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La paz inoportuna

En medio de una crisis humanitaria como la vivida en Gaza, el gesto de irse a una tienda y comprarse unos pendientes es una buena muestra de la frivolidad de convertir este conflicto brutal en símbolo

Foto: Imagen de personas portando la bandera de Palestina. (Adrián Irago/Europa Press)
Imagen de personas portando la bandera de Palestina. (Adrián Irago/Europa Press)

En Israel y en Gaza se celebra el fin de esta pesadilla. Los rehenes israelíes en manos de Hamás han sido liberados después de dos años en los que las manifestaciones del mundo contra la guerra —Stop the Genocide— no les diesen cabida. La llamada a la paz no los incluía, como tampoco incluía los crímenes de Hamás contra los palestinos ni, aun menos, contra israelíes el 7 de octubre. Hoy llega esa paz y los buenos del mundo parecen mustios: les llega en mal momento. El alto el fuego ha llegado súbitamente, interrumpiendo esa explosión creativa, esa catarsis colectiva en torno a Gaza. También, desde su punto de vista, ha llegado desde el lugar equivocado. Valdría la pena preguntarse si es que podría haber llegado de la mano de la flotilla o de las manifestaciones europeas.

El encuentro con las imágenes de Gaza se ha experimentado como una confrontación sin precedentes con el horror: un horror incomparable, cuyo único parangón sería ese otro ya lejano que es Auschwitz, y que por fin se puede relativizar. Por fin los judíos estaban perdiendo Auschwitz con el asedio a Gaza. Esta paz es inoportuna.

Es necesario afirmar que lo sucedido en Gaza no tiene parangón para poder creer que no hemos vivido de espaldas a innumerables masacres que nunca nos hicieron sentir la necesidad de salir a la calle; masacres en las que no nos jugábamos nada y de las que no nos sentíamos responsables. Es necesario convencerse de que lo ocurrido en Gaza es excepcional para aliviar la propia conciencia. "Esta es televisada", dicen, como si eso explicara algo; como si ser televisada no fuera un triste privilegio concedido a aquellas causas sobre las que los buenos de Occidente pueden proyectar sus cuitas políticas. "Causa de una humanidad compartida", dicen muchos. "El futuro de la humanidad se cifra en Gaza", dicen otros. No sé si ese futuro dependerá también de la paz en la región, si esa paz podría hacernos mejores o si, de consolidarse, dejará de interesarnos. No sé si podremos sostener el cese de una violencia sobre la que hemos proyectado tanto de nosotros mismos.

Foto: gaza-hamas-fuerzas-populares-israel-1hms

En los días previos y posteriores al alto el fuego se ha intensificado la retórica de la resistencia en manifestaciones y actos que tienen como objetivo romper relaciones con Israel. La huelga general convocada para ayer, 15 de octubre, —contra el genocidio en Gaza— se mantuvo. "¡Nadie nos va a regalar la paz ni la libertad!", afirmaba un panfleto estudiantil que intentaba explicar el motivo de la huelga a quienes se atrevían a preguntar. A estos bienintencionados estudiantes, con una idea sobredimensionada de su capacidad de influir en las decisiones de quienes controlan los intereses detrás del conflicto, tampoco les han regalado la paz. Ni la libertad: ambas están reservadas para quienes sufren las consecuencias de no tenerlas.

Pero esto importa poco ahora: el activismo por un mundo mejor sigue su rumbo paralelo a la realidad y se intensifica el despliegue de pendientes en forma de sandía, colgantes de sandía, bolsitos de sandía, sudaderas negras con una sandía en forma de mapa de Israel/Palestina, kufiyas de lino de colores, bolsas de tela —de las que combinan con todo— hechas con el patrón de la kufiya y el mensajito aquel "del río al mar". Merchandising de Gaza en los días de ocasión: se acaba la temporada de esta causa. Ninguna otra causa, que yo recuerde, ha generado una moda que eleva moralmente a quienes se la apropian. En medio de una crisis humanitaria como la vivida en Gaza, el gesto de irse a una tienda y comprarse unos pendientes es una buena muestra de la frivolidad de convertir este conflicto brutal en símbolo.

Foto: netanyahu-genocidio-hamas-1hms Opinión
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El silencio de unos y los gestos torcidos de otros frente al acuerdo de alto el fuego y la liberación de rehenes y presos palestinos —entre los que hay, además de condenados a cadena perpetua por el asesinato de israelíes, gazatíes sin ningún vínculo con Hamás, apresados únicamente como moneda de cambio— dan cuenta de la alianza entre la izquierda ilustrada y bienpensante y la retórica de la resistencia de Hamás.

Ahora, descolonizar es palestinizar: vestir con kufiya a Hegel. Esto no es invención mía, sino la imagen elegida para un seminario sobre la descolonización de la filosofía organizado por la UNED y la Universidad de Málaga en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, que se celebrará en unas semanas.

Foto: israel-hamas-holocausto-izquierda-antisemitismo-1hms Opinión

Hay algo mortífero en ese apasionamiento: como si los palestinos fueran colocados en la pira sacrificial de la resistencia y reducidos a símbolo; como si su devastación lo fuera también. Y así, simbólicamente, los buenos se vinculan con ellos: se compran pines, camisetas, pendientes y colgantes; organizan seminarios y escriben numerosos textos sobre cómo ser buenos en tiempos de maldad israelí. A veces, al equivocarse —o al colárseles—, dicen "israelita" (judío), y así terminan diciendo lo que, en realidad, querían decir desde el principio.

Cuando la guerra entre Israel y Hamás, asimétrica y brutal como es, se traduce en términos de identidades políticas, pasa también por una simplificación que separa el mundo entre poderosos y sometidos, de manera que la única identificación moral posible es aquella que nos acerca a los sometidos y nos permite defenderlos, siquiera a través del modo en que nos vestimos. Lo que ocurre ahí es que entonces ya nuestros representados desaparecen en ese gesto simbólico que no admite matices. En esa simplificación hay un germen violento, en tanto que no hay disenso posible ni tampoco hay lugar para la duda. Pero hay algo peor que no poder dudar o disentir: esa simplificación reproduce la dinámica violenta de la guerra en tanto que aspira a eliminar al otro. "Palestina será libre desde el río hasta el mar" es el lema que ejemplifica del modo más claro esta violencia pacifista, esta violencia de quienes reclaman la paz en las calles de Europa.

Los palestinos son símbolo, pero también lo son los israelíes. Así, símbolo a símbolo, nos reapropiamos de la violencia radical que ha destrozado esa parte del mundo y nos la traemos a nuestras formas de representarnos a los otros. Si nuestras formas de imaginarnos un mundo mejor pasan por la desaparición de millones de personas, quizá es momento de pensar si estamos a la altura de esa paz que exigimos.

*Angy Cohen, investigadora del Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo (CSIC), y especialista en identidades sefardíes y mizrajíes en Israel y movimientos feministas mizrajíes.

En Israel y en Gaza se celebra el fin de esta pesadilla. Los rehenes israelíes en manos de Hamás han sido liberados después de dos años en los que las manifestaciones del mundo contra la guerra —Stop the Genocide— no les diesen cabida. La llamada a la paz no los incluía, como tampoco incluía los crímenes de Hamás contra los palestinos ni, aun menos, contra israelíes el 7 de octubre. Hoy llega esa paz y los buenos del mundo parecen mustios: les llega en mal momento. El alto el fuego ha llegado súbitamente, interrumpiendo esa explosión creativa, esa catarsis colectiva en torno a Gaza. También, desde su punto de vista, ha llegado desde el lugar equivocado. Valdría la pena preguntarse si es que podría haber llegado de la mano de la flotilla o de las manifestaciones europeas.

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