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Tribuna Internacional
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Deuda e intervencionismo: la nueva identidad de la derecha occidental
Quiere al mismo tiempo gastar más y bajar impuestos; decir al sector privado qué debe hacer y reducir las regulaciones que le dificultan la vida. En España notaremos menos el cambio, porque esa ha sido casi siempre la filosofía de nuestra derecha
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Estados Unidos y Alemania son la primera y la tercera economía del mundo. En ambos países gobierna la derecha después de sendos gobiernos de izquierdas un tanto accidentados. Donald Trump es el modelo que quieren imitar las nuevas derechas de todo el mundo. Friedrich Merz es la última esperanza de la derecha tradicional.
Pero ambos líderes están impulsando presupuestos que trastocan la filosofía económica conservadora. Los dos tienen un lado ortodoxo: quieren eliminar regulaciones, destruir o atenuar la transición verde y desatar los "espíritus animales". Pero también están dispuestos a disparar los déficits y la deuda pública de sus países e impulsar algo muy parecido al capitalismo de Estado.
Dos presupuestos, una misma historia
Pese a la resistencia que mostró ayer una parte de su partido en el Senado, Trump se ha empeñado en sacar adelante una gran ley fiscal y económica para los próximos años. Una parte de ella no es sorprendente: se trata de un presupuesto republicano que baja los impuestos a los ricos y reduce el Estado del bienestar para los pobres. Pero generará un déficit de 2,4 billones de dólares en una década; en ese mismo periodo, la deuda pública pasará de los 29 billones de dólares actuales a cerca de 50 billones. Se trata de un desequilibrio de las cuentas mareante. De hecho, ya hay voces autorizadas, como la de Jamie Dimon, el consejero delegado de JPMorgan, que han avisado de que es inevitable una crisis en el mercado de bonos. Si un presidente de izquierdas hubiera propuesto algo parecido, se le acusaría de querer llevar a su país a la bancarrota.
El caso de Alemania no es tan extremo en términos absolutos, pero supone un cambio radical. Hasta hace tres meses, el Gobierno tenía constitucionalmente prohibido incurrir en déficits salvo en casos muy concretos. Eso le ha permitido al país tener una deuda de menos del 60%. Pero tras el cambio de la Constitución de marzo, la derecha ha presentado un presupuesto que implicaría un déficit anual del 3% y un gasto público extra, financiado mediante la emisión de deuda, de 500.000 millones de euros. ¿De qué sirve un presupuesto equilibrado —se ha preguntado públicamente el ministro de finanzas— si "los puentes y las escuelas se caen a pedazos y el ejército carece de lo básico"? Es verdad. Pero para tratarse del país que durante décadas ha regañado al sur de Europa por su congénita incapacidad para ajustar los gastos a los ingresos, no está nada mal.
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Un cambio radical de la derecha
Existe un consenso creciente en que en los próximos años aumentará la intervención del Estado en las economías. Hay que hacer frente a China y Rusia, mejorar las infraestructuras y la oferta de vivienda después de una década de dejación, estimular la reindustrialización e inducir más crecimiento. Pero es interesante que la derecha de los países más ricos —tanto la nueva y radical, como la vieja y moderada— hayan abrazado ese credo de una manera tan abierta: no solo la de Estados Unidos y Alemania, también la de Francia o, por razones más vinculadas a la seguridad, Finlandia o los Bálticos (una gran excepción es la Italia de Meloni). Y sucede también en la Comisión Europea, que bajo la dirección de Ursula von der Leyen ha dejado de ser esa antipática institución que se pasaba el día exigiendo disciplina fiscal para, en los últimos años, dedicarse a promocionar el gasto y buscar maneras de endeudarse. La negociación del presupuesto de la UE para 2028-2034 irá incluso más allá.
Pero la novedad no está solo en el lado del gasto, sino en el puro intervencionismo. La derecha estadounidense está dictando hoy políticas industriales que parecen de la izquierda radical. Trump dice a las empresas tecnológicas de su país dónde deben producir, protege a industrias decadentes como la automovilística mediante aranceles y castiga a los consumidores que prefieren los productos alimentarios importados. Como sabe cualquiera que haya cogido últimamente un tren allí, las infraestructuras de Alemania son impropias de un país rico, pero hoy resulta asombroso ver a Merz, que ha construido su carrera política criticando a la burocracia, tratando de reactivar la economía mediante sectores ultrarregulados y dependientes del Estado, como la obra pública y la defensa. La Comisión Europea hoy está deshaciendo muchas de las regulaciones que generó el Green Deal y, al mismo tiempo, dictando políticas industriales que parecen sacadas de los años setenta.
Nos encontramos ante una profunda y paradójica transformación ideológica del conservadurismo. Quiere al mismo tiempo gastar más y bajar los impuestos; decir al sector privado qué debe hacer y reducir las regulaciones que le dificultan la vida. Se trata de una extraña mezcla de capitalismo de estado y campo abierto para las grandes empresas. En España notaremos menos el cambio, porque esa ha sido casi siempre la filosofía de nuestra derecha. Pero en Occidente, hasta hace no mucho, esta creía un poco más en las cuentas equilibradas y la mano invisible del mercado. Eso, al menos por ahora, se acabó.
Estados Unidos y Alemania son la primera y la tercera economía del mundo. En ambos países gobierna la derecha después de sendos gobiernos de izquierdas un tanto accidentados. Donald Trump es el modelo que quieren imitar las nuevas derechas de todo el mundo. Friedrich Merz es la última esperanza de la derecha tradicional.