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La política europea es para adultos

La contrarreforma nacional-populista está en marcha dentro y fuera de nuestras fronteras y no sabemos cómo pararla. Ante este escenario, quiero compartir con ustedes tres ideas

Foto:  Vista general de una sesión en el Parlamento Europeo. (EFE)
Vista general de una sesión en el Parlamento Europeo. (EFE)

El próximo 2 de julio echará a andar la novena legislatura europea. Y lo hará en medio de muchas incertidumbres y pocas certezas. Una de ellas es que el fugitivo de Waterloo no será eurodiputado, como tampoco lo será Oriol Junqueras. También sabemos que los que en casa presumen de nacionalismo español, en Bruselas y Estrasburgo compartirán grupo y escaño con los amigos independentistas flamencos de Puigdemont. Quién se lo iba a decir.

Sin embargo, ambas circunstancias son representativas del gran problema al que nos enfrentamos los europeístas: el ascenso del nacional-populismo en todos sus frentes y la puesta en marcha de una agenda antieuropea desde el seno propio de las instituciones comunitarias que, por primera vez, traspasarán las puertas del Parlamento para instalarse también en la Comisión. El nuevo presidente tendrá que repartir carteras a los gobiernos nacional-populistas de Italia o Polonia, entre otros.

La contrarreforma nacional-populista está en marcha dentro y fuera de nuestras fronteras y no sabemos cómo pararla. Ante este escenario, quiero compartir con ustedes tres ideas. Tres postulados sobre cómo deberíamos afrontar los europeos los próximos cinco años.

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La primera idea es la supervivencia. Europa está en un callejón con una única salida. No tenemos más opción que avanzar o, de lo contrario, nos estrellaremos contra los fantasmas que todavía anidan en nuestro pasado. Sé que esta idea es de todo menos novedosa y que la habrán escuchado en una y mil ocasiones distintas. A veces con razón. A veces sin ella. Sin embargo, en lo que quiero poner la atención, y de paso pedirles que lo hagan ustedes, es que esta advertencia no trata únicamente de la Unión Europea. Porque, créanme, no es así.

Quienes estamos bailando en el borde del precipicio somos también las naciones-estado que componemos Europa. Y quien está también en entredicho es el modo de vida europeo. Ese que, a pesar de llamarnos españoles, franceses o alemanes, nos hace reconocernos como similares. Un modo de vida basado en la tolerancia con el diferente, el respeto hacia el oponente y el sometimiento de todos a las leyes. Un modo de vida basado en la protección del débil, la defensa de los derechos y libertades de los individuos y el bienestar de las personas. Un modo de vida, desgraciadamente, poco equiparable a cualquier otro en el mundo.

Quienes atacan a la Unión Europea, ya sea desde un sillón ministerial, la sede de un partido o alguna línea editorial, lo hacen porque saben que, en estos momentos, es el objetivo más débil. Es fácil culparla de cualquier cosa mala que ocurra porque apenas protesta. Y cuando lo hace apenas se la oye. Pero se equivocan quienes piensen que los partidos y gobiernos nacional-populistas solo tienen sus ojos y sus garras puestas en la Unión Europea. Al contrario. Es solo el primero de una larga serie de objetivos cuyo fin último es desmontar poco a poco el andamiaje institucional que da soporte a nuestras democracias. Cada vez que los populistas de uno y otro lado convierten un Parlamento nacional o autonómico o un salón de plenos en un espectáculo, lo hacen siendo muy conscientes de las consecuencias. Cuando consigues desprestigiar una institución, sortearla se vuelve más fácil. Es lo que ha hecho el secesionismo con el Parlament catalán, o lo que intentan hacer en las Cortes y en el Parlamento de Bruselas.

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La segunda reflexión que quiero hacer es sobre la unidad. No cabe duda de lo mucho que hemos avanzado en el proceso de integración europea desde aquellos remotos inicios de los años cincuenta y sesenta, y la comunidad del carbón y el acero. De igual manera, no cabe duda de lo mucho que nos queda aún por avanzar.

En el mundo que viene, donde se hablará más de áreas económicas que de países, los Estados europeos, por mucho PIB que posean, no podrán competir con gigantes económicos y demográficos como Estados Unidos, China o la India. Entre nosotros, podemos jugar a ver quién es más grande. Pero de Europa para afuera, aceptémoslo, todos somos pequeños.

Sin ir más lejos, pongamos la vista en lo que está ocurriendo en Reino Unido. Siempre he tenido gran admiración por los británicos. Es mucho lo que hemos aprendido de ellos y mucho también lo que les debemos. Por eso me produce tanto desconcierto como tristeza esta deriva etnocentrista en la que han caído sin remedio. Un patrioterismo rancio, sustentado en falacias y paralogismos que para lo único que han servido es para llevar el país a la dimisión de dos primeros ministros, el desmoronamiento de un partido institucional como es el conservador y una crisis gubernamental sin precedentes. Y ya está llegando la crisis económica.

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Así que tengamos mucho cuidado con todas esas viejas doctrinas nacionalistas acerca de la soberanía política, el proteccionismo económico y la defensa de la identidad cultural que ahora vuelven a brotar por doquier como si de algo novedoso se tratase. Porque por muy apetecibles que puedan sonar al principio, las consecuencias a la larga son inevitables. Y ustedes saben al igual que yo, porque esta historia los europeos ya la hemos vivido, que esas consecuencias no serán agradables.

La tercera idea sobre la que quiero reflexionar es liderazgo. Vivimos en un mundo en constante transformación y que, además, lo hace a una velocidad vertiginosa. Especialmente si lo comparamos con los cambios producidos en las décadas y siglos anteriores. Sabemos que hay una revolución digital en marcha que cambiará para siempre la forma en la que vivimos, trabajamos, estudiamos o nos relacionamos. Y sabemos que avances científicos, los imaginables y los nunca imaginados, están a la vuelta de la esquina, ocultos, esperando a que el próximo Einstein, Fleming, Tesla o Pasteur los invente o los descubra. En la otra cara de la moneda está el saber qué o quiénes liderarán esos cambios, esas invenciones y esos descubrimientos.

¿A qué estamos esperando? ¿Qué papel vamos a adoptar, el de actor o el de espectador? ¿Vamos a liderar o una vez más vamos a ser liderados?

Con los Acuerdos de París sobre cambio climático, los europeos hemos demostrado que tenemos capacidad de liderazgo. Para sorpresa de chinos y norteamericanos, además de un gran mercado común de 500 millones de consumidores, la Unión Europea resultó ser una fuerza política capaz de establecer una agenda global y de comprometer a decenas de países para llevarla a cabo. Pero ese liderazgo demostrado en París no puede quedarse solamente para el anecdotario. Tenemos que ponerlo también al servicio de los intereses comunes de todos los europeos.

Los debates ya están sobre la mesa y nuestros competidores llevan años trabajando. Piensen en la robotización del mercado laboral, el 5G, la exploración espacial, la cura contra el cáncer… Y en Europa, ¿a qué estamos esperando? ¿Qué papel vamos a adoptar, el de actor o el de espectador? ¿Vamos a liderar o una vez más vamos a ser liderados?

El próximo 2 de julio echará a andar la novena legislatura europea. Y lo hará en medio de muchas incertidumbres y pocas certezas. Una de ellas es que el fugitivo de Waterloo no será eurodiputado, como tampoco lo será Oriol Junqueras. También sabemos que los que en casa presumen de nacionalismo español, en Bruselas y Estrasburgo compartirán grupo y escaño con los amigos independentistas flamencos de Puigdemont. Quién se lo iba a decir.

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