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Esteban González Pons

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Bienvenido, Mr. Mercosur

Una vez esté en vigor el acuerdo las empresas europeas se ahorrarán en conjunto unos 4.000 millones de euros anuales en aranceles

Foto: El presidente de Argentina, Mauricio Macri (c), participa en una sesión de valoración del acuerdo Unión Europea-Mercosur durante la Cumbre del G20 en Osaka, Japón. (EFE)
El presidente de Argentina, Mauricio Macri (c), participa en una sesión de valoración del acuerdo Unión Europea-Mercosur durante la Cumbre del G20 en Osaka, Japón. (EFE)

20 años han tenido que pasar para que la Unión Europea y Mercosur, dos gigantes comerciales, encontrasen por fin un vocabulario común sobre el que construir un acuerdo comercial de tintes históricos. No solo por el volumen de mercancías, productos, empleos y personas potencialmente beneficiadas (780 millones de personas, nada menos) sino también porque, y no es cosa menor, sitúa a Europa como el socio principal y de referencia para gran parte de América Latina. Muy por delante de unos Estados Unidos que, pese a la proximidad geográfica, ha decidido dar la espalda no solo a sus vecinos más cercanos sino también al resto de la comunidad internacional para envolverse una vez más en la embaucadora bandera del nacionalismo económico.

Estos 20 años han sido, no lo duden, toda una vida. Lo han sido para la Unión Europea, que en este tiempo hemos visto desaparecer las monedas nacionales y hemos adoptado el euro como divisa común, hemos visto nacer y morir una constitución, y hemos ampliado el club comunitario de 15 a 28. Lo han sido también para nuestros socios y amigos sudamericanos, especialmente para Argentina y Brasil, que han vivido épocas convulsas de esas que no se olvidan. Desde un presidente dimitido y abandonando la Casa Rosada en helicóptero hasta una presidenta destituida y dos expresidentes encarcelados.

Foto: Mauricio Macri, presidente de Argentina, y Jair Bolsonaro, su homólogo brasileño. (EFE)

Y pese a todo, 20 años después, hemos sido capaces de ponernos de acuerdo. Aunque sea uno de mínimos. Y quizá no tanto por entusiasmo como por necesidad. Porque una de las cosas que está cambiando en este tiempo que nos ha tocado vivir es la confianza en el orden económico y comercial mundial. Una confianza que ha empezado a diluirse como un azucarillo en un vaso de agua desde que Estados Unidos, otrora firme defensor de la apertura internacional, haya virado hacia el proteccionismo y las guerras comerciales y desde que China, actor indispensable del tablero global, haya dicho que lo de convertirse en una economía plena de mercado con sus normas y sus reglas ya si eso lo deja para otro día u otra década. Como si no hubiéramos aprendido nada del pasado.

Visto lo visto, uno no puede más que alegrarse de la rapidez de reflejos con la que esta vez han actuado los líderes comunitarios. Una vez esté en vigor el acuerdo las empresas europeas se ahorrarán en conjunto unos 4.000 millones de euros anuales en aranceles. Está claro que el comercio es nuestro punto fuerte y una vez más lo hemos demostrado. En la actualidad nada más y nada menos que 116 acuerdos comerciales vigentes o en proceso de actualización o negociación. Los dos últimos con Japón y Canadá.

Pese a la buena voluntad de todos, que el acuerdo de asociación se vaya a pique no es hoy por hoy descartable. Por varias razones

Sin embargo, pese al optimismo generalizado, no deberíamos lanzar las campanas al vuelo demasiado pronto. Lo que se ha alcanzado el pasado 28 de junio en Osaka es tan solo el principio. Queda todavía mucho río que navegar hasta que podamos dar el acuerdo por concluido y desde luego no será una navegación exenta de peligros. Pese a la buena voluntad de todos, que el acuerdo de asociación se vaya a pique no es hoy por hoy descartable. Por varias razones.

La primera de ellas, por las reticencias que suscita el acuerdo en determinados sectores productivos a uno y otro lado del Atlántico. Por ponerlo verde sobre blanco, en Europa quienes arquean la ceja son los representantes del sector primario, mientras que en el bloque del Mercosur lo hace la industria. Ni a unos ni a otros les falta razón.

Europa abrirá sus fronteras a los productos agrícolas sudamericanos, y ellos abrirán las suyas a nuestros bienes manufacturados

Porque la base de este acuerdo comercial es que Europa abrirá sus fronteras a los productos agrícolas sudamericanos, mientras que ellos abrirán las suyas para nuestros bienes manufacturados.

La segunda de las razones es por el largo y emperifollado proceso de ratificación que tendrá que pasar el acuerdo y sus distintas secciones, no solo la comercial, sino también la política y la de cooperación. Sin bien la pata comercial necesitará únicamente del refrendo del Parlamento Europeo, ya que esta es una competencia transferida en su conjunto a la Unión, las otras dos necesitarán de la participación y la aprobación de los parlamentos nacionales y/o regionales. Ni en uno ni en otro caso deberíamos vender la piel del acuerdo antes de verlo bien empaquetarlo y anudado. La experiencia del CETA y el parlamento regional valón debería hablarnos por si misma.

En este mismo sentido, tampoco deberíamos olvidar que el acuerdo tendrá que ser igualmente ratificado por los parlamentos nacionales de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Aunque es improbable el bloqueo, no lo son tanto los retrasos. En el legislativo de Buenos Aires, por ejemplo, un acuerdo comercial con Egipto estuvo paralizado siete años por “fallos de traducción”.

Por primera vez, la UE está demostrando poseer una visión estratégica a largo plazo

Dicho lo cual, creo que no solo debemos ser optimistas ante el posible resultado del acuerdo, sino también estar orgullosos de lo que estamos haciendo. Por dos motivos. El primero es que, por primera vez, la Unión Europea está demostrando poseer una visión estratégica a largo plazo. Tal y como coinciden en señalar numerosos expertos aquí en Bruselas y en las capitales comunitarias, pero también en Sudamérica, en Washington y en Pekín, los europeos nos estamos posicionando globalmente y preparándonos para un posible escenario de ineficacia de las reglas comerciales internacionales y la incapacidad para hacerlas ejecutar.

No olvidemos que, pese a los intentos realizados desde Europa para reformar la Organización Mundial del Comercio, Estados Unidos sigue marcándose un 'si-te-he-visto-no-me-acuerdo' de esos que hacen historia. Y no solo eso, sino que ahora bloquea también la renovación del órgano de apelación, indispensable para resolver las disputas y los litigios internacionales. Hablando claro, si la OMC colapsa, estaremos ante el fin del orden comercial mundial tal y como lo conocemos. Pero esta vez estaremos preparados.

La UE ha demostrado querer ir más allá del puro interés comercial y promover también el bienestar social y el cuidado del planeta

El segundo motivo, y quizá de la que más orgullosos podemos sentirnos, es que, con este acuerdo, la UE ha demostrado querer ir más allá del puro interés comercial y promover no solo la prosperidad económica sino también el bienestar social y el cuidado del planeta. Estamos hablando de economía y de crecimiento, es cierto, pero no solo eso. Estamos hablando de cooperación, de entendimiento y de respeto por el Estado de Derecho. Estamos haciendo justamente lo que más puede irritar a los radicales de derecha y de izquierda, que es promover un multilateralismo pragmático, objetivamente ambicioso, pero políticamente responsable. Lo que me lleva a pensar que lo estamos haciendo bien. Los acuerdos de libre comercio no son un fin, sino un instrumento. No se puede comerciar a cualquier precio. No solo hay estándares económicos, también hay estándares éticos. Y que mediante esta negociación hayamos conseguido que el gobierno populista del Brasil renuncie a salirse del Acuerdo de París sobre el cambio climático creo que puede considerarse todo un éxito.

Pero el éxito final y definitivo podremos calibrarlo cuando empecemos a poner nombre y dígitos a los beneficios del acuerdo y los ciudadanos de Europa y Sudamérica lo noten tanto en la compra de sus productos como en sus bolsillos. Un éxito que habrá que medir y ponderar en relación con nuestra capacidad para mejorar la calidad de vida de las personas al tiempo que protegemos y ayudamos a los sectores productivos más sensibles de nuestras economías. Lo harán los miembros del Mercosur con su industria, y debemos hacerlo los europeos con nuestra agricultura. Deberá ser un esfuerzo compartido por todos. Cada uno de nosotros, desde gobiernos hasta agricultores pasando por las cadenas de distribución y los empresarios, tendremos que hacer nuestra parte. Porque lo queramos o no, Europa necesita seguir creciendo y para ello es imprescindible abrir nuevos mercados. Pero no vaya a ser que por abrir un mercado fuera dejemos morir uno dentro. Eso sería una gran torpeza.

Y que conste que esta vez vamos a ser muchos (empezando por mí) los que no consintamos que sea el sector citrícola el sacrificado. Siempre que ganamos todos parece que pagan los mismos.

20 años han tenido que pasar para que la Unión Europea y Mercosur, dos gigantes comerciales, encontrasen por fin un vocabulario común sobre el que construir un acuerdo comercial de tintes históricos. No solo por el volumen de mercancías, productos, empleos y personas potencialmente beneficiadas (780 millones de personas, nada menos) sino también porque, y no es cosa menor, sitúa a Europa como el socio principal y de referencia para gran parte de América Latina. Muy por delante de unos Estados Unidos que, pese a la proximidad geográfica, ha decidido dar la espalda no solo a sus vecinos más cercanos sino también al resto de la comunidad internacional para envolverse una vez más en la embaucadora bandera del nacionalismo económico.

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