "Debemos estar locos como nación para permitir la entrada anual de 50.000 dependientes que serán el origen del futuro crecimiento de la población de ascendencia inmigrante. Es como ver a una nación construyendo su propia pira funeraria", dijo. Luego profetizó que aquello acabaría inevitablemente en "ríos de sangre". Hoy, innumerables políticos de la nueva derecha europea imitan sus profecías. Pero más trascendente aún fue la respuesta estadounidense al estallido izquierdista: en los setenta se conformó el neoconservadurismo, la más rocosa e influyente ideología anglosajona de la segunda mitad del siglo XX, que quería poner fin a los experimentos sociales progresistas. Esta acabaría dando pie, al final de la década, a los triunfos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. En su momento, la izquierda lo consideró el regreso del fascismo; hoy, al lado de Vox, Reagrupación o Alternativa por Alemania, ambos parecen meros liberales.
Pero el paralelismo entre los años setenta y nuestra era no es solo político. Esa década fue una pesadilla económica. Hoy se dice que Trump ha terminado con el sistema del comercio internacional de Bretton Woods, pero quien le dio el primer disparo fue el propio Nixon al cancelar unilateralmente la convertibilidad dólar-oro. Aquella fue una década de inflación y estancamiento. Hoy, los medios estadounidenses hablan aterrorizados del regreso de la "estanflación", y algunos economistas afirman que Alemania ya se encuentra en esa situación, aunque sea en una versión suave. Entonces, los bancos centrales adquirieron una extraordinaria preponderancia y, como hoy, se convirtieron en instituciones politizadas: si Nixon presionó al entonces presidente de la Reserva Federal Arthur Burns para que bajara los tipos de interés, la semana pasada Trump tuiteó que había que destituir al actual, Jay Powell, por mantenerlos altos.
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De Afganistán al Papa
Una vez se empieza, las analogías parecen infinitas. En la década de 1970, la Unión Soviética inició una guerra estúpida en Afganistán y hoy Rusia insiste en la invasión de Ucrania, que le ha costado casi 800.000 bajas; como le sucedió en Afganistán, no puede ganar esta guerra, pero tampoco puede permitirse perderla. En los años setenta, como hoy, había una guerra fría entre las dos superpotencias; como entonces, parece poco probable una guerra entre ambas, pero existe un justificado miedo a que un exceso de virulencia o un error de cálculo por parte de uno de los líderes, Trump o Xi Jinping, pueda desencadenar acontecimientos imprevistos. En aquella época se empezó a hablar de una transición energética para dejar atrás los combustibles fósiles; hoy seguimos atrapados en ese intento. Los cambios se ven incluso en la cultura: hoy vuelve la virilidad desenfrenada, el barroquismo indumentario y nuevas encarnaciones de la música disco. Y todavía estamos a tiempo de sumar una nueva analogía. Al final de la década de los setenta, y después de un Papa relativamente aperturista, Pablo VI (o, si se quiere, Juan Pablo I), se escogió a un guerrero conservador: Juan Pablo II. ¿Veremos algo parecido tras Francisco?
En España, por razones evidentes, cuando pensamos en los años setenta nos centramos en la muerte de Franco, la aprobación de la Constitución y las primeras elecciones constitucionales. Pero si la Transición resultó tan difícil fue, en parte, por el catastrófico panorama político y económico que se vivía en todo el mundo: nuestro terrorismo no dejaba de ser un reflejo del auge de este en toda Europa.
A nivel global, la década de los setenta fue caótica, autoritaria y peligrosa. Incluso los cambios benéficos que alumbró tardaron mucho en asentarse y en dar paso a la estabilidad. Hoy parece que queramos imitar su desorden. Si esos años nos sirven de modelo, las cosas van a tener que empeorar mucho antes de que empiecen a mejorar.
En 1977, un periodista preguntó a Richard Nixon por qué, durante su mandato, había cometido actos ilegales como autorizar robos, asaltos y escuchas a manifestantes contra la guerra de Vietnam. "Bueno, si el presidente lo hace —respondió—, eso significa que no es ilegal".