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Tribuna Internacional
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El rescate mutuo: no hay nosotros sin ellos
Los silencios selectivos, los relatos maniqueos y la reproducción de la lógica de la guerra incrementan la polarización y la violencia fuera de Israel y Palestina, a la vez que bloquean la posible colaboración con personas que quieren parar la guerra
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En 2002, en pleno apogeo del terrorismo suicida palestino y de la represión israelí en la Cisjordania ocupada, el filósofo estadounidense Michael Walzer escribió que este conflicto nunca ha sido un entorno amigable para los grandes simplificadores que pontifican desde sus atalayas morales. Estos estaban abocados a equivocarse, tanto moral como políticamente, por lo que Walzer proponía un modelo algo más complejo: el de las cuatro guerras de Israel/Palestina que se libran de manera simultánea. La primera es una guerra palestina para destruir el Estado de Israel. La segunda, una guerra palestina para crear un Estado independiente junto a Israel, poniendo fin a la ocupación de Cisjordania y Gaza. La tercera es una guerra israelí por la seguridad de Israel dentro de las fronteras de 1967. La cuarta, una guerra israelí por el Gran Israel, por los asentamientos y los territorios ocupados.
Si bien ha llovido mucho desde que Walzer publicó su ensayo, las cuatro guerras siguen activas. Desafortunadamente, la primera guerra (la que promueven Irán y Hamás) y la cuarta (la que abandera el actual Likud aliado con colonos supremacistas) han ganado adeptos tanto en Oriente Medio como entre quienes hacen suya la causa de unos y otros en Occidente. Y, lo que es peor, han reducido dramáticamente el espacio de quienes defienden la independencia y seguridad de Palestina e Israel pero en relación mutua.
Estas dos guerras propugnan la victoria total de unos y la rendición incondicional o desaparición de los otros y se resumen en lemas como "Del río al mar", "la tierra de Israel completa", "Palestina vencerá" o "expulsar al enemigo de nuestra casa" (uno de los lemas del kahanismo, movimiento supremacista israelí). Es decir, nosotros o ellos; visiones de futuro basadas en la fantasía de la eliminación completa del otro. El paradigma de la destrucción mutua y de la venganza eterna.
Frente a este panorama, la abogada de derechos humanos y activista israelí Neta Amar-Shiff habla del rescate mutuo como paradigma alternativo al de la destrucción mutua, en este momento existencial en el que el diálogo y la colaboración han perdido toda capacidad de convocatoria. A partir de esta idea, Amar-Shiff une esfuerzos con otros activistas y crea el Colectivo Cívico Mizrají, formado por descendientes de judíos de países árabes y musulmanes. La noción de rescate mutuo apela a los ciudadanos a asumir su papel en la creación de alternativas sostenibles, capaces de vincular aquello que quienes necesitan esta guerra pretenden escindir indefinidamente.
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El rescate mutuo parte de la larga historia compartida entre judíos y árabes y en los valores comunes que esa historia ha alumbrado. No niega las identidades colectivas, pero sí la supremacía de una comunidad sobre otra. El rescate mutuo está del lado de la vida compartida y aspira a romper con la lógica de muerte que ha penetrado tanto en la sociedad israelí —en la idea de que hay honor en morir por la patria, como un héroe de Israel— como en la palestina —en forma de glorificación del martirio—. El rescate mutuo exige una igualdad radical en la que cualquier forma de imaginar el futuro pase por la asunción de que no hay yo sin tú. El Colectivo Cívico Mizrají propone una transformación de estas lógicas para que la posibilidad de rescatar al otro sea imaginable.
Ante estos esfuerzos, resulta especialmente llamativo que, desde la lejana academia española, la política nacional y los medios de comunicación se contribuya al consenso belicista con pasión justiciera y desprecio por los adversarios, aunque israelíes y palestinos sean ya sólo parte de un imaginario y no estén presentes casi nunca ahí donde se les invoca como causas en las que se cifra el futuro de la humanidad. En este consenso bipolar, los discursos son impermeables y hay palabras prohibidas. Para unos, ocupación, genocidio, Estado Palestino. Para otros, sionismo, Israel, soberanía judía. Así, las formas en que se representa este conflicto en nuestras sociedades —y la manera de convertir esta guerra en símbolo— son ecos de la lógica de la guerra.
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Desde la izquierda, el antisionismo ha difuminado la distinción entre la oposición a la política gubernamental actual en Israel y el cuestionamiento de la propia existencia del Estado. Desde las derechas populistas, por otro lado, se enarbola el estandarte de un Israel caricaturizado a su imagen y semejanza, constituyendo así un pro-sionismo instrumental igual de maniqueo —porque ignora la pluralidad de voces del sionismo— que libra una guerra cultural en Europa al calor de la polarización extrema, la xenofobia y el repliegue nacionalista.
En un contexto en el que antisionismo y pro-sionismo se configuran como potentes imanes ideológicos, se ha estrechado el espacio para el encuentro y desaparece la tolerancia a la complejidad que reclamaba Walzer para poder emitir juicios morales o políticos. Es aquí donde el rescate mutuo al que apela la abogada Netta Amar-Shiff puede todavía formular un horizonte hacia el que dirigirnos. Se trata de una salida al paradigma de la guerra, aquel que destruye al otro en el campo de batalla y que desea hacer lo mismo en el plano político y social.
Para quienes no se juegan nada en este conflicto porque están a miles de kilómetros y lo ven por televisión y redes sociales, el rescate mutuo implica la adopción de una posición intersticial entre dos extremos peligrosos: quienes instrumentalizan la causa palestina para justificar su desprecio y odio hacia judíos e israelíes y quienes usan la causa israelí para negar a los palestinos y odiar a los árabes. Esta posición nos sacude a todos y nos hace responsables de lo que sí podemos hacer desde nuestra posición de civiles y, también, desde nuestra posición privilegiada en nuestras cómodas ciudades europeas en las que no caen bombas ni nuestros hijos son arrastrados a una guerra que no han elegido.
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El momento histórico en que estamos nos obliga a dar respuesta. Esta respuesta puede apoyar el rescate mutuo entendiendo el hecho de que ambos pueblos están aquí para quedarse y, por lo tanto, no podemos condicionar la paz a su desaparición o sumisión. Los adversarios no son sólo parte del problema, sino también parte de su solución. Es decir, se puede pedir independencia y seguridad para ambos, pero sólo imaginándolos en relación recíproca. Si allí donde muere gente en medio de la guerra hay quienes dicen "no hay nosotros sin ellos", ¿con qué autoridad podemos ignorarlos desde la distancia?
Los silencios selectivos, los relatos maniqueos y la reproducción de la lógica de la guerra incrementan la polarización y la violencia fuera de Israel y Palestina a la vez que bloquean la posible colaboración con personas y colectivos civiles que luchan por parar la guerra y reconstruir la sociedad. En el contexto español, la dinámica belicista de la identificación con uno de los lados del conflicto ni empieza ni termina con esta guerra. El rescate mutuo nos recuerda que la única forma de futuro que hay es uno compartido y que cualquier fantasía de futuro sin la presencia de nuestros adversarios aboca a una violencia perpetua.
Lo que pide este momento crítico es una solidaridad activa que sostenga y haga crecer la colaboración y esfuerzos inimaginables de palestinos e israelíes que dedican su vida a trabajar por el futuro de los otros: desde los voluntarios israelíes que protegen a comunidades palestinas atacadas por extremistas israelíes en Masafer Yatta y el Valle del Jordán hasta los activistas palestinos que se oponen a la violencia despiadada de Hamás y otros grupos islamistas, pasando por las constantes manifestaciones contra la guerra.
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Esta solidaridad implica contribuir siquiera mínimamente al rescate de dos pueblos cuyos destinos están unidos de manera indisoluble —se piense lo que se piense sobre la legitimidad histórica de unos y otros en esa maltratada zona de la tierra—. Como dice Netta Amar-Shiff, el rescate mutuo exige escoger el bando de la vida compartida. Esto también debería interpelar a todos quienes sienten que su posición frente a este conflicto los determina política y moralmente. El primer paso podría ser dejar de utilizar este conflicto como mediador simbólico de nuestras representaciones de judíos y árabes, de derechas e izquierdas, de lados correctos e incorrectos de la historia.
*Angy Cohen, investigadora del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo (CSIC) y especialista en identidades sefardíes y mizrajíes en Israel y movimientos feministas mizrajíes. Alejandro Baer, sociólogo e investigador en el Instituto de Lengua, Literatura y Antropología (CSIC) y autor del libro Antisemitismo. El eterno retorno de la cuestión judía (La Catarata, 2025).
En 2002, en pleno apogeo del terrorismo suicida palestino y de la represión israelí en la Cisjordania ocupada, el filósofo estadounidense Michael Walzer escribió que este conflicto nunca ha sido un entorno amigable para los grandes simplificadores que pontifican desde sus atalayas morales. Estos estaban abocados a equivocarse, tanto moral como políticamente, por lo que Walzer proponía un modelo algo más complejo: el de las cuatro guerras de Israel/Palestina que se libran de manera simultánea. La primera es una guerra palestina para destruir el Estado de Israel. La segunda, una guerra palestina para crear un Estado independiente junto a Israel, poniendo fin a la ocupación de Cisjordania y Gaza. La tercera es una guerra israelí por la seguridad de Israel dentro de las fronteras de 1967. La cuarta, una guerra israelí por el Gran Israel, por los asentamientos y los territorios ocupados.