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La derecha radical es estructural y legítima. Pero no una oleada imparable
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Ramón González Férriz

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La derecha radical es estructural y legítima. Pero no una oleada imparable

Subió en Portugal, perdió en Rumanía y pasa a la segunda ronda en Polonia. Ya es parte del sistema y se comporta como todos los demás partidos. Aunque sea incómodo, quizá el mejor antídoto sea tratarla como tal

Foto: Andre Ventura, del Chega!. (EFE)
Andre Ventura, del Chega!. (EFE)
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En 2017, el 4% de la población portuguesa era de nacionalidad extranjera; hoy, lo es el 15%. Chega!, el partido de derecha nacionalista portugués, ha construido buena parte de su éxito sobre esta rápida evolución y ha conseguido que ese fuera el principal tema de la campaña previa a las elecciones legislativas de ayer. Le ha salido bien: ha conseguido su mejor resultado histórico y se ha quedado muy cerca de ser la segunda fuerza del país tras Alianza democrática, el centro-derecha tradicional. El escenario más probable es que siga gobernando esta con el apoyo puntual e inestable de los socialistas, aunque quizá estos se lo piensen mejor después de su debacle.

En Rumanía, estas elecciones presidenciales han versado principalmente sobre la corrupción que ha dominado la política del país durante los últimos treinta y cinco años, en los que se han alternado los partidos del establishment. El candidato de derecha radical, George Simion, que ha recuperado viejos temas del nacionalismo rumano y los ha mezclado con las técnicas del movimiento Maga, parecía que iba a capitalizar el descontento, pero finalmente no fue así. El candidato centrista y anodino ha ganado las elecciones con comodidad, aunque Simion ya ha denunciado un improbable fraude.

También ayer se celebró en Polonia la primera ronda de las elecciones presidenciales. El PiS, el partido de derecha dura, las había planteado como un referéndum sobre la gestión del partido centrista y liberal liderado por Donald Tusk, que gobierna desde 2023. Pero los liberales las presentaron como un referéndum sobre la posibilidad de que el PiS vuelva al poder y reinstaure sus prácticas autoritarias y la ocupación de las instituciones. Según los sondeos, el candidato moderado ganó por muy poco, y la suma del candidato del PiS y el de un partido aún más radical, Confederación, hacen pensar que en la segunda vuelta podrían ganar los nacionalistas.

La derecha radical ya es del establishment

Dado que se han celebrado en el mismo día, es razonable analizar simultáneamente las tres elecciones y considerarlas una medida del auge de la derecha nacionalista y euroescéptica. Sobre todo, porque se trata de tres de los países que más se han beneficiado de su pertenencia a la UE, al haber sido receptores de enormes cantidades de dinero durante varias décadas. Sin embargo, estas elecciones han demostrado lo contrario de lo que normalmente se quiere ver: en Europa no hay patrones fijos. Hay grandes preocupaciones transversales —la inmigración, el rechazo o el abrazo a Rusia, la agenda feminista y ecológica del progresismo, la aversión o la confianza en las élites tradicionales y bruselenses—, pero cada país las resuelve a su manera. Y, lo que es más importante: la nueva derecha radical no es una oleada. Ni mucho menos una oleada imparable, como con frecuencia se ve a sí misma y la ven quienes más la temen. Es una nueva realidad que no desaparecerá, que ya es plenamente estructural y ortodoxa, y a la que en ocasiones le irá bien y en ocasiones mal.

Pese a lo que dicen sus partidarios, pues, esta nueva derecha no es una respuesta transversal y global a todos los problemas que enfrenta el mundo liberal. A estas alturas, hay gente que es de derecha radical por la misma razón que hay gente que ha sido socialdemócrata, democristiana o centrista toda la vida: porque esa es su ideología, cuyo éxito o fracaso se acompasa con las circunstancias generales y el contexto nacional, pero a la que la mayoría de sus votantes se mantiene fiel. Y que, en ocasiones, tiene un buen candidato o uno mediocre. Es decir, como sucede con los demás partidos.

Foto: El presidente de la Generalitat, Salvador Illa. (EFE/David Borrat) Opinión

Si se mira así, el análisis de las elecciones de ayer cambia. En primer lugar: Portugal, como España, se consideró durante muchos años un país inmune a la derecha radical, pero esta alcanza allí casi un cuarto de los votos y lo condiciona todo: es decir, es un partido sistémico no ganador. Por lo que respecta a los dos países del Este, en sus dos décadas de pertenencia a la UE, el PIB de Polonia ha crecido un 100% y el de Rumania un 80%: quizá los nacionalistas puedan ganar de vez en cuando las elecciones, pero también perderlas y abandonar el poder y luego regresar. Quizá si Europa del Este fue el laboratorio del que salió la actual derecha radical europea, sea también el escenario de su plena normalización como partidos que a veces ganan y a veces no. Si mañana hubiera elecciones en Hungría, el Fidész de Victor Orbán, que lleva gobernando quince años, perdería ante una coalición de centro-derecha relativamente moderada.

Con esto no pretendo transmitir un optimismo que no siento. Es indiscutible que el nacionalismo autoritario está en auge en casi todas partes. Pero elecciones como las de ayer demuestran tres cosas. La primera, que el nacionalismo de derechas está aquí para quedarse y es parte legítima de la política europea. Segunda: que su atractivo no es en absoluto infalible y varía según el país y el momento. Tercera: que, aunque sea algo que me incomoda ideológica y moralmente, quizá haya llegado la hora de tratar a estos partidos como a los demás y cruzar los dedos para que se vaya demostrando que, con alguna excepción, prometen más de lo que pueden cumplir y son bastante malos gobernando.

En 2017, el 4% de la población portuguesa era de nacionalidad extranjera; hoy, lo es el 15%. Chega!, el partido de derecha nacionalista portugués, ha construido buena parte de su éxito sobre esta rápida evolución y ha conseguido que ese fuera el principal tema de la campaña previa a las elecciones legislativas de ayer. Le ha salido bien: ha conseguido su mejor resultado histórico y se ha quedado muy cerca de ser la segunda fuerza del país tras Alianza democrática, el centro-derecha tradicional. El escenario más probable es que siga gobernando esta con el apoyo puntual e inestable de los socialistas, aunque quizá estos se lo piensen mejor después de su debacle.

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