Es noticia
A la derecha radical le incomoda gobernar. Por eso debemos dejarle gobernar
  1. Mundo
  2. Tribuna Internacional
Ramón González Férriz

Tribuna Internacional

Por

A la derecha radical le incomoda gobernar. Por eso debemos dejarle gobernar

En 2023, la derecha antiinmigración y anti-UE logró el poder en Países Bajos. Pero su Gobierno fue un desastre y le sucederá una coalición centrista. Dejar gobernar a los radicales quizá sea la mejor manera de evidenciar su ineptitud

Foto: Geert Wilders. (Reuters)
Geert Wilders. (Reuters)
EC EXCLUSIVO

Países Bajos fue uno de los primeros lugares de Europa donde cuajó la nueva derecha radical. Pim Fortuyn se convirtió, a principios de este siglo, en su primer líder moderno. Se oponía a la UE, a la inmigración masiva y a la burocracia estatal. No tenía los ademanes de un matón fascista, sino que era un profesor universitario sofisticado y gay. Como la mayoría de líderes de esta ideología, forjó su fama en los medios gracias a su dominio de la provocación y la ruptura de consensos. Cuando su carrera política parecía ya imparable, en 2002, le asesinó un radical de izquierdas.

Geert Wilders, un político del centro-derecha tradicional, no tardó en querer continuar la labor de Fortuyn. Formó el Partido de la Libertad y poco a poco su influencia sobre la política del país fue creciendo. Y señaló el camino que seguirían todas las demás formaciones de nueva derecha europeas. Sus resultados electorales oscilaban entre el 10 y el 15% de los votos, y algunos pensaban que la mejor forma de que no creciera era crear un cordón sanitario. Pero desde la oposición Wilders tenía la capacidad de marcar la agenda sobre todos los grandes temas. A causa de su influencia, los demás partidos empezaron a deslizarse hacia la derecha en cuestiones migratorias. Y finalmente, en 2023, ganó las elecciones con el 23% de los votos. Dos décadas después de la muerte de Fortuyn, había llegado lo que muchos creían que era inevitable: la nueva derecha radical gobernaba Países Bajos.

Pero entonces empezaron los problemas para Wilders. Su partido lideró una coalición con otros partidos antiinmigración, pero durante un año y medio esta fue caótica e inepta. Cada día había noticias de escandalosos enfrentamientos internos. Wilders se quejaba amargamente de que no era suficientemente dura contra la inmigración, a pesar de que su partido controlaba el ministerio de asilo y migraciones. Pero este no fue capaz de impulsar ni una sola medida efectiva. En junio, Wilders hizo caer la coalición. En las elecciones de la semana pasada, el partido más votado fue el liberal-progresista D66. Liderará una coalición de Gobierno centrista y pro-europea.

La lección para los demás

La derecha radical sigue siendo muy fuerte en Países Bajos. De hecho, el resultado conjunto de los partidos que pertenecen a esa familia es muy parecido al de las elecciones anteriores. Pero su nefasta experiencia en el Gobierno y su posterior derrota han dejado claras tres cosas.

En primer lugar que, por lo general, los partidos nacionalistas se encuentran mucho más cómodos en la oposición, denunciando complots de la casta política, la burocracia europea y los inmigrantes, que gobernando. En segundo lugar, que, a estas alturas, se trata ya de partidos normales y corrientes del establishment, y que sus propios votantes también les juzgan por su gestión, algo que ellos siempre quieren evitar. Vox lo entendió muy bien cuando, el año pasado, decidió abandonar los gobiernos de coalición de cinco Comunidades Autónomas: su gestión era mediocre y el partido tenía más opciones de crecer si podía seguir presentándose como una fuerza que se opone al sistema en su conjunto.

La tercera evidencia es que, aunque esta nueva derecha se presenta a sí misma como una oleada imparable, en realidad no lo es. En ocasiones gana, como Wilders en 2023, y luego pierde. Sube espectacularmente y luego se despeña: en mayo de este año, en las elecciones legislativas portuguesas, Chega logró un 22% de los votos; en las elecciones municipales de octubre, un 11%. Tiene inmejorables perspectivas, como sucedió con George Simion en las presidenciales de Rumania de la pasada primavera, y luego va y pierde por ocho puntos de diferencia.

Foto: manifestacion-forum-abascal-feijoo-le-pen

Hay algo en el comportamiento de esta derecha europea, muy propio de tiempos volátiles como los nuestros: cuanto mejor le va en un momento, peor le va en el siguiente. Su brutal dominio del espacio mediático y su influencia sobre los demás partidos no siempre se traduce en éxito electoral. Por eso, incluso quienes nos oponemos férreamente a su nacionalismo, y reconocemos los riesgos, debemos contemplar la opción de dejarle gobernar cuanto antes. Como sucedió en el otro extremo del espectro ideológico, con Podemos en España o Syriza en Grecia, para que la derecha radical demuestre su radical ineptitud nada es mejor que obligarle a tomar decisiones ejecutivas, a redactar propuestas de ley, a asignar presupuestos y a gestionar cotidianamente sus contradicciones. Excepto en casos infrecuentes, como el de Giorgia Meloni, que ha llevado a cabo una rápida y exitosa transición del radicalismo conservador hacia posiciones de centro-derecha, gobernar es letal para estos movimientos maximalistas europeos.

La coalición que dirigirá el D66 no obrará milagros. Tampoco hará cambiar de opinión a los millones de votantes holandeses que creen que el país está al borde de la extinción por culpa de las mezquitas y Bruselas. Pero es muy probable que gobierne mejor, con más calma y eficacia, que el fallido experimento liderado por el Partido de la Libertad. Eso no basta para derrotar al radicalismo. Pero es una condición necesaria.

Países Bajos fue uno de los primeros lugares de Europa donde cuajó la nueva derecha radical. Pim Fortuyn se convirtió, a principios de este siglo, en su primer líder moderno. Se oponía a la UE, a la inmigración masiva y a la burocracia estatal. No tenía los ademanes de un matón fascista, sino que era un profesor universitario sofisticado y gay. Como la mayoría de líderes de esta ideología, forjó su fama en los medios gracias a su dominio de la provocación y la ruptura de consensos. Cuando su carrera política parecía ya imparable, en 2002, le asesinó un radical de izquierdas.

Inmigración Vox Geert Wilders
El redactor recomienda