Un amigo en los momentos difíciles: el papel de España en su respaldo a Ucrania frente al agresor
Andriy Yermak, jefe de la Oficina del Presidente de Ucrania, señala en este artículo que, en momentos de desafíos excepcionales, España ha actuado con "serenidad y coherencia", ofreciendo un apoyo constante a su país
El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, saluda al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la Cumbre del Euro en Bruselas. (EFE/Pool/Yves Herman)
Visité España por primera vez hace ya muchos años, como turista, en una época en la que los ucranianos empezábamos a descubrir la libertad de viajar por el mundo tras la desaparición de la Unión Soviética. Para mí, España siempre ha sido sinónimo de fútbol. Guardo un recuerdo especialmente entrañable de los duelos entre los grandes clubes españoles y ucranianos —el Real Madrid, el Barcelona y mi querido Dínamo de Kiev—, enfrentamientos que iban más allá de la rivalidad deportiva y simbolizaban el encuentro de dos mundos futbolísticos, tan apasionados como orgullosos. Cuando esos clubes se enfrentaban sobre el terreno de juego, daba la impresión de que hablábamos el mismo idioma: el idioma de la lucha, la resistencia y la fe en la victoria hasta el pitido final.
Por supuesto, España es también una cultura de talla mundial: escritores, artistas, cantantes, cineastas. Goya, Velázquez, Carreras, Almodóvar y tantos otros genios nacidos de la tierra española.
Pero, por encima de todo, España encarna una humanidad sobresaliente. Recuerdo un momento en un supermercado de Madrid: una niña de unos cinco años corría por un pasillo y, sin querer, tiró una botella de vino. El cristal verde se hizo añicos, el vino tinto se esparció por el suelo y la pequeña, asustada, lanzó un grito. Instantes después, los adultos que la rodeaban estallaron en aliviadas carcajadas al comprobar que no le había pasado nada. Ella también acabó riendo. En ese instante, me enamoré de España. Ese amor aún me reconforta, aunque la posibilidad de pasear por Malasaña o saborear una paella valenciana tendrá que esperar hasta que termine la guerra. Tal vez entonces consiga averiguar, por fin, por qué los españoles ponen ceniceros en las motos (un guiño a la expresión: "Eres más útil que un cenicero en una moto. Muchas gracias, de verdad".)
Aquella fugaz escena en el supermercado me enseñó más que cualquier guía turístico: aquí la gente sabe lo que de verdad importa en la vida, igual que los ucranianos.
Por aquel entonces, yo estaba alejado de la política y desconozco cómo eran realmente las cosas, pero sospecho que esa visión compartida del mundo llevó a España a dar un paso sin precedentes: regularizar a cientos de miles de trabajadores ucranianos que, en los años noventa, habían emigrado para mantener a sus familias. Años más tarde, España volvió a abrir sus puertas a un cuarto de millón de mis compatriotas que huían de la agresión rusa. Por eso sé que, entre los lenguajes de la humanidad, el español resuena con claridad.
Habrá quienes piensen que es suficiente, dada la media Europa que nos separa. Pero no los españoles. Y, por ello, estamos infinitamente agradecidos. La respuesta de Madrid ante la agresión a gran escala contra Ucrania no fue estridente, sino precisa. El rey Felipe VI lo expresó con total claridad: la agresión contra una nación soberana e independiente es una amenaza para España, para Europa y para el orden internacional.
Desde entonces, lo sabemos con certeza: cuando España habla, España actúa. El Sur Global escucha. América presta atención. Europa se lo toma en serio. En momentos de desafíos excepcionales, España ha actuado con serenidad y coherencia, ofreciendo un apoyo constante a Ucrania y sosteniendo, con determinación, la primera línea del mundo civilizado.
Año tras año, ese compromiso firme e inquebrantable nos permite resistir. Vehículos blindados, sistemas de defensa antiaérea o adiestramiento de soldados ucranianos son contribuciones vitales para nuestra defensa. El flujo vital de ayuda humanitaria salva, literalmente, a civiles en situaciones extremas. Debo destacar el papel activo de España en los esfuerzos de reconstrucción de Ucrania: la tarea de reconstruir ciudades e infraestructuras destruidas no puede esperar a que termine la guerra, porque se trata de la vida de las personas. Se trata de proyectos concretos: nuevas escuelas, hospitales y viviendas. Son también nuevas oportunidades para las empresas ucranianas que, pese a la guerra, continúan trabajando y creciendo, garantizando nuestra capacidad de resistencia. Es un apoyo para las familias que lo han perdido todo, pero no han perdido la fe en la bondad.
Gracias en especial por haber contribuido decisivamente a movilizar la solidaridad europea frente al agresor. Madrid fue una de las primeras en presionar para que la UE impusiera sanciones. España apoyó la transferencia de los activos rusos congelados a Ucrania y la reducción de las importaciones de gas ruso mucho antes de que se convirtiera en una tendencia. En pocas palabras, el Gobierno español comprendió desde el principio lo que otros tardaron años en entender: las dificultades de hoy son un pequeño precio por la seguridad del mañana.
Como decimos en Ucrania, a un amigo se le reconoce en tiempos difíciles. Tenemos el honor de llamar amigo al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Es alguien que se implica. Podría decirse que es un Don Quijote, si Don Quijote pensara racionalmente. Durante una de sus visitas a Kiev, el señor Sánchez expresó una verdad tan sencilla como profunda: "No lucháis solo por vuestra libertad; lucháis por toda Europa". Y así es. Agradecemos profundamente el decidido apoyo de España a la adhesión de Ucrania a la UE. ¿Quién mejor que aquellos que lucharon durante décadas por volver a integrarse en la familia europea puede comprender nuestro anhelo de recorrer ese camino cuanto antes?
Por ello, hago mías las palabras del presidente Zelenski: España no mostró debilidad alguna a la hora de adoptar decisiones políticas guiadas por los principios, decisiones tomadas en favor de la convivencia pacífica y de la seguridad en Europa. Ucrania recordará siempre la calidez y el respeto con el que el pueblo español apoya a nuestra nación y a nuestra gente.
Los rusos suelen afirmar que para acabar con la guerra hay que abordar sus "causas profundas". Es ahí donde comienzan sus cínicas manipulaciones en torno a la paz. Pero las verdaderas causas son tan inmutables como los métodos de los enemigos de la libertad: la destrucción de las ciudades, la represión y el terror. Lo más atroz de todo es el secuestro de niños ucranianos: el régimen de Putin pretende justificar estos crímenes afirmando que busca "salvarlos", pero en realidad deporta a miles por la fuerza, separándolos de sus familias, de su lengua y de su cultura, para someterlos a campos de "reeducación" cuyo objetivo es borrar su identidad ucraniana y doblegarlos a las ambiciones imperialistas del Kremlin.
El próximo año, Europa conmemorará el sombrío aniversario de una guerra que fue preludio de la Segunda Guerra Mundial. Por aquel entonces, los tiranos eligieron España como campo de pruebas para sus aspiraciones de dominación mundial. Hoy, los tiranos de nuestro tiempo han iniciado su intento de hegemonía mundial en Ucrania. La Rusia de Putin y sus regímenes aliados no son solo una amenaza para las fronteras orientales de Europa; suponen un desafío para toda una civilización arraigada en el valor absoluto de la vida humana y de la libertad de elección. Por eso hoy luchamos codo con codo, para evitar que sus enfermizas ambiciones arrastren a la humanidad a una tercera guerra mundial. Creo firmemente que, juntos, podemos forjar un futuro mejor para que nuestros hijos rían en paz.
Y a todos los agresores, quisiera recordarles otro refrán español, citado también por el presidente Zelenski: "El que siembra vientos, cosecha tempestades ".
*Andriy Yermak, Jefe de la Oficina del Presidente de Ucrania.
Visité España por primera vez hace ya muchos años, como turista, en una época en la que los ucranianos empezábamos a descubrir la libertad de viajar por el mundo tras la desaparición de la Unión Soviética. Para mí, España siempre ha sido sinónimo de fútbol. Guardo un recuerdo especialmente entrañable de los duelos entre los grandes clubes españoles y ucranianos —el Real Madrid, el Barcelona y mi querido Dínamo de Kiev—, enfrentamientos que iban más allá de la rivalidad deportiva y simbolizaban el encuentro de dos mundos futbolísticos, tan apasionados como orgullosos. Cuando esos clubes se enfrentaban sobre el terreno de juego, daba la impresión de que hablábamos el mismo idioma: el idioma de la lucha, la resistencia y la fe en la victoria hasta el pitido final.