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Tribuna Internacional
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¿Trump defiende a los obreros? Miremos los números
El presidente estadounidense dice representar a las clases trabajadoras, pero lo hace solo retóricamente. Su reforma fiscal beneficia mucho a los ricos. Es legítimo, pero no deberíamos dejarnos engañar
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Ayer, los republicanos de la Cámara de Representantes de Estados Unidos discutieron acaloradamente las grandes medidas fiscales que Donald Trump se propuso sacar adelante. Son muy interesantes. Sobre todo para quienes afirman que Trump es un defensor de la clase obrera y que el partido republicano es el que ahora encarna los intereses de los trabajadores maltratados por la globalización, las importaciones y la inmigración.
Porque la "tax bill" de Trump, que lleva el cómico nombre oficial de "Una ley enorme y preciosa", es un proyecto de derechas tradicional. Por un lado, desmonta las subvenciones a los vehículos eléctricos y la energía renovable. Aumenta el gasto en defensa y en las políticas destinadas a reducir la inmigración. Baja las cargas fiscales a los ricos (también a los trabajadores que reciben propinas y hacen horas extras) y lleva el total exento de impuestos de sucesión hasta los treinta millones de dólares por pareja. Por el otro, disminuye notablemente el gasto en Medicaid, la sanidad pública a la que acuden setenta millones de personas de ingresos bajos, y también en los programas que ayudan a familias con pocos medios a comprar comida. Según el análisis de la Comisión de Presupuestos del Congreso, este plan fiscal disminuiría un 2% los recursos del 10% de hogares más pobres y aumentaría un 4% los recursos del 10% de hogares más ricos.
Es un programa fiscal defendible. Pero es el propio de la tradición fiscal republicana, según la cual la bajada de impuestos a los ricos, y la reducción de gasto en el estado de bienestar para los más pobres, son una cuestión de justicia. Según esta vieja receta que se remonta a Ronald Reagan, es justo recompensar a los ricos por su esfuerzo y por la riqueza que crean. Y si los pobres tienen menos servicios gratuitos, trabajarán más y entenderán que no deben depender de las ayudas estatales.
Es cierto que la gente de derechas suele preocuparse por los grandes déficits y la deuda pública, que en el caso estadounidense alcanza cifras realmente mareantes. Pero a Donald Trump eso le da igual y su plan podría aumentar el déficit en 3,3 billones de dólares en una década. A la derecha, en general, solo le preocupan los desequilibrios presupuestarios cuando los crea la izquierda.
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En todo caso, lo llamativo de esta ley, que tras la aprobación por la Cámara aún debe pasar por el Senado, es que choca abiertamente con la retórica de Trump y los republicanos acerca de su preocupación por la clase trabajadora y su conversión en el nuevo partido obrero. Es una medida pensada para beneficiar a los ricos. De hecho, si los republicanos del Congreso le han puesto pegas que han dificultado su aprobación es porque creen que los recortes al estado del bienestar para las familias de rentas bajas son demasiado pequeños.
Un engaño retórico
La derecha radical trumpista no pretende beneficiar fiscalmente a los pobres, como vemos. Y medidas como los aranceles, la deportación masiva de inmigrantes y los esfuerzos por recuperar una industria imposible de recuperar son gestos ideológicos que no harán que los estadounidenses de ingresos bajos dispongan de mejores puestos de trabajo en la industria y de sueldos más altos. Si acaso, aumentarán sus gastos.
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Pero no se trata de un error o de una muestra de incapacidad. Ese es exactamente el plan de Trump. Según su retórica, su mayor preocupación es el pueblo llano. Pero sus planes económicos son los propios de la derecha pura, aunque sea con un giro proteccionista. Esta nueva derecha no dispone de planes creíbles para alzar a la clase media-baja, lo único que pretende es que esta piense que hay políticos que piensan de verdad en ella, que tenga la sensación de que al fin ocupa el centro del debate político, que hay alguien que se enfrenta con la élite tradicional que detesta. Pero se trata solo de eso: de generar sensaciones positivas en el pueblo, no de abordar sus problemas reales con medidas eficaces.
La derecha radical europea está siguiendo ese mismo modelo. Su retórica apela al pueblo sufriente, defiende el estado del bienestar para los nacionales y el recorte de beneficios a la casta. Pero si uno mira con un poco más de atención sus programas económicos, ve que detrás de esa retórica no hay casi nada. Vox, por poner el ejemplo más cercano, nunca va más allá de prometer recortes a los coches oficiales y los gastos en asesores —lo cual puede estar muy bien, pero es irrelevante en términos presupuestarios—, quitar ayudas a inmigrantes —lo mismo— y cargarse la España autonómica que está fijada en nuestra Constitución. Sus únicas medidas concretas consisten en la reducción del IVA y de los tramos del IRPF, que beneficiarían de manera desproporcionada a las rentas altas.
Tanto en Estados Unidos como aquí, estos planes son defendibles. Pero nadie debería creer que son una defensa real de las clases medias-bajas y trabajadoras. La nueva derecha solo quiere apelar retóricamente a estas para que se sientan representadas y beneficiar materialmente a las altas. Nadie debería engañarse.
Ayer, los republicanos de la Cámara de Representantes de Estados Unidos discutieron acaloradamente las grandes medidas fiscales que Donald Trump se propuso sacar adelante. Son muy interesantes. Sobre todo para quienes afirman que Trump es un defensor de la clase obrera y que el partido republicano es el que ahora encarna los intereses de los trabajadores maltratados por la globalización, las importaciones y la inmigración.