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Las tres prioridades de la comisión Von der Leyen
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Esteban González Pons

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Las tres prioridades de la comisión Von der Leyen

Europa tiene ante sí el enorme reto de ponerse nuevamente a la cabeza de la transformación social. Podemos elegir entre ser actores o espectadores

Foto: Von der Leyen. (Reuters)
Von der Leyen. (Reuters)

El viernes pasado fui a ver por última vez a Miguel Arias Cañete en su despacho de comisario. El despacho ya estaba desnudo, desprovisto de todo signo de presencia de Miguel, preparado para recibir al siguiente comisario. Nos sentamos en una esquina, nos pusimos un café y charlamos sobre lo que hicimos bien en los últimos cinco años. Lo que hicimos mal ya lo comentarán extensamente nuestros mejores amigos. Nos reímos mucho, con Miguel es imposible no reírse. Nos dimos un abrazo y me acompañó a la salida. Nos despedimos.

Foto: Una de las asistentes a la cumbre COP25 Chile/Madrid (A.V)

Si Arias Cañete no fuera español y no fuera del PP, este fin de semana en nuestro país se hubiera hecho balance de su gestión europea, de su lucha contra el cambio climático y a favor de la transición energética. Ha sido un comisario clave. Salvó con su forma hiperactiva de moverse la cumbre del clima de París, descarbonizó con su diplomacia del buen humor las presiones polacas y alemanas a favor de los combustibles fósiles y con su inteligencia política curtida en mil crisis de partido sostuvo a Juncker y cohesionó el colegio de comisarios en más de una ocasión. Por no mencionar su inestimable y discreta colaboración con España para que la Unión Europea respaldase sin fisuras nuestra Constitución frente al falso referéndum independentista.

Seré yo quien lo escriba: Miguel Arias Cañete ha sido uno de los mejores comisarios de la comisión Juncker. Dicho está

Pero en España hemos preferido dedicarle el escaso espacio que la actualidad europea ocupa en medios y tertulias al Borrell que llega, y que aún no ha hecho nada (y ya veremos...) mejor que al Arias Cañete que se va con aprecio y reconocimiento generalizado en Bruselas. Si Miguel no fuese del PP, su lucha contra el cambio climático gozaría del aplauso de las ONG ibéricas y de los comentaristas que procuran antes confirmar los prejuicios de su audiencia que darle información. Los del PP, ya se sabe… Por otra parte, los medios de derechas españoles militan en el escepticismo climático como si la contaminación tuviera ideología, eso también es cierto. Y si no fuese español, seguramente le expresaríamos nuestra gratitud con abundancia y sin complejos, tal y como nos gusta hacer con los extranjeros, como Michel Barnier, por ejemplo.

Así que seré yo quien lo escriba: Miguel Arias Cañete ha sido uno de los mejores comisarios de la comisión Juncker. Dicho está.

Y ojo, porque en círculos de la comisión (no españoles) está llamando la atención que el Gobierno de Sánchez solo promueva a funcionarios con carné del PSOE. Por lo visto, causa sorpresa semejante sectarismo y debilita la posición de Sánchez en las instituciones europeas, aún más de lo que está desde que vendió a su compañero Timmermans a cambio de una vicepresidencia para Borrell.

Cuento todo esto porque asistimos a la semana de los cambios y relevos en la Unión. El viernes a mediodía, Donald Tusk cedió el testigo a Charles Michel como nuevo presidente del Consejo Europeo. Y el domingo hizo lo propio Juncker, entregando las llaves de Berlaymont a Ursula von der Leyen como nueva presidenta de la Comisión Europea. La primera mujer en acceder al cargo.

Foto: Pedro Sánchez recibe a la nueva presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, este 2 de diciembre en Ifema, Madrid. (Reuters)

Von der Leyen es del Partido Popular y su Gobierno es de coalición con liberales y socialistas, igual que la pasada legislatura europea, por cierto. Ya sé que esto es bien sabido, pero yo no me canso de repetirlo por si alguien que no se quiere enterar se entera por fin. España no debería ser el único país miembro de la Unión con la extrema izquierda antieuropea en el Gobierno o lo pagaremos caro. Tiempo al tiempo.

Europa tiene razones para estar de enhorabuena. Se ha completado el ciclo de renovación institucional iniciado el pasado mes de mayo con el voto a favor del centro-derecha, los liberales y el centro-izquierda. Y, cómo no, con la oposición de los radicales de izquierda y de derecha y de los verdes. Curioso el caso de estos últimos. Pensábamos que los verdes podían ser una fuerza política constructiva, que sabía mirar más allá de banderas e ideologías. Parece que nos hemos equivocado. Una vez más, han optado por moverse en las filas del extremismo político.

Von der Leyen tiene ahora ante sí el reto inmenso de poner de nuevo en marcha una maquinaria política y administrativa paralizada desde hace siete meses. El suyo no será un trabajo fácil. Hay muchos que la esperan ya con las armas cargadas, aguardando su primer tropiezo.

Si Juncker anunció al inicio de su mandato que su comisión sería política, Von der Leyen ha querido ir un paso más allá, señalando que la suya será geopolítica. Una comisión que atenderá a la política, a las relaciones internacionales, pero también a los cambios físicos y demográficos que están sucediendo en Europa y en el mundo.

Foto: Operarios revisan el salón de plenos de Ifema antes del comienzo de la COP25. (Reuters)
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Con la composición de carteras, la nueva presidenta ha querido dejar bien claro que habrá tres prioridades en su agenda política. La economía, la revolución digital y el cambio climático, encuadradas todas ellas en las tres vicepresidencias ejecutivas de la comisión. Permítanme que centre mi atención en estas dos últimas.

El socialista Frans Timmermans, el que durante la pasada legislatura fue mano derecha y también izquierda del presidente Juncker, se hará cargo de la poderosa cartera para el pacto verde europeo. Sucederá en la tarea a Arias Cañete.

Luchar contra el cambio climático no es tarea ni de un solo hombre ni de un solo partido y mucho menos de una sola ideología. Debe ser una política colaborativa, en la que cuantos más actores participen, mejor. A fin de cuentas, de lo que aquí estamos hablando es de iniciar una transición energética que cambiará para siempre la fisonomía de los modos de producción europeos, y de hacerlo cuando Europa todavía está saliendo de la peor crisis económica y social desde la Segunda Guerra Mundial.

La nueva comisión tiene el reto de construir una política medioambiental que sea social y económicamente sostenible. Dicho sea con otras palabras, tres veces sostenible: sostenible para el clima, sostenible para la industria y sostenible para nuestra calidad de vida. Hacer lo contrario es condenarla al fracaso.

Foto: Preparativos en Ifema para acoger la COP25 desde el 2 de diciembre. (EFE)

Creo que detrás de este razonamiento está la decisión de la presidenta Von der Leyen de repartir las competencias climáticas entre varias carteras, particularmente en la de economía, mandando así un doble mensaje. Primero, que el compromiso verde va más allá de las meras palabras y que realmente estamos ya en el camino de los hechos. Segundo, que la transición energética ha de estar perfectamente acoplada a la economía social de mercado, piedra angular del proyecto europeo.

Pero mal empezamos cuando una parte del Parlamento Europeo ha forzado un pleno extraordinario para debatir el pacto verde, justo cuando la nueva comisión no ha hecho más que empezar a andar y cuando en Madrid empieza la cumbre mundial del clima. Irónicamente, este empeño irracional por parte de la izquierda doctrinaria impedirá a la delegación del Parlamento Europeo asistir a la cumbre tal y como estaba previsto. Cosas que pasan…

La otra gran transformación a la que se enfrenta Europa es la digital. Una revolución a la que ya llegamos tarde. La presidenta ha confiado esta misión a la liberal Margrethe Vestager. En las dos últimas décadas, Europa ha pasado de la cabeza al vagón de cola de la revolución tecnológica. Según 'Forbes', de las 10 grandes compañías tecnológicas del mundo en 2019, ocho son estadounidenses, una es de Corea del Sur y la otra es de China. La primera europea se sitúa en el puesto duodécimo, con sede en Alemania.

Foto: (Foto: EFE)

El mundo analógico se apaga, y con él se extingue un modo de vida al que estamos demasiado acostumbrados los europeos. El internet de las cosas, la inteligencia artificial, la impresión 3D y las cadenas de bloques (el llamado Blockchain) están cambiando ya nuestra economía, nuestros medios de producción, nuestro mercado laboral y hasta nuestras interacciones humanas. Cambiará incuso hasta nuestra democracia. Si no actuamos pronto, al ritmo que vamos, los europeos acabaremos convirtiéndonos en una colonia digital, con los riesgos y amenazas para nuestra seguridad que ello entraña.

Por la magnitud de los retos a que nos enfrentamos, la única alternativa plausible con una mínima garantía de éxito es hacer política a nivel europeo. Tenemos los mejores recursos, los mejores cerebros y las mejores condiciones, pero a una escala nacional que nos impide ser eficientes. Los Estados europeos somos enanos en un mundo de gigantes.

Nuestra ambición no debe ser sobrevivir al cambio digital, sino liderarlo. Está bien que regulemos sobre cómo Google usa nuestros datos, pero estaría mucho mejor que además de un Google con sus servidores en Estados Unidos, hubiese otro europeo con sede en este continente. Está bien que nos preparemos para la llegada de la inteligencia artificial, pero estaría mucho mejor que las mejores investigaciones se hiciesen en nuestros laboratorios. Está bien que creemos un marco legal para las criptomonedas como libra, bitcoin o ripple, pero estaría mucho mejor que empezásemos a trabajar en el futuro, que es el euro digital.

Los Estados europeos, si unificamos esfuerzos y coordinamos recursos, podemos hacer de la revolución digital una revolución europea, como lo fueron en el pasado las revoluciones industriales.

En definitiva, Europa tiene ante sí el enorme reto de ponerse nuevamente a la cabeza de la transformación social. El cambio climático y el mundo digital serán los ejes que definirán el transcurso del siglo XXI. Podemos elegir entre ser actores o espectadores. Sujetos activos o rehenes de las decisiones que tomen otros a miles de kilómetros de nuestras ciudades.

Pongo mi confianza en esta nueva Comisión Europea y en su proyecto para devolver el continente a la senda del progreso económico, tecnológico y social, que no es otra cosa que la senda del progreso de toda la humanidad.

El viernes pasado fui a ver por última vez a Miguel Arias Cañete en su despacho de comisario. El despacho ya estaba desnudo, desprovisto de todo signo de presencia de Miguel, preparado para recibir al siguiente comisario. Nos sentamos en una esquina, nos pusimos un café y charlamos sobre lo que hicimos bien en los últimos cinco años. Lo que hicimos mal ya lo comentarán extensamente nuestros mejores amigos. Nos reímos mucho, con Miguel es imposible no reírse. Nos dimos un abrazo y me acompañó a la salida. Nos despedimos.

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