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Ojo, ni la Constitución española ni la Unión Europea son irreversibles
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Esteban González Pons

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Ojo, ni la Constitución española ni la Unión Europea son irreversibles

Mal que les pese a algunos, y por muchas decepciones que a veces nos cause, este invento llamado Unión Europea sigue siendo no solo la mejor alternativa posible, sino también la única

Foto: Imagen de la bandera española y europea en una imagen de archivo. (EFE)
Imagen de la bandera española y europea en una imagen de archivo. (EFE)

A mis cincuenta y cinco años puedo decir que toda mi vida he mantenido dos certezas que, sin embargo, el próximo 1 de enero se disolverán: una, que la España constitucional no daría marcha atrás, y otra, que la Unión Europea sería para siempre, que sería un proyecto irreversible. Yo pensaba que ni España ni Europa volverían a dividirse, a dejarse guiar por el nacionalismo o a negar el imperio de la ley y el Estado de derecho, pero, contra todo pronóstico y razón, precisamente en estos tres vicios incurre hoy la política del viejo continente con glotonería y sin memoria, ni vergüenza.

El caso español resulta cada vez más difícil de explicar, no ya sólo para el resto de Europa sino también para los propios españoles. Que aquellos mismos personajes, que llevamos dos años explicando que perpetraron un golpe de Estado contra la Constitución, vayan a llegar ahora al Gobierno de España de la mano de un partido constitucional, no hay quien lo comprenda. Que la coalición de gobierno se esté negociando con un dirigente nacionalista encarcelado, condenado por tratar de romper el país por las bravas, echa por tierra todo el trabajo que algunos hemos hecho en las capitales europeas para que la crisis de convivencia que sufre Cataluña se entendiera bien.

Foto: La portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), Marta Vilalta. (EFE)

“¿Cómo tenéis la cara dura de pedir que no hagamos eurodiputados a Junqueras o Puigdemont si cualquier día Sánchez los hace ministros de España? ¿Por qué debe Europa tratar como golpistas a esos que el presidente del gobierno de España trata como hombres de Estado?”, me preguntaron desde el gabinete del presidente del Parlamento Europeo, David Sassoli, en vísperas de Navidad. Y yo no supe qué responder.

Y eso que por entonces la Abogacía del Estado aún no había emitido su dictamen en contra del interés del propio Estado. Semejante arbitrariedad cometida por la Abogacía del Estado conduce a dos situaciones que ningún colegio de abogados del mundo toleraría. Primera, que los abogados del Estado defiendan en un pleito posiciones de la contraparte, por ejemplo, de aquellos que quieren acabar con su único cliente, el Estado español. Segunda, que, desde un mismo despacho, la administración pública en este caso, se mantengan posiciones procesales irreconciliables, la acusación por la fiscalía y la defensa por la Abogacía del Estado, sin que exista una “muralla china” entre ambas que evite la contaminación o la esquizofrenia judicial. ¿Quién se atreve a intentar esclarecer este contradiós a los juristas alemanes, italianos o franceses?

Téngase en cuenta que si, como pretende la Abogacía del Estado, Junqueras pese a estar condenado toma posesión de su escaño (¿a qué imputado o condenado del PP, Cs o PSOE se le permitiría tal cosa?) y luego se le habilita un grado penitenciario compatible con el ejercicio del cargo será como si hubiera obtenido un indulto por la puerta de atrás. ¿Se defiende así al Estado o a quien ha sido condenado por ser enemigo de su legalidad? Otra pregunta sin respuesta posible en Bruselas es: ¿por qué el Tribunal Supremo no ha ejecutado la pena de inhabilitación a Junqueras?

Otra pregunta sin respuesta posible en Bruselas es: ¿por qué el Tribunal Supremo no ha ejecutado la pena de inhabilitación a Junqueras?

Pertenezco al grupo cada vez más numeroso de españoles que están convencidos de que Pedro Sánchez está dispuesto a liquidar la Constitución de 1978 con tal de seguir residiendo con su familia en el palacio de la Moncloa, igual que haría Nicolás Maduro. Pedro Sánchez es el nuevo Godoy y muy pronto también querrá ser llamado algo así como “príncipe de la Paz”, igual que el Godoy del XIX. Se ha hecho íntimo amigo de todos los enemigos de la Constitución y la concordia entre españoles, y la consecuencia de semejante desatino no puede ser buena para España.

Por eso, ya no estoy seguro de que la España constitucional sea irreversible. Especialmente si el ataque le viene desde la propia presidencia del Gobierno. Y en estas circunstancias, los constitucionalistas españoles en Europa nos dividiremos, lo que no consiguieron ni Tejero ni Puigdemont van a lograrlo los pactos inexplicables de Pedro Sánchez.

Tampoco la Unión Europea entrará en el 2020 con un horizonte despejado. En primer lugar, porque por primera vez desde su fundación, el año que viene la UE será más pequeña y no más grande. Y, en segundo lugar, de forma inexplicable desde el punto de vista de la memoria democrática, porque los tres vencedores de la II Guerra Mundial son ahora abanderados del cuestionamiento de la democracia representativa y rivales de esta UE que nació precisamente para preservar esa paz que estos tres ganaron con sangre, sudor y lágrimas.

El Brexit

Por no mencionar que, con Reino Unido fuera de la UE y con pocas ganas de alcanzar un acuerdo de fronteras comunes o un tratado de libre comercio (por eso Boris Johnson ha constreñido tanto los plazos de negociación), un segundo modelo de ser Europa entrará en competencia con la UE: el de la alianza de naciones libres auspiciada por los británicos. Todos estamos dando por supuesto que a Reino Unido le va a ir mal fuera de la UE, pero ¿y si ocurre lo contrario? ¿Y si, ejerciendo una competencia desleal hacia el continente, su economía, como la de un Singapur europeo, empieza a crecer y a hacernos daño? ¿Podemos entonces garantizar que ningún otro Estado seguirá sus pasos?

En 2020 sabremos si finalmente la gran coalición alemana es capaz de resistir hasta el final de la legislatura o los alemanes son llamados una vez más a las urnas. Y sea dicho popular o no, lo cierto es que cuando la estabilidad alemana se tambalea, el resto del continente se echa a temblar.

Curiosamente, aunque las elecciones no serán hasta 2022, el año próximo, cuando se cumpla el ecuador de su mandato, también dispondremos de información suficiente para saber si Emmanuel Macron se enfrentará a su reelección con posibilidades de victoria o no. La gran reforma de las pensiones que está estos días negociando, y el nivel de apoyo social que concite, será clave para situar los números de su lado o en su contra. Y recuerdo que, hoy por hoy, no existe otra alternativa consolidada a Macron que el Frente Nacional que quiere sacar a Francia de la UE.

¿Y si, ejerciendo una competencia desleal hacia el continente, su economía, como la de un Singapur europeo, empieza a crecer y a hacernos daño?

De la estabilidad o no del eje franco-alemán dependerán muchas sino todas de las reformas pendientes de la Unión. Hace tiempo que de ese eje han desaparecido Roma y Madrid.

Ahora, justo ahora, los españoles necesitamos especialmente un gobierno fuerte y a pleno rendimiento, porque las aguas internacionales bajarán revueltas los próximos doce meses. Al menos hasta que el próximo 3 de noviembre salgamos de dudas sobre quien ocupará la Casa Blanca los siguientes cuatro años. Donald Trump acudirá a la reelección ofreciendo más de lo que ya sabemos y conocemos. Proteccionismo, aislacionismo y nacionalismo. De conseguir una nueva victoria, será señal inequívoca para los europeos de que los tiempos de la buena colaboración transatlántica están definitivamente en zozobra.

Se va 2019 de la misma manera que llegó, dejándonos ese sabor agridulce en la boca, el sabor de lo que pudo ser y no fue. Pero también con el temor de que lo que pensábamos que no podría nunca ser tal vez pueda serlo. El proyecto europeo siempre fue hacia la ampliación; por primera vez, vamos a decrecer. La deconstrucción europea ya no es una quimera sino una posibilidad real. Desde la II Guerra Mundial, la Unión fue la única alternativa posible. Después del Brexit ya no lo será. Menos aún con Rusia y Turquía tratando de ampliar su influencia sobre nuestras fronteras.

75 años de la II Guerra Mundial

El próximo 8 de mayo se cumplirán 75 años del final de la II Guerra Mundial. Y, pese a que fue una guerra civil europea, luchada y sangrada mayoritariamente en suelo europeo, quienes lo celebrarán por todo lo alto serán precisamente nuestros amigos (o enemigos íntimos) más lejanos. Trump, Johnson y Putin serán la foto de Yalta contemporánea, la del aniversario, mientras que la UE, casualmente, estará preparando su próxima presidencia alemana. ¿Quién celebrará la victoria, ellos o nosotros? ¿Fue una victoria de la democracia o sobre los alemanes? Estas dos preguntas que nos parecían ofensivas hasta hace nada no parece descabellado que en sólo unos meses se formulen con intención de seguir rompiendo todo lo que nos une.

Sí, con motivo del aniversario de la Guerra, Trump, Johnson y Putin ocuparán las portadas, mientras que los europeos seguiremos enzarzados en nuestras cuitas internas. Y será una foto representativa del futuro que le espera a Europa si no empezamos a dejar de mirarnos el ombligo de una vez por todas. Por eso quiero que mi última columna del año sea como la carta a los Reyes Magos que miles de niños estarán escribiendo o habrán escrito ya. Una cara con la misma esperanza y tal vez con la misma inocencia.

Mi deseo para 2020 es que los europeos abandonemos el conformismo y recuperemos la ilusión y la convicción por Europa. Mal que les pese a algunos, y por muchas decepciones que a veces nos cause, este invento llamado Unión Europea sigue siendo no solo la mejor alternativa posible, sino también la única.

A mis cincuenta y cinco años puedo decir que toda mi vida he mantenido dos certezas que, sin embargo, el próximo 1 de enero se disolverán: una, que la España constitucional no daría marcha atrás, y otra, que la Unión Europea sería para siempre, que sería un proyecto irreversible. Yo pensaba que ni España ni Europa volverían a dividirse, a dejarse guiar por el nacionalismo o a negar el imperio de la ley y el Estado de derecho, pero, contra todo pronóstico y razón, precisamente en estos tres vicios incurre hoy la política del viejo continente con glotonería y sin memoria, ni vergüenza.

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